Ahora se sabe que el presidente en la ONU hizo el ridículo

Humberto Vargas Carbonell

Humberto Vargas

Errare humanum est, sed perseverare diabolicum. Una frase en latín para dar cierta solemnidad al momento de presentar mis disculpas a las personas que, de alguna manera, consideraron justas mis apreciaciones sobre la actitud del Presidente en la Asamblea de las Naciones Unidas.

Estoy avergonzado de lo que entonces escribí.

Creí, en aquel momento, que se trataba un acto de dignidad política del gobernante y jamás pensé que se trataba, como ahora está confesado, de una vulgar e indigna maniobrilla diplomática. Se trataba de “tensar las relaciones” para alcanzar un mejor trato del Gobierno golpista de Brasil. Era una amenaza idiota, exactamente como querer asustar a un elefante con un pellizquillo.

Como enseña la sabiduría popular, es muy tenue la frontera entre lo sublime y lo ridículo. Los equivocados, como es mi caso, creyendo que teníamos ante nuestros ojos lo sublime, no atinamos a ver más lejos, en verdad el panorama nos enfrentaba a un acto brutalmente ridículo.

Debimos recordar que desde niños nos enseñaron que “por la víspera se saca el día” y si lo hubiésemos recordado no habríamos metido la pata.

Los ofrecimientos y los cambios sociales que ofreció el actual Presidente fueron tantos que posiblemente no tenga precedentes, pero no cumplió ninguno. Es un gobierno sin programa, sin orden y sin concierto. Es un gobierno que, como los famosos monos sabios japoneses, no ven, no dicen y no oyen. En el caso de este gobierno es que no quiere ver, ni oír, ni saber nada de las demandas populares de justicia social ni de la lucha contra la corrupción.

Es un gobierno para el desgobierno.

Mientras el Gobierno desgobierna el país está a merced de la derecha ultramontana que manda en la Asamblea Legislativa y que le tiene declarada la guerra a los trabajadores y todo el sector estatal de la economía.

Se está aplicando el llamado “programa de austeridad” impuesto por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros organismos internacionales, todos bajo el mando de los imperialistas norteamericanos.

A lo largo de muchos años los sectores progresistas han defendido la estabilidad fiscal. Esa política hoy carece de sentido. Los trabajadores deben priorizar, con toda su energía, la defensa de sus propios derechos, sin dejarse engañar. El sacrificio de los pobres es para hacer más ricos a los ricos y para garantizar las ganancias a los grandes bancos internacionales.

Es garantizar un paraíso terrenal a la corrupción.

A la ultraderecha parlamentaria les horrorizan las conquistas de los trabajadores pero a sus almas enfermas las llena de regocijo la explotación de los auténticos productores, los obreros y los campesinos.

Ninguna solidaridad con el Gobierno ni con la Asamblea. Es la hora en que los trabajadores organizados rompan con el gremialismo, se unan y se sientan parte de un pueblo que los necesita.

El pueblo está unido o está perdido.

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