AMENAZAS
ANTAÑO, cuando yo era alguien, fui asiduo concurrente al Teatro Nacional; amante de la buena música y admirador e nuestros artistas nacionales. Teníamos entonces como para enseñar digamos- a la cantante Zelmira Segreda Solera que, además de su presencia elegante, su carácter afable y simpático, nos deleitaba con su voz de soprano que lucía por donde quiera que la llevaban a cantar. La veíamos frecuentemente acompañada con su hermano el no menos agradable artista cantor, el doctor don Francisco Segreda, afamado médico y cirujano, y también a’ nuestro querido amigo Coronel don Alejandro Aguilar, aplaudido tenor de prestigio: formaban un terceto musical distinguido. En aquel tiempo tuvimos el privilegio de que nos visitara la cantante de fama mundial, de voz aguda singular, la señora italiana Sorino. Se formó un conjunto de cuatro voces. Se anunció el concierto; cartelones por todo el país. Alegría general. El debut tuvo lugar en seguida, en nuestro gran Teatro. Llegó la noche. El teatro estaba repleto. Pero la función no empezaba. Algo la atrasaba. El público estaba impaciente y prorrumpía en gritos. De aquella vociferación, salió de repente una voz disonante, áspera y aguardentosa, que exclamaba: «QUE CANTE ZELMIRA o LA SORINO. La función empezó por supuesto con aplausos y risas.Y conste que no es chisme, fue real. Pero si le parece poco, puedo agregarle -ya que nombramos a nuestro recordado don Cano Aguilar algo que nos pasó; íbamos al Mercado Central; don Cano era guasón, no obstante su seriedad, por eso íbamos juntos y hasta revueltos. Le faltaban en la mano derecha dos falanges, a causa de un accidente, circunstancia que aprovechaba para darle bromas a sus amigos. Frente a un montón de anonas nos detuvimos: don Cano agarró una, la mejor por cierto, y preguntó a la viejita que las vendía: «¿Cuánto vale esta anona?» «Un colón, señor, pero por Dios, no me le meta los dedos». Don Cano riéndose le dijo: «Si no los tengo metidos, ojalá pudiera».
Tomado del Anecdotario del Lic. Adán Acosta V.