PRECAUCIÓN
-Allá en mis mocedades nos dijo don Adán para este lunes- cuando estaba recién llegado al Juzgado de San Ramón, procedente de Santa Cruz de Guanacaste, conocí a un hombre excepcionalmente corpulento, fortísimo, pero prudente y ajeno a toda discusión qué pudiera obligarlo a pelear. Muy amable y educado, se contaba de él que, no obstante su índole tranquila, a menudo se vio compelido a defenderse de agresiones personales provocadas por algún pendenciero de oficio, y que en una ocasión, al tratar de proteger a una viejecita desvalida, su desventura lo llevó hasta matar de un puñetazo a la pobre anciana de cuyo marido sufría maltratos frecuentes.
Jiménez, que así se apellidaba nuestro desgraciado hombretón, perteneciente al gremio de los «torcidos» a más de exponerse con frecuencia a lances peligrosos e incidentes ridículos, estuvo varias veces en la cárcel por mala defensa o por falta de ella.
En su pueblo natal, después del infortunado accidente de la anciana, casi sólo se le conocía por el apodo de «Mata Viejas», que francamente no lo merecía nuestro Hércules.
Una tarde de fiestas populares, en la plaza de toros, mientras yo seguía con interés las incidencias de la corrida, me tocó ver a Jiménez cuando al bajar de una barrera puso involuntariamente uno de sus enormes pies sobre el de un campesino, muy fornido también; y lo oí claramente presentar humildemente cumplidas excusas a su víctima, que le replicó airadamente, insultándolo y desafiándolo a irse a las manos. Entonces yo, ante la posibilidad de un nuevo infortunio para Jiménez, le grité al ofendido: «Pero hombre, si la pisada qué te dio «Mata Viejas» no vale la pena para tanta bulla…»
Y el dolido campirano, después de escuchar aquel apodo, emprendiendo una discreta huida, sólo atinó a decir:
-De haber sabido QUIEN era, HASTA ME DEJO CORTAR LA PATA…
Tomado del Anecdotario del Lic. Adán Acosta V.