La Rusia soviética según George Orwell

Pepe Gutiérrez-Álvarez

La Rusia soviética según George Orwell

Algunos de los historiadores que soportan mal el enorme prestigio de una obra como Homenaje a Cataluña, llegaron a escribir que había sido sobrestimada gracias a la “guerra fría”. Sin embargo, décadas después del final de esta, esa y otras obras de Orwell, lejos de caer en el olvido como ciertamente ha sucedido con otros autores, han sido revalorizadas y reinterpretadas. Una de las claves de su pensamiento fue la historia de la revolución rusa, tema de fondo de algunas de sus obras más celebradas.

En 1943, cuando el fin de la guerra parecía ya decidido y Orwell perdía poco a poco sus ilusiones revolucionarias ligadas a la contienda, regresó a su añorado terreno de la novela y comenzó a escribir con rapidez y agilidad el primer libro del que se sintió plenamente satisfecho, Animal Farm (Rebelión en la granja). Con él consiguió tres años más tarde la celebridad y la fortuna. Sin embargo, el libro no fue (ni mucho menos) bien recibido al principio y de ello era consciente Orwell, ya desde su incubación, como demostró en estas líneas escritas al profesor Gleb Struve: «Estoy escribiendo un librito que espero le divertirá cuando aparezca, aunque me temo no va a tener el visto bueno político y por ello no estoy seguro de que alguien se atreva a publicarlo. Tal vez por lo que le digo adivine usted el tema” 1/.

Por aquel entonces las democracias occidentales se encontraban en plena luna de miel junto al régimen estalinista, con el beneplácito de una izquierda que se veía legitimada desde la burguesía y desde el “comunismo” oficial. Era el momento en que se iniciaba la política de pactos históricos para el reparto del mundo y nadie, por lo tanto, fuera desde la derecha o desde la izquierda, se mostraba dispuesto a enturbiar el consenso con un libro que… aunque fuera una obra maestra, consideraban excesivo e injusto para un aliado tan sensible ante una sátira y ante el fantasma, quizá leve, del trotskismo.

Antes de aparecer por primera vez en Secker & Warburg, en agosto de 1945, el libro había sido rechazado por cuatro editoriales importantes. Estas negativas desesperaron particularmente a Orwell por todo lo que significaba para él y para las libertades. Durante un tiempo estuvo tentado de darle el original a un editor “trotskista” conocido por su integridad y audacia, pero quería que su libro tuviera la mayor difusión posible y no quiso aparecer como afín a la ideología del editor. También pensó en editarlo él mismo, “estaba dispuesto a pagar la impresión utilizando el cupo de papel que se le adjudicaba a la Whitman Press». Destinado a esta edición frustrada, escribió un prólogo titulado “La libertad de prensa”que luego fue olvidado en las diferentes ediciones que hicieron de este libro una obra famosa; en este prólogo se reflejaba detalladamente la posición crítica y desafiante de Orwell.

La primera puerta que se le cerró fue la de Victor Gollanz, que había publicado algunos de sus títulos anteriores y al que le ligaba un contrato preferencial. Gollanz se había declarado, dentro del laborismo, como abiertamente prosoviético —salvo durante un breve paréntesis de tiempo relacionado con el pacto entre Hitler y Stalin, y ya había rechazado en otra ocasión Homenaje a Cataluña. Orwell desconfiaba de su interés, por lo cual le advirtió en una nota: “Debo decirle que el texto es, creo yo, inaceptable políticamente desde su punto de vista (es anti-Stalin)». Gollanz protestó por la actitud de Orwell, ya que según parece su prosovietismo resultaba suspecto para sus amigos comunistas, pero el hecho fue que no se atrevió a publicar el libro. Un segundo editor, de adscripción liberal, se echó atrás ante la observación «de un importante funcionario del Ministerio de Información“ 2/.

Ante esta respuesta Orwell se indignó particularmente tanto por el hecho de que un departamento ministerial tuviera atribuciones para censurar un libro como por la cobardía que se daba entre los editores, cobardía que le parecía exactamente igual a la que existía entre algunos periodistas que se mostraban incapaces de decir la verdad en contra de las fuentes oficiosas 3/. George vio en ello una nueva demostración del “servilismo con el que la mayor parte de la intelligentzia británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa“.

Como ilustración de lo que pensaba escribió algunos ejemplos como los que siguen: «La BBC celebró el XXV aniversario de la creación del Ejército Rojo sin citar para nada a Trotsky, lo cual fue algo así como conmemorar la batalla de Trafalgar sin citar a Nelson“; en relación a la última obra de Trotsky, una biografía de Stalin que estaba imprimiéndose poco antes de la guerra y que fue inmediatamente retirada, Orwell comentó que “no hubo ni una sola palabra en la prensa británica, aunque la misma existencia del libro y su supresión eran hechos dignos de ser noticia“ 4/. Otro caso fue el de la edición de la obra cumbre de John Reed, Diez días que conmovieron al mundo y cuyos derechos había regalado al Partido Comunista británico, que más tarde “destruyó gran parte de la edición original, publicando después una versión amañada en la que se omitió las menciones a Trotsky, así como la introducción escrita por el propio Lenin. Si hubiera existido una auténtica intelectualidad liberal en Gran Bretaña, este acto de piratería hubiera sido expuesto y denunciado en todos los periódicos“ 5/.

Recordó cómo la izquierda que siempre había estado en contra de la pena capital apoyó los “procesos de Moscú” y cómo durante la guerra civil española se esgrimieron los argumentos más falsos para justificar la represión de la izquierda revolucionaria, Él, por el contrario, no había dudado nunca a la hora de defender la libertad de expresión y citó como ejemplo lo ocurrido durante una conferencia en el Left Book Club, cuando algunos de los presentes discreparon de él por defender el fin de la prohibición del diario del Partido Comunista británico en 1940, el Daily Worker; sus adversarios le replicaron rememorando la actitud de este diario durante el periodo del pacto nazi-soviético, considerándolo por ello “un periódico de dudosa lealtad y por tanto no debía tolerarse su publicación en tiempo de guerra”; Orwell argumentó con furia que sus posiciones debían de combatirse con la razón y no con la censura 6/.

Otro editor que lo rechazó fue su admirado T, S. Eliot —admirado como poeta, porque Orwell nunca pudo transigir con un hombre que se sintió hasta cierto punto identificado con el franquismo y que llegó a apreciar a Salazar—, que en aquel momento coincidía curiosamente con el clima prosoviético existente en el país. La opinión de Eliot sobre la obra era bastante notable, reconocía que Orwell había logrado una “obra literaria perfecta”, algo digno de Swift, pero no recomendaba la edición de un libro que fuera contra la corriente del momento. Para Eliot el compromiso editorial implicaba: «(La adhesión) a las tesis del autor, tanto en lo que reclama como en lo que rechaza; y el punto positivo, que interpreto como ‘trotskista’, no resulta convincente. Pienso que usted -Orwell- correrá el riesgo sin obtener en contrapartida el apoyo firme de algunos partidos—esos que critican a la URSS en nombre del comunismo puro y esos que, por el contrario, se preocupan por el porvenir de las pequeñas naciones- y, después de todo, sus cerdos son bastante más inteligentes que los otros animales y, en consecuencia, están más cualificados para dirigir la granja —de hecho no habría Rebelión en la granja sin ellos—; lo que no necesariamente tiene por qué aplicarse al comunismo sino a unos cerdos dotados de un mejor espíritu público” 7/.

Incluso su amigo, el laborista de izquierdas Aneurin Bevan, aunque no tuvo nada que ver con sus dificultades editoriales, expresó también su temor por las repercusiones políticas que podía tener su edición. Ésta fue la opinión generalizada de sus amigos políticos, entre los cuales ninguna voz significativa se alzó en su defensa. Curiosamente apenas ninguno de ellos dejó luego de respaldar la fobia anticomunista.

Como es sabido, Rebelión en la granja es una fábula que protagonizan los animales de una hacienda, explotados de la misma manera que lo son los trabajadores. En ningún momento de la obra hay la menor concesión a los “hombres“, representantes de la burguesía. Este aspecto, que ha escapado a los que sólo ven en el libro una sátira “anticomunista“ (identificando el comunismo con su negación estaliniana), queda bastante explícito: los “hombres“ son brutales y despiadados, mienten descaradamente cuando omiten todos los avances colectivos de la Granja Animal atribuyéndole una situación anárquica y ruinosa, así como prácticas de antropofagia, etc.

Al final, los “hombres“ se avienen a una coalición con el dictador y reconocen la capacidad de éste para oprimir a los suyos de la misma forma que ellos lo hacen con sus “clases inferiores“. Al final de la obra Orwell sintetiza magistralmente su visión de la armonía entre unos y otros: «Doce voces estaban gritando enfurecidas y eran todas iguales. No existía duda de lo que había sucedido a las caras de los cerdos. Los animales de afuera miraron del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible discernir quién era quién 8/.

Son los animales los que debían comprender esta situación en la que no era difícil encontrar cierta similitud con reuniones como las de Potsdam y Yalta. Antes de la revolución estos animales vivían subyugados y sin ilusiones por nada. Llegaron a someterse a los abusos de los burócratas en gran parte por miedo a que volviera el señor Jones, o sea, algo así como el Zar y los burgueses. Todo empezó a cambiar en la granja cuando Mayor, un anciano cerdo, los anima a la rebelión en un discurso en el que les hace tomar conciencia sobre su miserable condición, su falta de libertad, y les explica: «Pero ¿es eso realmente parte del orden de la naturaleza? ¿Es acaso porque esta tierra nuestra es tan pobre que no puede proporcionar una vida decorosa a todos sus habitantes? No, camaradas; mil veces no. El suelo de Inglaterra es fértil, su clima es bueno, es capaz de dar comida en abundancia a una cantidad mucho mayor de animales que la que actualmente la habita. Solamente nuestra granja puede mantener una docena de caballos, veinte vacas, centenares de ovejas; y todos ellos viviendo con la comodidad y dignidad que en estos momentos están casi fuera del alcance de nuestra imaginación. ¿Por qué, entonces, continuamos en esta mísera condición? Porque los seres humanos nos arrebatan casi todo el fruto de nuestro trabajo. Ahí está, camaradas, la solución de todos nuestros problemas. Está todo involucrado en una sola palabra: hombre. El hombre es el único enemigo real que tenemos. Quitad al hombre de la escena y el motivo originario de nuestra hambre será abolido para siempre“9/.

Los animales, animados por la arenga de Mayor, deciden insurreccionarse y hacer la revolución. Hay unanimidad entre ellos a excepción de una mula presumida y de un cuervo que representa evidentemente al clero. Éste había sido domesticado por el dueño de la granja y con su capacidad oratoria confundía a los animales. “Pretendía conocer la existencia de un país misterioso llamado Monte Caramelo, al que iban todos los animales cuando morían”. Casi nadie le creía, pero tenía la virtud de desanimar y de pregonar las ventajas de un retorno de los dueños; naturalmente se pone del Iado de Napoleón y los cerdos que le rodean. Los principios de la revolución estuvieron marcados por la valentía —en la que destacaron Snowball y Napoleón— 10/y el entusiasmo revolucionario. Los primeros logros no tardaron en mostrarse y los animales juraron fidelidad a unos mandamientos que todos debían respetar y que decían así: «1. Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo; 2. Todo lo que camina sobre cuatro patas o tenga alas es un amigo; 3. Ningún animal usará ropa; 4. Ningún animal dormirá en una cama; 5. Ningún animal beberá alcohol; 6. Ningún animal matará a otro animal; 7. Todos los animales son iguales».

La generosidad de esta primera etapa de la revolución fue tal que hasta las ratas, el animal más odiado por Orwell, fueron aceptadas por la colectividad que pronto descubrió que no era suficiente con derrocar a los opresores. Desde un primer momento, los cerdos se habían mostrado como la vanguardia de la revolución y también como los más aptos en cualquier situación. Fue entre sus dos dirigentes donde surgió la discordia. Todo el mundo consideraba a Snowball como el mejor y el más valiente, hasta que Napoleón, que siempre había mostrado cierta inclinación a oponérsele, le derrotó con un arma que había formado secretamente: una brigada de perros terribles que meneaban la cola delante de su jefe como lo hacían antes con el miserable señor Jones.

Desde aquel momento, todos los principios de la revolución comenzaron a ser distorsionados. Napoleón fue acaparando todo el poder hasta convertirse en una especie de monarca absoluto que nunca se equivocaba y al que habían de adorar. Cambió la historia y se atribuyó todos los méritos de Snowball y del colectivo animal, y cargó sobre sus hombros todas las medallas y títulos pomposos. Snowball se convirtió en el jefe de la “quinta columna“, en la encarnación del mal, capaz de hacer las peores maldades contra los animales. Los disidentes fueron obligados a confesar crímenes tan horrorosos como descabellados. Las ideas de ser solidarios con otras granjas fueron desechadas, había que construir la Granja Animal a mayor gloria de su Líder Máximo.

De esta manera y ante el estupor de los animales más sencillos que no se encontraban capacitados para cambiar las cosas, Napoleón y sus sicarios fueron invirtiendo el significado de cada uno de los mandamientos de ayer. El jefe indiscutible comenzó separándose el mejor pienso y, a imitación de los odiados opresores, fue usando ropa, bebiendo alcohol, durmiendo en cama, andando erguido como los hombres y afirmando que si cuatro patas estaban bien, dos eran mejor. El asesinato de otro animal quedó admitido sí era justificado, o sea, sí servía a sus propósitos. Finalmente, después de menospreciar el exceso de igualitarismo, los animales terminaron siendo todos iguales solo que ahora unos eran más iguales que otros. Los nuevos animales que nacieron olvidaron la Rebelión y a Snowball. La Granja mejoró considerablemente sus bienes, pero esto no enriqueció a los animales, en general, sino a los cerdos y a sus perros.

La obra fue un éxito extraordinario, hasta el punto de afirmarse que “muy posiblemente no haya habido en los últimos cincuenta años ninguna otra obra en Europa y Estados Unidos que haya influido tanto en las actitudes políticas de la gente de la calle» (Geoffrey Best). Para el mismo Orwell significó un cambio cualitativo en su carrera literaria: “Rebelión en la granja fue el primer libro en el que traté de fundir, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, el propósito político y el artístico”.

Orwell continuaba una rica tradición de literatura sobre animales, consiguiendo con gran maestría ilustrar sus ideas sobre el proceso revolucionario ruso. En su esquema no es difícil distinguir su conocimiento de algunas obras de Trotsky como La revolución deformada y La revolución traicionada 11/
aunque, como es habitual, él asume los contenidos a su manera. En esta novela se puede encontrar la fuerza intuitiva y crítica del autor y, cómo no, algunas de sus debilidades políticas. En líneas generales la trama se atiene parcialmente a lo que fue en realidad el proceso de degeneración de la Revolución rusa. Orwell describe con un extraordinario ingenio el irresistible ascenso de lo que Trotsky llamó el “Termidor soviético“, y es indudablemente más fiel a la historia que todas las versiones estalinistas que no soportan la menor constatación de la verdad12/.

La visión de Orwell fue la de un artista que trató, como pedía Trotsky ya en 1922, de satirizar un período histórico fundamental para la humanidad y cuya complejidad difícilmente podía abarcar en una obra de estas características. Sería quizás exigir demasiado a un autor tan personal como Eric Blair.

Con todo, y frente a los múltiples intentos de descalificar la revolución que se han dado en torno a la obra, hay que subrayar que nadie puede hacer un juicio sumario sobre la Rusia soviética con lo escrito por Orwell. Éste ofreció una versión llena de sugerencias e ironía, una sátira cruel contra el grupo dirigente. Pero, obviamente, no realizó una obra científica que diese una versión seria del carácter de la revolución rusa —que se justificó por ser el primer acto de la revolución mundial—, sobre el drama que conllevó su aislamiento y los desastres que tuvo que pasar a causa de una guerra civil que destrozó todas sus infraestructuras materiales y desmanteló en gran medida a la fracción más avanzada de la clase obrera y del partido. Napoleón-Stalin aparece así como el producto de la sed de poder y no como lo que fue. Tampoco queda demasiado claro el hecho de que a pesar de todos los pesares, algunas de las conquistas fundamentales de la revolución se mantuvieron.

Ulteriormente, diversos exegetas de Orwell —como el crítico literario liberal y antiguo «trotsko» Lionel Trilling—no han dudado en cuestionar y considerar como abusiva la utilización de los cerdos para representar a una élite dirigente que había sido la vanguardia de la revolución. Desde luego no fue la intención de Orwell descalificar a los revolucionarios, pero la imagen establece una contradicción, ya que la misma raza que patrocinó la revolución, es la que luego la traiciona. Teniendo en cuenta que la intención declarada por Orwell era dar su versión crítica de una revolución marxista traicionada y recuperar el nombre del socialismo rescatándolo de donde lo había hundido la burocracia, la imagen dual de los cerdos resulta, como hizo notar Eliot, contradictoria, ya que funciona a la perfección en la segunda parte, cuando va revelando el verdadero carácter de algunos “revolucionarios“, pero no ocurre lo mismo en la primera donde los cerdos son los mejores.

El contrapunto que ofreció Orwell entre la etapa utópico-revolucionaria y su degeneración subsiguiente resultó bastante convincente con la excepción de esa imagen dual que ofrecen los cerdos de la obra. Difícilmente se puede mantener que la raza de los bolcheviques estaba predestinada a la traición, ya que Orwell no ignoraba que la casi totalidad de los compañeros de Lenin fueron sacrificados por Stalin en aras del acuerdo entre el imperialismo “democrático“ y la URSS. El giro copernicano radicó, en su opinión, en la sed de poder de unos dirigentes y no se planteó demasiado los denominados factores objetivos. De ahí que, desde el punto de vista histórico, se le pudieran hacer a Orwell diversas objeciones, aunque nadie puede pretender que sus valores literarios dependan exclusivamente de éstas. No obstante, no se puede olvidar que este esquema que reduce conflictos sociales de gran complejidad y amplitud a la cuestión del poder, el poder y el poder, merece ser advertido porque explica obras como Rebelión en la granja y 1984, y porque resulta ser el “talón de Aquiles” de ambas. Orwell carecía de la preparación y la perspectiva, intensamente contradictoria, de un Trotsky, un Isaac Deutscher o un E.H. Carr. Esto no sería grave si sus dos últimos libros no hubieran sido manipulados, algo de lo que Orwell fue lejanamente responsable.

Naturalmente, antes del informe de Kruschev, difícilmente se podía esperar una actitud mínimamente abierta por parte de los partidos comunistas ante una obra como ésta: se trataba de un panfleto destinado a enturbiar las relaciones anglo-soviéticas, o cosas peores. Tampoco la derecha cultural fue mucho más seria. En particular en Estados Unidos —donde el libro obtuvo un gran éxito—, florecieron las opiniones de que se trataba de una fábula que demostraba que el socialismo podía ser muy bonito en teoría pero que era imposible en la práctica, ya que la revolución siempre terminaba devorando a sus hijos, etcétera, y se olvidaba que al fin y al cabo EE UU había nacido de un parto revolucionario, lo mismo que la Inglaterra moderna. Ninguno llegó a afirmar que el libro había sido escrito contra los laboristas y para ayudar a los conservadores en las próximas elecciones generales.

Este tipo de interpretaciones se consideraron muy raramente en Inglaterra, donde los críticos se mostraron obviamente mucho más rigurosos. La mayoría de ellos conocían la trayectoria socialista de Orwell y enfocaron sus análisis desde el esquema más correcto de la “revolución traicionada“. Pero los intentos de darle una interpretación reaccionaria no faltaron. Un crítico conservador, Robert Aickman, un poco más honesto con sus premisas antirrevolucionarias, entendió que la idea de la «revolución traicionada» no era consistente porque, desde su punto de vista, Orwell no había comprendido que «la propiedad privada es la condición esencial de la libertad individual; que la libertad individual es la condición esencial de toda otra forma de libertad; que la tentativa de vivir solamente de pan es el medio más rápido de encontrarse sin pan; que los expropiadores son expropiados; que la contrarrevolución comienza en el interior de la revolución. 13/.

Entre sus críticos quizás valga anotar que su amigo, el destacado novelista Ciryl Connolly, que conocía la afinidad de Orwell con Jonatham Swift, insistió —como la mayoría de los comentaristas— en la comparación con éste tanto por su sensibilidad y penetración como por la economía de palabras. Más adelante, Connolly desarrolló una apreciación también bastante antirrevolucionaria diciendo que, en definitiva, “toda revolución es traicionada, ya que la violencia necesaria para su realización puede implicar una admiración por esta violencia, lo que facilita el abuso del poder“.

Otros amigos suyos le felicitaron: para Arthur Koestler la obra mostraba que no se podía ser antifascista sin ser al mismo tiempo antitotalitario; Herbert Read le hacía saber el entusiasmo que había levantado en su hijo de siete años y medio, y finalmente, el marxista William Empson le escribía: «Se trata de una obra de lo más impresionante, con toda una gama de sentimientos y una gran economía de medios, con un estilo de bella limpidez. Lo he leído con sumo interés y, no obstante, pensándolo de nuevo y, sobre todo, discutiéndola con la gente, se comprende que el peligro de ese género de perfección es que logra tener un significado diferente según el lector. Nuestro Mr. Julián (su hijo), el niño tory, dice que le ha gustado mucho y que se trata de una buena propaganda tory. Ya sé que tu opinión es clara, los animales deberían haber compartido el poder en la granja. Pero el resultado es que este corral, con sus diferencias raciales insuperables, parece referirse a una escena soviética que tiene diferencias sociales también insuperables —de esta manera la metáfora deja entender que la revolución rusa fue siempre una tentativa patética e imposible—. Cierto es que en la historia los cerdos llegan a ser hombres, pero nada indica que los demás animales no puedan llegar a serlo también. Con esto no quiero decir que exista un – error en la alegoría. Pero creo necesario advertirte ( sin dejar de darte las gracias) que tendrás que esperar ser profundamente ‘incomprendido’ con este libro; éste es un hecho que por sí mismo significa que el autor dice más de lo que quiere con una obra que no está suficientemente acabada”. 14/.

Las contradicciones de la Granja Animal exigían unos grados de matización, de sutileza y de rigor de los que carece. El mundo de la “revolución traicionada“ no es tan claro como el que denunció Swift, con el cual puede ser comparado, pero siempre como un discípulo aventajado, nunca como el maestro que fue el autor de Los viajes de Gulliver, una obra que, por cierto, siempre tuvo Orwell al alcance de la mano para leerla y estudiarla.

A la luz de lo que ha ocurrido posteriormente, la debilidad teórica del socialismo de Orwell creo que es manifiesta. Como he dicho, siempre se mostró reacio ante el marxismo y es evidente que la filosofía del materialismo dialéctico le pareció demasiado obtusa. Su racionalismo no le impidió caer en una metafísica del antipoder con la que no era posible comprender una realidad como la soviética en la que concurrían tantos factores. Le obsesionó el hecho de que en nombre del socialismo se pudieran hacer cosas tan aberrantes como las “purgas“ estalinianas y se estableciera un orden jerárquico basado en una obediencia ciega, que llegaba no sólo hasta los militantes comunistas sino hasta la intelligentzia liberal que también traicionaba sus principios de defensa de la libertad y de la crítica independiente. Vio la realidad a través de un tubo unilateral y pudo así ofrecer una visión subyugante de uno de los aspectos más determinantes del estalinismo, pero se le escapó lo que estaba fuera de ese tubo. Fue esta unilateralidad la que dio pie a que tanto Rebelión en la granja como 1984 fueran unas obras «incomprendidas» y utilizadas contra el ideal que le era más caro, el socialismo.

En cuanto a 1984, esta fue bosquejada por Orwell mucho antes que Rebelión en la granja, pero necesitó de una mayor maduración. Entre ambas existe, por varios motivos, una estrecha relación y en gran medida se complementan, aunque el estilo literario entre una y otra sea divergente.

Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de viento sur.

Notas

1/ Citado por Bernard Crick en el prólogo a la edición de Rebelión en la granja y 1984, Barcelona, Mundo Actual, 1981, p. 13.
2/ «La libertad de prensa”, texto incluido en A mi manera p. 18.
3/ Su opinión sobre los periodistas era radical. En su columna “A mi manera”, en el Tribune, escribió lo siguiente al comprobar la indiferencia de la prensa ante la batalla de Varsovia (en la que las tropas soviéticas permanecieron pasivas ante la aniquilación de la resistencia polaca): “Ante todo, un aviso a los periodistas ingleses de izquierdas y a los intelectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años pueden estar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después volver repentinamente a la honestidad intelectual. Eso es prostitución y nada más que prostitución“.
4/ Este libro no fue publicado hasta finales de los años cuarenta, en plena «guerra fría». Como Trotsky lo dejó inconcluso, la editorial Harper encargó a un tal Charles Malamud que llenara los vacíos de Trotsky con comentarios anticomunistas. La viuda de Trotsky lo desautorizó. Ahora se ha publicado una edición revisada que rectifica todos los desafueros de Malamud.
5/ Después del XX Congreso del PCUS se publicó una versión completa de este libro en la URSS, donde había permanecido prohibido durante la era de Stalin. Gran Parte de su contenido es rebatida por notas que explican cómo Trotsky, Zinóviev, etc., fueron siempre unos antileninistas declarados.
6/ Al comentar este hecho, Orwell dijo que los autores habían aprendido de los comunistas. Esto resulta bastante injusto, la intolerancia estalinista es una extraña versión de la intransigencia religiosa o burguesa que le antecedieron y le acompañaron en el tiempo
7/ Bernard Crick, George Orwell. Une vie, Balland, París, 1982, p. 397.
8/ Rebelión en la granja, Barcelona, Planeta, 1973, p. 188
9/ Id., p. 13.
10/ Cuando Orwell se enteró que Stalin había permanecido firme durante la invasión nazi, rectificó la actuación de Napoleón haciéndole aparecer como un valiente.
11/ Editadas en España por Júcar y Fontamara respectivamente.
12/ En el transcurso del periodo estalinista, la historia de la revolución fue cambiando hasta que Stalin asumió la mayor parte de los hechos que en realidad habían protagonizado los principales dirigentes bolcheviques; en la versión postestalinista estos hechos se atribuyeron a un anónimo Comité Central Leninista. Ver Ernest Mandel. “Treinta preguntas y treinta respuestas sobre la historia del PCUS”, en la recopilación Sobre la historia del movimiento obrero, Barcelona, Fontamara, 1980.
13/ Bernard Crick, o.c.., p. 425.
14/ Bernard Crick, o.c., p. 426

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