«America First» y la gran convulsión de las relaciones internacionales

Gilbert Achcar

Trump

La lógica de América primero, adoptada por el movimiento neofascista estadounidense conocido como MAGA –del inglés, Make America Great Again (Hagamos grande de nuevo a Estados Unidos)–, puede parecer racional a quienes no están familiarizados con la historia económica de las relaciones internacionales. Según Trump y sus acólitos, Estados Unidos ha gastado enormes sumas de dinero protegiendo a sus aliados, especialmente a los países ricos, es decir, el Occidente geopolítico (Europa y Japón en particular) y a los Estados petroleros árabes del Golfo. Ha llegado el momento de que paguen la deuda: todos estos países deben pagar la factura aumentando sus inversiones en Estados Unidos y sus compras a este país, especialmente sus compras de armas (que es lo que Trump quiere decir con su constante presión sobre los europeos para que aumenten su gasto militar). Todo ello entra naturalmente dentro de la lógica mercantil coherente con el fanatismo nacionalista que caracteriza a la ideología neofascista (véase «La era del neofascismo y sus rasgos distintivos», 04/02/2025).

Desde esta perspectiva, el gasto militar estadounidense –que realmente ha superado no sólo el de los aliados de Estados Unidos, sino que casi igualó en un momento dado el gasto militar de todos los demás países del mundo juntos– ha sido un gran sacrificio en beneficio de los demás. Según la misma lógica, el gran déficit de la balanza comercial estadounidense no es sino el resultado de que otros países se aprovechan de la buena voluntad de Estados Unidos, razón por la cual Trump quiere reducirlo imponiendo aranceles a todos los países que exportan a Estados Unidos más de lo que importan de él. Con ello, también pretende aumentar los ingresos del Estado federal para compensar la reducción de esos mismos ingresos mediante recortes fiscales que beneficien a los ricos y a las grandes empresas.

Sin embargo, la verdad histórica es muy diferente de este retrato simplista de las cosas. En primer lugar, el gasto militar estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial fue, y sigue siendo, un factor importante en la dinámica específica de la economía capitalista estadounidense, que desde entonces se ha basado en una «economía de guerra permanente» (esto se explica en detalle en mi libro The New Cold War: The United States, Russia, and China, from Kosovo to Ukraine). El gasto militar ha desempeñado, y sigue desempeñando, un papel fundamental en la regulación del curso de la economía estadounidense y en la financiación de la investigación y el desarrollo tecnológicos (este último papel fue prominente en la revolución de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC), un campo que devolvió a Estados Unidos a la posición de liderazgo tecnológico tras el declive relativo de sus industrias tradicionales).

En segundo lugar, la protección militar que Estados Unidos proporcionaba a sus aliados en Europa, Japón y a los Estados árabes del Golfo formaba parte de una relación de tipo feudal, en la que estos países proporcionaban grandes privilegios económicos al señor de Estados Unidos, además de su participación en su red militar bajo su mando exclusivo. La verdad contradice por completo el retrato que hacen Trump y sus acólitos de que las relaciones de Estados Unidos con sus aliados se basan en su explotación. La realidad es exactamente la contraria, ya que Washington ha impuesto a sus aliados, especialmente a los países ricos entre ellos, un patrón de relaciones económicas a través del cual los ha explotado, especialmente imponiendo su dólar como moneda internacional, de modo que estos países financiaron directa e indirectamente tanto el déficit de la balanza comercial como el del presupuesto federal de Estados Unidos. Los dólares del déficit comercial estadounidense, junto con diversos recursos en dólares de varios países, han regresado continuamente a la economía estadounidense, algunos de ellos financiando directamente al tesoro estadounidense.

Así, Estados Unidos vivió, y sigue viviendo, muy por encima de sus medios, hecho que queda patente en la magnitud de su déficit comercial, que se acercó al billón de dólares el año pasado, y en el tamaño de su enorme deuda, que supera los 36 billones de dólares, equivalentes al 125% de su PIB. Estados Unidos es el epítome máximo de un deudor grande y poderoso que vive a expensas de acreedores ricos, en una relación de dominación del primero sobre los segundos, en lugar de al revés.

Incluso en relación a Ucrania, los 125.000 millones de dólares que Estados Unidos ha dado a ese país hasta ahora (lejos de las fantasiosas cifras de Trump, donde afirma que su país ha gastado 500.000 millones de dólares en este sentido) equivalen a lo que ha aportado la Unión Europea por sí sola (a pesar de que el PIB de la UE es aproximadamente un 30% inferior al de Estados Unidos), sin contar lo que han aportado Gran Bretaña, Canadá y otros aliados tradicionales de Estados Unidos. De hecho, lo que Estados Unidos ha gastado en financiar la campaña bélica ucraniana ha servido a su política de debilitar a Rusia como rival imperial. Washington es el principal responsable de crear las condiciones que facilitaron la transformación neofascista en Rusia y condujeron a la invasión de su vecino. Avivó deliberadamente la hostilidad hacia Rusia y China tras la Guerra Fría para consolidar la subordinación de Europa y Japón a su hegemonía.

Sin embargo, cuando Trump y sus acólitos reconocen la responsabilidad de administraciones estadounidenses anteriores en la creación de la situación que condujo a la invasión rusa de Ucrania, no lo hacen por su amor a la paz, como hipócritamente afirman (su posición sobre Palestina es la mejor prueba de su hipocresía), sino más bien en el contexto de su transición de considerar a Rusia como un Estado imperialista rival –un enfoque que Washington ha seguido cada vez más desde la década de 1990 a pesar del colapso de la Unión Soviética y el regreso de Rusia al redil del sistema capitalista mundial– a considerar a Putin como su socio en el neofascismo, esperando cooperar con él en el fortalecimiento de la extrema derecha en Europa y el mundo, además de beneficiarse del gran mercado y los grandes recursos naturales de Rusia. Mientras que Estados Unidos ve en los gobiernos liberales de Europa un oponente ideológico y un competidor económico, ve en Rusia a un aliado ideológico que no puede competir con EE UU económicamente.

Por otro lado, a ojos de Trump y sus acólitos, Chinba es el mayor oponente político y competidor económico y tecnológico. Joe Biden siguió esta misma política, estableciendo una continuidad entre el primer y el segundo mandato de Trump en lo que respecta a la hostilidad hacia China. Si bien el equipo de Trump puede albergar la esperanza de separar a Moscú de Beijing, del mismo modo que China se separó de la Unión Soviética en la década de 1970 y se alió con Estados Unidos, Putin no se arriesgará a tomar este camino mientras no esté seguro de la permanencia de los neofascistas estadounidenses al frente de su país.

La gran pregunta ahora es si el eje liberal europeo está preparado para emprender el camino de la emancipación de la tutela estadounidense, lo que requiere dejar de alinearse con Washington en la hostilidad hacia China y consolidar las relaciones de cooperación con ella. Ello requiere también que los países europeos estén dispuestos a trabajar en el marco del derecho internacional y a contribuir a reforzar el papel de las Naciones Unidas y otras instituciones internacionales, dos cosas que Beijing no ha dejado de reclamar.

Por supuesto, el interés económico de Europa, especialmente el interés de la mayor economía europea, la alemana (que mantiene amplias relaciones con China) es claro al respecto. Lo irónico es que China se une ahora a los europeos en la defensa de la libertad comercial mundial frente al enfoque mercantilista adoptado por Trump y sus acólitos, y en la defensa de las políticas medioambientales frente a su rechazo, acompañado de la negación del cambio climático, que caracteriza a varias marcas de neofascistas. Las tajantes posiciones expresadas por el próximo primer ministro alemán, Friedrich Merz, al criticar a Washington y reclamar la independencia de Europa respecto a Estados Unidos, si es que conducen a un intento real de seguir este camino, pueden reflejarse en la actitud de la Unión Europea hacia China; sobre todo, porque la posición francesa se inclina en la misma dirección.

Todas estas cuestiones confirman la muerte del sistema liberal Atlántico y la entrada del mundo en una fase tormentosa de reorganización de las cartas, de la que aún estamos al principio. Las elecciones al Congreso de Estados Unidos del próximo año desempeñarán un papel fundamental a la hora de impulsar o frenar este proceso, dependiendo de si conducen a reforzar o debilitar el dominio neofascista sobre las instituciones estadounidenses. Mientras tanto, el movimiento neofascista estadounidense ha empezado a imitar a sus homólogos de varios países en el debilitamiento gradual de la democracia electoral y en la imposición de sus controles sobre las instituciones estatales estadounidenses en un esfuerzo por perpetuar su dominio sobre ellas.

Gilbertachcar.net

Traducción: Césár Ayalavpara vientosur.ifo

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