La economía colaborativa se rebela contra Airbnb y Uber

Por Manuel González Pascual

La economía colaborativa se rebela contra Airbnb y Uber

Otra economía colaborativa es posible. El origen de este manido y mal usado concepto (la traducción correcta de sharing economy sería más bien economía compartida) tiene poco que ver con monstruos corporativos del tamaño de Airbnb o Uber. La cultura del código abierto y la horizontalidad de Internet posibilitaron el surgimiento de experiencias novedosas que suponían un desafío en sí mismo al sistema económico. Compartir ficheros de música o películas, armar de forma colectiva lo que con el tiempo sería la enciclopedia de referencia, ofrecer el sofá de casa a quien visite tu ciudad…

Eso fue solo el principio. La aparición del smartphone contribuyó más tarde a añadir nuevas capas a la idea original. Si el germen de la sharing economy fue explotar el potencial de la conectividad para poner en contacto a los usuarios y facilitar su cooperación, los teléfonos inteligentes aportaron inmediatez, geolocalización o imágenes en tiempo real. Todo ello ayudó a consolidar experiencias como el carsharing, mucho más ágil de gestionar desde el móvil que a través del ordenador. E impulsó el nacimiento de empresas cuyo modelo de negocio se sirve de esta estructura, originalmente ideada para operar de forma altruista (duerme en mi sofá si quieres, te envío mi CD de Radiohead para que lo disfrutes).

El tremendo éxito comercial de Airbnb, que ha llegado a convertirse en un problema manifiesto para ciudades como Nueva York, Ámsterdam o Barcelona, o el de Uber, cuya expansión y potencial de crecimiento han hecho que se valore en más de 70.000 millones de dólares, han acaparado buena parte del protagonismo de la también llamada economía de plataformas. Uno de los últimos estudios sobre el potencial del mercado (publicado por PwC) eleva a 570.000 millones de dólares el volumen de negocio que adquirirá la vertiente comercial de la sharing economy para 2025.

Por eso nos gusta tanto que haya eventos como OuiShare Fest, celebrado esta semana en Barcelona. Esta iniciativa ha reunido durante tres días a investigadores, activistas, emprendedores y otros expertos capaces de recordarnos que el movimiento de la economía colaborativa es heterogéneo, rico y no necesariamente neoliberal. Ofrecemos a continuación tres pinceladas de lo que hemos visto estos días en las instalaciones de Barcelona Activa.

Nosotros tenemos el poder

Empezamos con una declaración de intenciones. “Una idea socialmente irreprochable como el carpooling puede convertirse en un negocio neoliberal, como ha pasado con Uber. El bikesharing puede ser una ayuda para las ciudades o un incordio para los peatones, como se ha visto últimamente en China”. El profesor Ezio Manzini, experto en diseño sostenible y docente en universidades de todo el mundo, reivindicó el poder disruptivo de la acción en comunidad. Lo que puede verse como normal en una localidad, como por ejemplo un sistema para compartir libros de texto, puede ser transformador si se lleva a otros lugares.

“Hay que evitar perder la colaboración. De que esos lazos perduren o no depende que seamos realmente autónomos y colaborativos o funcionemos de acuerdo a esquemas neoliberales”, espetó. Y acabó con una sentencia: “Nosotros decidimos cómo se modela el futuro”. La plataformización de la economía es un hecho. Manzini propone que nos impliquemos como ciudadanos en el proceso.

El blockchain nos empoderará todavía más

En EL PAÍS RETINA hemos hablado mucho sobre el potencial de la tecnología blockchain. La cadena de bloques es el mecanismo que soporta la primera moneda (o mejor criptomoneda) descentralizada y autorregulada de la historia, el Bitcoin. Hay quien cree que el blockchain acabará definitivamente con la banca tal y como la conocemos.

Es difícil calibrar la repercusión que tendrá esta tecnología. Eso no es nuevo: cuando nació Internet era impensable vislumbrar en lo que se ha convertido 25 años después. Los expertos tienden a comparar los primeros pasos que da ahora el blockchain con el año cero de la Red. Hasta el momento se ha usado con éxito para crear criptomonedas, pero detrás vendrán muchas aplicaciones más.

La idea principal del blockchain (una base de datos descentralizada, un sistema en el que todas las partes tienen copia de cada transacción realizada) casa muy bien con la de la economía colaborativa. Su aplicación en entornos colaborativos podría agilizar todavía más los intercambios o gestiones entre pares. En los próximos años veremos iniciativas que combinen estas dos ideas.

¿Dónde están los límites de esta revolución?

Internet es la herramienta que ha conectado definitivamente a la sociedad global. Desde que se generalizó el acceso a la Red han proliferado los intercambios de bienes y servicios, tanto los comerciales como los altruistas. El flujo es tan tremendamente grande que es incontrolable. Para bien y para mal. Internet puede ayudarte a estudiar una carrera, pero también a fabricar una bomba casera.

O incluso a crear tu propia bacteria genéticamente alterada. Un antiguo investigador de la NASA ha creado un kit básico con el que cualquiera puede alterar el ADN de una bacteria mediante la técnica CRISPR. Las autoridades alemanas prohibieron a principios de año su venta en el país, al considerar que su uso podría contribuir a crear bacterias superresistentes. Un buen ejemplo de que todo pasa por la Red. Y de que conviene fijarse en el rumbo que toma lo que ahí sucede.

Fuente: retina.espais.com

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