Albero Cortés Ramos
Entes de 1998, en octubre del año previo a la votación, el proceso electoral iniciaba con entre el 80 y 90 por ciento de los potenciales electores ya decididos sobre el candidato y el partido por el que iban a votar. Era la época del bipartidismo y era muy poco probable que la campaña electoral pudiera cambiar la intención de voto de la gran mayoría de votantes. Los criterios orientadores eran la tradición familiar y la adscripción a un partido político (PUSC o PLN), filiaciones marcadas por el conflicto del 48. La gran mayoría se definía como «figuerista» o «calderonista», perico o mariachi. Hoy estamos en otra época: el bipartidismo ya no existe y la mayor parte de la ciudadanía se define por no tener simpatía partidaria (entre el 60 y el 70%). El proceso electoral en esta época de redes sociales y de millennials, tiene un ritmo electoral y un proceso de toma de decisiones totalmente distinto al de la época del bipartidismo. Basándome en la encuesta post-electoral de febrero de 2014 del CIEP-UCR, se pueden definir varios momentos del proceso de toma de decisión electoral:
1. Está el primer momento, previo al arranque de la campaña. En la elección anterior solo un 17,9% tenía un criterio claramente definido antes de empezar el proceso electoral en octubre.
2. El segundo momento se desarrolló entre octubre y diciembre de 2013. Un 29,1% de las personas entrevistadas se definieron en ese período.
3. El tercer momento fue enero de 2013, con un 15,9% decidiéndose en ese mes.
4. El cuarto momento fue la última semana de la elección, es decir, en febrero de 2014, en el que se definió el 36%. Llama la atención que el mismo día de la elección se definió por la opción que votaría un 16% del total de las personas entrevistadas.
Estos elementos analizados me permiten atreverme a formular varias hipótesis:
Hipótesis 1: pareciera que estamos ante una dinámica en la que la mayoría de votantes se define en la etapa final de la campaña: enero-febrero (41,9%)
Hipótesis 2: pareciera que el perfil de votantes que se definió de previo al proceso o que se define al inicio del proceso (octubre-diciembre), es distinto al del grupo de votantes que se define en el segundo momento del proceso electoral. Los primeros parecieran más tradicionales y también parecieran más emocionales (voto en contra, voto protesta, fuerte adhesión a temas conflictivos). Mientras que los segundos parecieran menos emocionales. Acá también podría haber diferencias generacionales y de edades significativas, con una mayoría encima de los 50 en los primeros y de menos de 40 en los segundos.
Hipótesis 3: Esta diferencia no solo es etaria, sino también cultural, lo que se refleja en la forma en que estas dos poblaciones se informan para tomar su decisión electoral: el porcentaje de la población más joven duplica a la mayor en el uso de redes para informarse de cara a su proceso de toma de decisión (Treminio y Pignataro, 2015: 316. Tomado de
https://goo.gl/THZFFP. En esta misma línea, ahora pesan más la figura del candidato, su forma de expresarse, el contenido de sus propuestas y el estado de ánimo colectivo de la coyuntura en que se desarrolla la elección (la elección pasada era claro que había un fuerte deseo de cambiar al partido de gobierno, es decir, el PLN). Por tanto, ahora pesa menos el partido político de pertenencia del candidato, a la hora de decidir por quién votar.
Hipótesis 4. Todo parece indicar que este patrón de toma de decisión electoral se está repitiendo en la elección actual. Si ello fuera así, el escenario electoral final podría ser muy distinto al que retratan las encuestas hasta diciembre de 2014, tal y como bien lo explicó recientemente Diego Fernández (https://goo.gl/RKf9aC).
5. Recomiendo revisar el Informe de la Encuesta Post-Electoral 2014 del CIEP-UCR, para entender mejor el proceso de toma de decisiones de la elección anterior y sacar sus propias conclusiones sobre lo que se puede aprender de la elección anterior para la elección actual.