UN TORERO
NOS contaba don Adán algo tan raro y tan notable que vio en Santa Cruz de Guanacaste, cuando ejercía el cargo de Juez del Circuito Judicial, que nos excita a publicarlo.Se refería al Cura Párroco de aquella feligresía, que fue su amigo y de quien recibió atenciones muy señaladas, el popular sacerdote don José María Velazco y Díaz de los Bernardos, fallecido muchos· años ha. Aludía don Adán a las condiciones personales del Padre Velazco. Era distinguido por su cultura, por su singular don de gentes y por sus sentimientos de caridad y amor al prójimo. Excesivamente apreciado por la comunidad; sin ser rico, todas las primicias que recibía de sus feligreses las distribuía entre los vecinos pobres. Oficiaba matrimonios, bautismos y socorría diligente, aun de noche y lejos, a los menesterosos enfermos que necesitaban la confortación sacramental; todo sin cobrar emolumentos, de modo generoso y gratuito. Fue un magnífico cristiano.
Y ahora, continuó don Adán, viene la parte sorprendente y graciosa. Llegó la época del regocijo popular del San Juan a 24: las fiestas cívicas del año, una costumbre hecha ley, sobre todo en aquel simpático pueblo de alegría innata. Se iniciaron las corridas de toros, y. hallándonos en el tablado construido en el redondel de la plaza central, empezó la corrida, amenizada por las marimbas, los cohetes y los bombazos. Allá los improvisados jinetes se pelean por montar el toro. De largo vimos el primero: era un toro negro, furioso al parecer, brincón y pateador, que daba bramidos al sentir que alguien lo montaba; el animal se sentía un Miura, atado al bramadera. Estalló la bomba para soltar el toro y sale el Miura tico saltando, corcoveando, resoplando con ira. Y luego, el susto inesperado para los qué estábamos en el palco: el jinete era nada menos que nuestro querido Padre Velazco, que al pasar frente al tablado, me gritó: «Adioij señor Juejj». El toro no pudo botarlo y nuestro hombre convertido en un torero -como buen español- se apeó, toreó un rato, y en la lidia salió victorioso, sonriente y aplaudido, regresó a su iglesia. A decir verdad, a nadie Je chocó que aquel sacerdote luciera también él arte de torear, sin crueldad. Una humorada no contrasta con el culto religioso. La alegría es virtud del espíritu.
Tomado del Anecdotario del Lic. Adán Acosta V.