Sylvain Cypel
“No transigiremos con los mensajes del odio, con el antisionismo, porque es la forma reinventada del antisemitismo”. No se sabe si, con estas palabras, el presidente Emmanuel Macron ha esperado ganar oportunamente los favores de Benjamin Netanyahu, a quien recibía en las ceremonias de conmemoración de la deportación de los judíos parisinos en julio de 1942, o si ha enunciado una convicción más profunda. Pero en cualquiera de los dos casos, se equivoca. Esperar seducir a Netanyahu cediendo a su verbo no es más que un engaño -preguntadle a Barack Obama lo que piensa de ello. En cuanto al fondo, la asimilación del antisionismo a una nueva versión del antisemitismo es un error funesto. Esta afirmación es una de las claves de bóveda desde hace decenios, de la hasbara, la propaganda israelí. Y cuanto más se hunde en la dominación colonial de otro pueblo, el palestino, más se repite la afirmación de que “antisionismo es igual a antisemitismo” para estigmatizar a cualquiera que critica esta dominación.
En sí mismo, el método consistente en deslegitimar la crítica demonizando a su autor es tan vieja como la política. Así, Joseph Stalin y sus émulos asimilaban toda crítica del comunismo soviético con el “fascismo”. Si los fascistas eran visceralmente anticomunistas, esto no hacía de todos los críticos del régimen soviético unos fascistas. Pero los estalinistas continuaban vilipendiando a sus adversarios, sin distinción, con este vocablo infame. Hoy, un Robert Mugabe, en Zimbabwe, califica regularmente a sus adversarios como “defensores del apartheid”. Que racistas patentados figuren entre los que denuncian al autócrata zimbaweño es evidente. Pero que todos los que le critican sean nostálgicos de la segregación racial es una acusación delirante y ridícula. Se podrían multiplicar los ejemplos.
Lo mismo ocurre con la idea según la cual el antisionismo sería la versión moderna del antisemitismo. En primer lugar porque el antisionismo no es una ideología muy definida. Históricamente, ha consistido en rechazar la idea de una solución nacionalista a la cuestión judía. Hoy, hay en Israel gente que se dice antisionista por simple hostilidad a una ocupación de los palestinos llevada a cabo precisamente en nombre del sionismo. Otros se dicen “postsionistas” porque a sus ojos, la ambición de sionismo era la constitución de un Estado judío, y su existencia anula con autoridad la necesidad del sionismo.
Conozco finalmente israelíes completamente sionistas a quienes repugna tanto la política de Netanyahu que se dicen honrados de ser tratados de “antisionistas” por un gobierno de extrema derecha racista y colonialista. Estos últimos llenan por ejemplo las filas de una ONG como Breaking the Silence, que reagrupa a soldados que denuncian los crímenes cometidos por su ejército contra los palestinos y que tiene entre sus dirigentes a oficiales del ejército y también a judíos piadosos. No son antisemitas. Son incluso el honor de Israel. Por mi parte, considero el sionismo como una cuestión filosófica obsoleta. En cambio, si el sionismo, tal como lo predica Netanyahu, consiste en exigir el reconocimiento de Israel para mejor impedir el derecho de los palestinos a la autodeterminación entonces soy antisionista. ¿Sería por tanto antisemita?
En definitiva, de que haya entre los antisionistas de hoy gente que proyecta sobre Israel su antisemitismo atávico o reciente no hay duda alguna. Pero que el antisionismo sea como tal una ideología antisemita es una idea infame y errónea. Y, además, hay algo más grave. Se da en Netanyahu no solo esta utilización abusiva de la acusación de antisemitismo, sino también la alucinante propensión a ponerse de acuerdo con verdaderos antisemitas cuando le conviene. En el momento en que Vd mismo, Sr. Presidente (de la República francesa), apoyaba su tesis, el New York Times publicaba un artículo de opinión de una periodista y traductora israelí, Mairav Zonszein, acusando abiertamente a su primer ministro de complicidad con el de Hungría, Viktor Orban, un hombre que deja proliferar el antisemitismo entre sus partidarios.
De hecho, desde París Netanyahu se ha dirigido a Budapest. Desde hace años el gobierno israelí reafirma sus relaciones con los gobiernos más reaccionarios de Europa Central. Ha apoyado con una gran comprensión la actitud del régimen húngaro en la reciente crisis de las personas refugiadas sirias. Netanyahu apoya también la campaña lanzada por Orban contra el financiero americano George Soros, cuya fundación favorece las iniciativas democráticas. Esta campaña es realizada con ayuda de argumentos que huelen a antisemitismo: Orban acusa a Soros de usar “dinero extranjero” para dañar a su país. En cuanto a los grafitis hostiles que proliferan en Hungría contra el magnate americano, muchos son inequívocamente antisemitas.
Esta relación entre la derecha colonial israelí que Netanyahu encarna -aunque ya haya gente más radical que él en Israel- y organizaciones que transpiran un antisemitismo más o menos manifiesto no es nueva. En los Estados Unidos, un polemista de extrema derecha como Glenn Beck, que también había insultado a George Soros con tintes antisemitas, había conseguido rehacerse una virginidad en 2011 visitando las colonias religiosas israelíes extremistas. En ellas fue recibido como un héroe (Beck es ante todo islamofobo). En cuanto al invitado de honor de la última cena de la Zionist Organisation of America (ZOA), una formación americana que agrupa a los apoyos de la derecha radical israelí, éste era un tal Steve Bannon, consejero cercano a Donald Trump acusado entre otros por su ex mujer de declaraciones antisemitas. El escándalo fue de tal magnitud entre la comunidad judía americana, que éste renunció a presentarse. Pero la ZOA mostró su solidaridad con él.
Asistimos hoy a un fenómeno sorprendente en esta deriva israelí. De doble vertiente, la acusación de antisemitismo está sometida ya a intereses contingentes. Uno: los antisionistas son todos antisemitas. Dos: los prosionistas son todos bienvenidos, incluso cuando son antisemitas. Quien defienda los derechos humanos en Palestina, es un antisemita. Quien sea islamofobo, si es también antisemita no tiene importancia. El precio a pagar en el futuro por esta locura puede ser muy elevado. Y respaldarlo habrá sido, según el adagio, más que un error: una falta.
http://orientxxi.info/magazine/non-m-le-president-l-antisionisme-n-est-pas-un-antisemitisme-reinvente,1954