Anecdotario Costarricense

Anecdotario Costarricense

FRESCURAS

PARA los lectores de La Nación, nos refirió don Adán un suceso jurídico, que le ocurrió cuando ejercía el honroso cargo de Juez Primero Civil de San José, en 1909, caso en que figuraron dos personas cuyos nombres se reservó por haber fallecido años ha y de quienes sólo dio sus iniciales:

R. P. y E. G.

«El señor E. —contó don Adán—, promovió un prejuicio de posiciones contra el señor R. Tramitado por el magnífico Secretario del Juzgado y excelente amigo mío, don Francisco Calderón Hernández, fue citado el señor R., quien compareció a declarar; abierto el pliego de las preguntas y admitidas que fueron, previo el juramento de ley, me dirigí al indiciado y lo interrogué así: «Don E., que está presente, pregunta a usted si es verdad, como lo afirma, que usted le adeuda de plazo vencido diez mil colones que le facilitó en arrendamiento». Don R. contestó: «Es cierto, señor Juez». Otra pregunta: «Si es cierto que usted no le pagó, no obstante haber prometido irle pagando poco a poco, hasta cancelar … » Respuesta de don R.: «Es verdad, señor Juez, Y MAS POCO A POCO NO PUEDO IR…» Ante esa salida no pudimos contener la risa mi Secretario y yo. Terminado el trámite y los cuatro firmamos el acta. Y, en seguida, don E., el acreedor, exclamó: «Menos mal que tengo un título ejecutivo y voy donde mi abogado para que pida el remate de una finca que don R. me dio en hipoteca, como garantía de los diez mil colones». En efecto, a los ocho días presentó don E. una ejecución hipotecaria. Señalado el día para cl remate, el propio acreedor se adjudicó la finca, pero al ir a localizarla no la halló en ninguna parte; estaba inscrita mediante título supletorio, con esta descripción: «Terreno con casa, pastos y cafetal, situado en LAS NUBES, distrito primero, cantón primero de la provincia de Cartago» Don E. acusó la estafa. El deudor, don R, nombró su defensor al licenciado don Ricardo Jiménez Oreamuno, que fue al Juzgado a enterarse de la audaz felonía, y después buscó al cliente para decirle que no aceptaba su defensa y que saldría perdidoso. Pasados algunos meses, don Ricardo se encontró con el hombre y le preguntó:

-Idiay, R., ¿cómo te fue en aquella causa? Y R. contestó:

-Muy bien, me robé el expediente …

Tomado del Anecdotario del Lic. Adán Acosta V.

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