70 aniversario de la abolición del ejercito: ¿vale la pena celebrarlo?

Ágora*

Guido Mora
guidomoracr@gmail.com

Guido Mora

Tenía la intención de escribir sobre la abolición del ejército, desde una perspectiva positiva. Sin embargo, las publicaciones en las redes sociales de algunas mentes mezquinas y cortas de entendimiento, propias de fanáticos que aún no superan la derrota en el 48 y que siguen sin comprender el impacto de esta acción, me hicieron cambiar de perspectiva.

Por eso decidí publicar esta reflexión.

A ver, poco importa si la idea fue de Fernando Lara Bustamante, de Alfredo Cardona o de José Figueres Ferrer. Lo cierto del caso es que José Figueres Ferrer, Presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República, General Victorioso y Líder del Ejército de Liberación Nacional, es a quien le corresponde firmar el decreto de Abolición del Ejército en Costa Rica. Así lo consignó la historia. Esa es la realidad. Es un gran triunfo de don Pepe, aunque sus detractores no lo quieran reconocer. ¿Acaso sale don Pepe acompañado con otras personalidades de la época en la foto en el Cuartel Bellavista?. Pues no, don Pepe era quien ejercía el poder político, le guste a quien le guste, o a quien no le agrade.

Nos relata Mauricio Castro en su columna Desde la Mina, publicada el día de ayer lo siguiente:

yo le pregunté a don Pepe el por qué decidió no tener ejército, y con esa sonrisa maliciosa que tenía dijo algo así:

“…el ejército es para pelear con los vecinos, nosotros no íbamos a pelear con los vecinos…

el ejército es para reprimir al pueblo, nosotros no íbamos a reprimir al pueblo…

el ejército está entrenado para pelear, cuando no pelea da golpes de Estado, yo no quería que me dieran un golpe de Estado…

Todas las razones son válidas. La valentía del acto y la trascendencia de la decisión nos ha llevado a tener un país diferente al resto de Centro América.

Otro comentario que leí por allí preguntaba: ¿ha valido la pena no tener ejército? o, ¿y de que ha servido no tener ejército?.

Claro que ha servido, desde luego que ha sido útil y ha valido la pena no tener ejército.

Los casi dos millones de centroamericanos de las clases más pobres, que se vieron forzados a abandonar su hogar (desplazados) o su patria (refugiados); más del 20% de la población total salvadoreña que fue desplazada dentro de las fronteras; los 3.500 nicaragüenses que migraron a la zona sur central de Honduras; los 14 mil mískitos, que habitualmente estaban establecidos del lado nicaragüense y que tuvieron que trasladarse a Honduras; los 1.000 refugiados guatemaltecos en Honduras; los 50,000-100,000 mil refugiados salvadoreños y guatemaltecos en Belice.

Los desplazados en Guatemala, en donde la guerra contrainsurgente desatada por el ejército contra las organizaciones populares y guerrilleras provocó según el “The New York Times”, para en abril de 1982 -un millón de desplazados, en su mayoría indígenas -la octava parte de la población total del país-.

La iniciativa del General Ríos Montt que implementó un modelo de reasentamientos para las poblaciones indígenas desplazadas: las «aldeas modelo» o «aldeas estratégicas» al estilo de las que se instalaron durante la guerra de Vietnam, en dónde, en cualquiera de esos asentamientos abundaban los casos de familias en las que algún miembro fue asesinado por el ejército en su campaña contrainsurgente: en el Hogar Rural de Rabinal (Baja Verapaz), promovido por el Centro de Integración Familiar, en algunos momentos se albergaban 7.500 indígenas, de ellos, 679 eran viudas y 1.612 eran niños huérfanos de padre.

La migración de entre 120 y 150 mil salvadoreños y entre 35 mil (ACNUR) y 60 mil (fuentes eclesiásticas) guatemaltecos que tuvieron que migrar a México, por la represión militar, en donde, según datos de ACNUR, entre 2 ó 3 de cada 10 refugiados salvadoreños eran «emigrantes económicos» y sólo pasaban por México hacia los Estados Unidos. Otras fuentes afirman que de los miles de salvadoreños que sobrevivían en México, sólo un 30% trabajaba y apenas un 50% estudiaba.

Para poner las cosas en claro, sólo en el conflicto salvadoreño los enfrentamientos entre el gobierno y los grupos insurgentes se cobraron la vida de “75,000 civiles y miles de soldados e insurgentes” y más de ¨un millón de personas fueron desplazadas dentro de El Salvador o se convirtieron en refugiados en Centroamérica, México o Estados Unidos”, según un artículo publicado en el American Historical Review en diciembre 2015.

En un artículo publicado en 2007 por el Instituto de Políticas de Migración (MPI) se estima que entre 1985 y 1990 aproximadamente 334,000 salvadoreños entraron a Estados Unidos. Miles de salvadoreños pidieron asilo político en los años 80, pero “se aprobó aproximadamente solo un 2% de las aplicaciones”. Como resultado de esta situación, muchos de ellos continuaron residiendo en ese país indocumentados, a pesar de que en 1986 el presidente Ronald Reagan firmara el Acta de Control y Reforma Migratoria que otorgó estatus legal a aproximadamente 146,000 salvadoreños.

Pero esta migración de los salvadoreños no sólo se realizó hacia los Estados Unidos. En 1985 el Comité de Derechos Humanos de El Salvador estimó que 120,000 salvadoreños estaban viviendo en México, 70,000 en Guatemala, 20,000 en Honduras, 17,500 en Nicaragua, y 10,000 en Costa Rica. Otros buscaron refugio en Canadá: la cifra de refugiados subió de 2,000 en 1981 a 25,000 en 1984.

Estos datos no son sólo del pasado. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR): la violencia que viven en la actualidad Honduras, Guatemala y El Salvador, resultado de la miseria, las repercusiones de los conflictos armados y el fortalecimiento de la delincuencia organizada, ha provocado un repunte en el número de solicitantes de asilo de centroamericanos. De acuerdo con las cifras del organismo, el año pasado había en todo el mundo unos 294.000 refugiados o solicitantes de asilo originarios de la región. Solo en 2017 se registraron 130.500 nuevas peticiones de asilo o refugio de centroamericanos, un 38% más que en 2016 y más de 11 veces las solicitudes presentadas en el 2011.

Más recientemente, tenemos las caravanas de la miseria, en donde miles de centroamericanos viajan hacia Estados Unidos, poniendo en peligros sus vidas y las de sus familias, para tener la posibilidad de trabajar y ganarse su sustento honestamente, porque las estructuras productivas en sus países continúan siendo tan desiguales, tan injustas y violentas como lo fueron hace 50 años.

¿Qué si valió la pena no tener ejército?. Los índices de crecimiento de Costa Rica entre 1948 y 1980, los índices de salud o expectativa de vida, comparables con los países desarrollados. La paz y la tranquilidad, la ausencia de asesinatos en manos de soldados, la ausencia de miles de violaciones, de masacres, de desapariciones y otras atrocidades que son comunes en manos de militares, capaces de cometer las peores barbaries que pueda revelar la historia.

Todo esto nos indica que sí, que sí valió la pena tener un país sin ejército. Nuestros antepasados lograron sortear, enfrentar y superar los retos que planteaba la realidad histórica del mundo que les correspondió vivir. Nos legaron por demás, un país pujante y orgulloso de su historia.

No fueron ellos los que fallaron. Y aunque no queramos reconocerlo, somos nosotros, como generación, los que hemos fallado al dar las respuestas que este país necesitaba, y que permitiera resolver los problemas del pasado reciente o del presente.

Somos nosotros quienes hemos permitido que este país se deteriore, por nuestra parsimonia, nuestra pasividad, nuestra complicidad con delincuentes y sinvergüenzas. Somos nosotros, los costarricenses del presente, quienes estamos entregando, por inútiles, un país deteriorado a las nuevas generaciones, quienes por rehuir al trabajo, estamos entregando a nuestra Costa Rica a manos de delincuentes y narcotraficantes.

Si, si valió la pena no tener ejército, pero hoy necesitamos mucho más, para hacer de Costa Rica, una Nación tan exitosa como lo fue en un pasado reciente.

Hace unos días visité el Museo Nacional, al final de la exposición, hay un espejo con la pregunta, ¿quién construye el presente y el futuro de este país?. En ese espejo, al ponerse de frente, se refleja mi figura, su figura o la que cualquier otro ciudadano, costarricense o no, que se ponga frente a ese espejo.

Esta imagen me puso a reflexionar y me dejo en la mente la pregunta: ¿estamos los ciudadanos contemporáneos haciendo lo que corresponde, para que los habitantes de la Costa Rica del futuro vivan de un país como el que hemos disfrutado los actuales generaciones de costarricenses?.

Esta es la pregunta que tenemos que contestar todos nosotros. Nuestros ancestros nos legaron un país del cual aún hoy día nos enorgullecemos.

¿Que estamos haciendo por las nuevas generaciones?

Si, si valió la pena no tener ejército y ahora, ¿qué debemos hacer por los futuros ciudadanos de Costa Rica?.

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* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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