Enrique Obregón
Durante muchos años, a mí se me ha atacado por expresar mi forma de pensar acusándome de afirmar y defender lo que nunca dije ni defendí. Soy demócrata y lo he sido siempre, y como demócrata me expreso. Si otros me malinterpretan, por la razón que sea, solo les digo que, si pueden conversar sin insultar, dispuesto estoy a ello. Pero, en el campo de su lenguaje no me encontrarán.A pesar de lo que expongo, me obligo a dar una explicación general, teniendo que referirme a mi persona, lo cual nunca he usado. Por obligación impuesta, hablo de mí. Tal vez mañana me arrepentiré. Por el momento, me parece que me refiero a tantos que me han atacado y durante tanto tiempo.
No soy resentido, ni triste ni alegre. Simplemente no lo soy. Hablo a través de mis conocimientos y mi experiencia. Si algún privilegio he tenido han sido mis estudios, que la mayor parte de los jóvenes de mi tiempo no tuvieron. De hogar formado por una maestra y un periodista, fui pobre hasta los treinta años.
Desde los dieciocho años trabajo y me he mantenido siempre trabajando: desde maestro rural a profesor universitario y asesor del Ministro de Educación; desde jornalero del campo chapeando potreros, desyerbando cañales y hachero en la montaña a Embajador en Europa; desde notificador de una agencia principal de policía a Ministro de Gobernación; desde regidor municipal a diputado; desde empleado del Seguro Social atendiendo una ventanilla al público en el departamento de identificación al diputado que presentó y logró una reforma constitucional que declaró la universalización de los seguros sociales; desde aprendiz de mecánico hasta miembro de la Junta Directiva del Instituto Nacional de Aprendizaje, durante ocho años.
Los estudios superiores los pagué con mi trabajo, nunca le cargué esa obligación a mis padres. Desempeñé la función pública durante treinta y cinco años y me pensioné, pero podía seguir trabajando, entonces continué en la función pública con monto inferior a lo que podía obtener como pensionado. Finalmente, a los 67 años de edad, comencé a ser un pensionado de verdad. Tiempo después vinieron las reformas a las pensiones de lujo, y, desde entonces, recibo una pensión reducida en un 60%, o sea, que percibo el 40%. La pensión no la fijé yo sino la ley y nunca he protestado por el recorte.
Cuando hablo de gobiernos presididos por millonarios es resaltando la actitud natural, que recoge la sociología democrática. El rico piensa como rico y el pobre como pobre.
Como decía don José Figueres, “el que no vive como piensa terminará pensando como vive”. Si la democracia es el gobierno de y para los pobres debe ser gobernada por representantes auténticos del pueblo. Si un empresario gobierna, lo hará para las empresas. Eso lo sabe todo el mundo. Como con frecuencia hablo de la democracia, se me imputa de inmediato que el partido Liberación Nacional dejó de serlo y que yo me traiciono.
A mí nadie me da lecciones de moral política; y menos quienes se dedican a insultarme criticando las desviaciones ideológicas y morales de mi partido –las que fueron y las que no fueron- callando para siempre las desviaciones de sus propios partidos –las que fueron y siguen siendo-. He sido el crítico más grande que ha tenido el PLN, tanto de partidarios como de contrarios. Durante cuatro años, como diputado, cuando tenía que hacer crítica a los otros partidos, comencé por la autocrítica. Nadie dijo tanto por las desviaciones políticas y morales de mi partido como yo. Luego fui miembro del grupo de Patio de Agua, integrado por noventa valiosos intelectuales; la crítica más seria y valiosa que han hecho los adherentes de su propio partido, dirigidos por el Padre Núñez. Una crítica como ésta no la ha hecho nadie en Costa Rica; tampoco la social-democracia en otros países. En este campo de la autocrítica, somos los liberacionistas ejemplo.
Cuando hablo de socialdemocracia es en términos de doctrina, pero no me refiero a un partido que perdió su rumbo; y a ese partido, en la actualidad, no lo defiendo, sino que lo critico como es público y notorio.
Y todo esto lo digo porque soy el único sobreviviente del grupo que fundó el PLN. Levanto mi voz como el patriarca que no puede perdonar que hayan dejado caer tantas banderas y que se levanta diariamente indignado sabiendo que hay un millón de costarricenses con hambre, sin trabajo y sin un partido valiente y patriota que los defienda y proponga las soluciones que deben proponerse. Un partido que dé la cara por el pueblo.