Guadi Calvo
Es cierto que cuando Estados Unidos inició en 2001, la invasión a Afganistán, no lo estaba haciendo a una democracia escandinava, pero al abandonarlo a la carrera, el 15 de agosto del 2021, además de los casi dos millones de muertos, de los que nunca tendremos precisión, hay que sumar, no solo los miles de desaparecidos, los miles de víctimas por los benditos «daños colaterales», y los millones de heridos irrecuperables física y mentalmente; Estados Unidos permitió que se legitime, por una victoria militar irreprochable, al mismo régimen brutal, que intentaron destruir.
Ahora, con el derecho que dan las victorias militares, permanecerán en el poder, hasta que una hecatombe superior a la que vive Afganistán desde fines de la década del setenta pueda derrocarlos.
En términos concretos, el país, con sus treinta y siete millones de habitantes, sigue siendo la nación más aislada del mundo. A tres años de su victoria, el Talibán no ha conseguido, estabilizar su economía; después, Occidente cortará de cuajo la ayuda que cubría casi el ochenta por ciento de los gastos del gobierno anterior. A lo que se suman las sanciones internacionales, por las disposiciones del jefe del Gobierno afgano, el mullah Hibatullah Akhundzada, ha aplicado a las mujeres, cuyo acceso a la educación y el trabajo se ha retrotraído a los tiempos del primer gobierno (1994-2001), junto a la posibilidad de manejarse solas fuera de sus hogares, habiéndoles prohibido visitar parques, baños públicos, gimnasios y salones de belleza. Los que fueron clausurados en su totalidad.
Se ha detectado también que las tasas de mortalidad entre las niñas son un noventa por ciento más altas que entre los niños.
Lo que no solo afecta a la administración pública, sino fundamentalmente al desarrollo de los sectores urbanos, Kabul y alguna otra capital provincial, que se vieron beneficiadas por las inversiones, en su mayoría norteamericanas. Mientras que, en las áreas rurales, donde se encontraba la base de sustentación de la insurgencia, fue también el gran escenario de la guerra. Allí, los beneficios de la presencia occidental solo se registraban en todo lo que concerniera en la prosecución de la campaña militar, durante los primeros años y a partir del 2017, año que marcó el inicio de la gran ofensiva de los muyahidines que finalmente se concretó en el 2021.
La profundización de la crisis económica afgana, obviamente, deriva a una grave situación alimentaria y de salud. Mientras miles de funcionarios públicos, burócratas, médicos y docentes, prácticamente están sin sueldo, con una moneda, el afgani, que se depreció brutalmente frente al dólar y otras divisas, aunque la caída en estos últimos meses ha sido levemente amortiguada.
Según datos del Banco Mundial, el país perdió alrededor del 26 por ciento de su producto bruto interno en 2021 y 2022; mientras millones de personas cayeron en la pobreza, tras el regreso de los talibanes. Al tiempo que el cincuenta y cinco por ciento de la población padece niveles agudos de hambre. Por lo que la emergencia humanitaria se inscribe entre las más graves del mundo.
En la cuestión sanitaria, tras el cierre de cientos de centros médicos, la falta de insumos y el retiro obligado de miles de mujeres que trabajaban en ese ámbito, médicas, especialistas y enfermeras, se agravó de manera, en muchas áreas, de manera generalizada.
A este contexto hay que agregarle las expulsiones compulsivas desde septiembre del año pasado, que han obligado a entre uno y dos millones de refugiados afganos en Pakistán y en menor modo en Irán a retornar a su país. En muchos casos, después de décadas de exilio, familias integradas y cuyos hijos nunca han pisado su país de origen, han debido regresar prácticamente sin nada.
El fin de la «industria» del opio que, durante el interregno norteamericano, se había expandido masivamente, mientras que, tanto en el primer gobierno y ahora, los mullah han perseguido por cuestiones religiosas, expulsa a la desocupación a cerca de ocho millones de campesinos que trabajaban en torno al cultivo de la adormidera. Esta actividad en gran parte fue la gran fuente de financiación de los talibanes a lo largo de los veinte años de guerra, por lo que conociendo muy bien los resortes de la producción, elaboración y venta, le ha sido muy sencillo desmontar esa misma organización.
La infraestructura del país ha sufrido también el cimbronazo, en el cambio de régimen. La parálisis de muchas obras, particularmente en el sector hidráulico, quedó expuesta después de las grandes inundaciones; al tiempo que paradójicamente, tanto para el uso agrícola como de consumo humano, el manejo del agua, se está convirtiendo en otro grave problema. Para el 2021, el 48 por ciento de las viviendas carecían de acceso al agua; dos años después, el número había trepado al 67 por ciento.
Incluso se registran inconvenientes a la hora de extender todo tipo de certificados y documentación, como de nacimiento, matrimonio o pasaportes. Un ingrediente más que aproxima a Afganistán a la condición de estado fallido.
Pendientes de la unidad
La unidad es el requisito fundamental para que el Talibán pueda continuar al mando de la nación. De producirse algún quiebre, entonces sí el país se volvería a deslizar hacia esa hecatombe que mencionábamos más arriba.
Para esto sin duda trabaja, ahora Pakistán, un firme aliado de los Estados Unidos, que, ha usufructuado históricamente de la descomposición interna de sus vecinos del norte, habiéndose convertido en un factor de apoyo clave a los muyahidines y su larga lista de socios durante la guerra antisoviética (1979-1994) y de colaborar subrepticiamente con el Talibán en su guerra con Estados Unidos, conflicto del que salió beneficiado por ambas partes.
A poco tiempo de la victoria de los mullah, ya Islamabad comenzó a operar contra ellos, acusándolo de albergar organizaciones extremistas como Tehreek-e Talibán Pakistán (Movimiento de los Talibanes Pakistaníes o TTP), que opera desde territorio afgano, sin que Kabul pueda controlarlos, cuando muy bien conocen las autoridades pakistaníes que existen áreas fronterizas, de la línea Durand, que separa las dos naciones, que jamás han podido ser controladas por ningún gobierno.
En estos últimos tres años no han sido pocos los choques fronterizos, que incluso han dejado muertos y mucho, por lo que reprocharse de uno y otro lado. Tampoco es casual que el dron que ejecutó al emir de al-Qaeda y heredero de Osama bin Laden, Ayman al-Zawahiri, en pleno centro de Kabul, haya despegado de territorio pakistaní, a finales de julio del 2022.
Estos cortos circuitos entre Islamabad, y Kabul, fueron aprovechados por India, jurado enemigo de Pakistán, para establecer líneas de acercamiento con los talibanes por aquello del enemigo de mi enemigo…
Otro de los frentes con que se asecha al gobierno talibán, es la franquicia del Daesh Global, el frente Khorasan, que opera en el país desde finales del 2015, según fuentes iraníes, trasportado por helicópteros norteamericanos desde Siria al norte afgano, para generar un cisma militar-religioso en el interior del talibán.
En las mismas horas en que se desarrollaba la desordenada huida norteamericana de Kabul, se conoció que el exvicepresidente afgano, Amrullah Saleh, junto a Ahmad Massoud, hijo del comandante Ahmad Shāh Massoud, el antiguo líder de la Alianza del Norte, que participaron de la guerra civil, post retirada soviética, contra el Talibán, asesinado por estos, dos días antes del ataque a las Torres, lideran ahora un pequeño grupo que opera con extrema debilidad en el valle de Panjshir. Que solo es mantenido al rescoldo por Estados Unidos, por si llegado al caso, necesitará una fuerza leal en el interior del país, para legitimar una nueva aventura; ya que con el Daesh-K, la lealtad puede ser un poco más laxa, según la conveniencia de esa organización en el momento que la CIA la necesite. Como tantas otras veces, en otros escenarios le ha sucedido.
Las extraordinarias reservas de tierras raras, gas y petróleo, entre otros recursos naturales que duermen debajo de las sandalias del Talibán, son una tentación demasiado atractiva para que allí continúen, por lo que tarde o temprano, alguien que no es afgano, querrá beneficiarse con esas riquezas.
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