Anecdotario Costarricense

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CASO INSÓLITO DE LA JUSTICIA NACIONAL

ALLÁ por el año 1904, siendo el licenciado don Adán costa Valverde Juez del Crimen de Santa Cruz de Guanacaste, se le presentó una acusación por homicidio, imputada don Antonio Cabalceta, vecino del lugar, y apareciendo como occiso el señor Braulio Alvarado.

El libelo acusatorio hacía un espeluznante relato así: en un rancho situado en Tempate de Santa Cruz, Braulio ha sido asesinado a machetazos y los pedazos de la víctima fueron envueltos en una capa de hule y llevados al mar, donde el victimario los hizo desaparecer entre las ondas del Pacífico. Se ofreció como prueba la declaración de dos mujeres del vecindario, y la inspección ocular del rancho donde se consumó el crimen, y las huellas visibles de la sangre en el trayecto desde el rancho hasta el mar.

El Juez, licenciado Acosta Valverde, admitió la acusación, y con presteza practicó la prueba propuesta. Las dos mujeres declararon, diciéndose presenciales del horrible suceso, confirmando los detalles que contenía la acusación; y lo más horripilante fue la inspección ocular del Juez y su secretario, confirmada en los autos del sumario, ya que ellos «vieron» el surco de la sangre y el trecho de la vereda hasta la playa donde se extinguía sobre las olas …

El Juez don Adán, conocedor de ambas partes, sospechó que se trataba de algo fantástico y capcioso, y no obstante la circunstancia de ignorarse el paradero de Braulio Alvarado, recibió la indagatoria al supuesto victimario, quien indignado rechazó el cargo, dejando ver su inocencia, y prometiendo investigar el sitio donde Braulio -amigo suyo- estuviera.

El licenciado Acosta, perplejo, pero con la convicción de que todo era una artimaña y una infamia increíble, ya que Cabalceta nunca pudo ser autor de tal delito, se abstuvo de enjuiciarlo, pero le exigió una fianza por veinte mil colones, para dejarlo en libertad, a fin de que se empeñara en dar con el paradero de Alvarado. Cabalceta aceptó y se fue hasta Nicaragua, con tan buen éxito, que allá en Nandayme encontró a su amigo Braulio y se lo trajo consigo para presentarlo a don Adán.

El Juez había triunfado. Hizo retratarlos a los dos, «asesino y muerto», abrazados cordialmente, y la fotografía quedó agregada al proceso.

El supuesto difunto y el imaginario matador, presentaron un escrito reclamando el sobreseimiento definitivo y pidiendo el enjuiciamiento de las dos perjuras que cooperaron a la malvada y perversa imputación.

El Juez don Adán, actuó jubiloso, satisfecho de haber salvado a un inocente; dictó el sobreseimiento definitivo y la Sala Segunda lo confirmó, desde luego.

No será chiste, pero fue verdad. Y don Adán, al respecto nos dijo:

Fue cierto, al defender de la maledicencia humana a un hombre bueno y honrado, resucité a otro y lo hice comparecer después de que lo habían «asesinado», esto sí es broma …

Tomado del Anecdotario del Lic. Adán Acosta V.

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