Francisco Aguilar-de Beauvilliers Urbina
Michel Temer es uno de los políticos más corruptos de Brasil. Ha sido condenado por delitos de carácter político y debió haber estado impedido de asumir la presidencia. Sus veleidades dictatoriales se han demostrado desde que asumió el poder temporalmente. Personifica todo lo discriminatorio, todo lo pervertido, todo lo aberrante de su país. Una nación en el que las élites blancas y masculinas siempre han condenado a las grandísimas mayorías (negras, indígenas, mulatas, mestizas, femeninas) a la pobreza, a la servidumbre velada (fue el último país de América en abolir la esclavitud), a la exclusión social.
El proceso de “impeachment” estuvo viciado en todo momento. No hay duda de que hubo un golpe de estado; uno de esos con cariz de constitucionalidad que están de moda en Latinoamérica. El “impeachment” es un juicio; político sí, pero juicio al fin. No se garantizaron las normas básicas del debido proceso. No hubo delito definido con anterioridad (ni posteriormente) y sin embargo se aplicó una sanción a una persona, por algo que no es ilícito. Los senadores —transformados en jueces— no solo adelantaron criterio, sino que se vanagloriaban de ello. La defensa de Rousseff no pudo ejercerse. La Corte Suprema siempre estuvo al lado de los golpistas, presta a conculcarle sus derechos a la presidente legítimamente electa.
Después y antes del juicio ha habido violaciones graves a los derechos humanos por parte del régimen de Temer. Personas han sido asesinadas por las fuerzas del orden, por el crimen de participar en protestas. Mucha gente ha sido detenida arbitrariamente y torturada. Se ha perseguido a los opositores políticos. Hay colusión entre los poderes del estado para beneficiar a los amigos y aliados, así como para hostigar hasta más no poder a los adversarios.
Pero lo hecho por el presidente de Costa Rica y sus adláteres no tiene nombre. No porque no responda al sentimiento de un pueblo mal informado, manipulado e ignorante de los avatares de las relaciones internacionales como el nuestro. Pero sí, porque se comportó como alguien para quien los oscuros intereses propios son más importantes que el prestigio y la tradición de respeto en el campo internacional de que ha hecho gala Costa Rica. Porque él que tanto ha cacareado la neutralidad de Costa Rica —que es una obligación internacional autoimpuesta por nuestro país— la ha violentado estrepitosamente.
No porque se haya retirado junto con Venezuela y sus aliados cercanos. Pero sí, porque el acto era innecesario y es insultante. Es una conducta que afrenta a un país con el que mantenemos relaciones diplomáticas y al que hemos tratado (porque el presidente nos representa a todos) de una manera que sesgada y en apariencia tendenciosa.
No porque haya “dudas” acerca del golpe y sus consecuencias. A estas alturas no debiera haber dudas acerca del proceso espurio que ha sido el juicio político —con poco de juicio y mucho de politiquero— contra Dilma Rousseff. Desde que se iniciara el proceso en la Cámara de Diputados, el secretario General de la OEA, Luis Almagro manifestó que había “algunas inquietudes e incertidumbres jurídicas” y que cuestionaba “legalidad de las causas invocadas para el “impeachment”.” Manifestó que creía que se trataba de un golpe de estado y que pondría el asunto en manos de la Corte interamericana de derechos humanos. Decir que se paró y se salió de la sala de la Asamblea General por dudas no es una excusa válida.
Si había que protestar las violaciones a los derechos humanos, ni siquiera debió haber ido a Nueva York. El asiento de Costa Rica debió haber estado vacío permanentemente, a excepción de cuando hablaran cuatro o cinco representantes de países nórdicos. ¿Acaso no es equivalente la usurpación del poder en Venezuela, en donde se utiliza la constitución también para coartar los derechos de la ciudadanía como soberano? ¿Y qué tal en Nicaragua, en donde se ha destituido a todos los diputados de la oposición por no haber seguido las órdenes del presidente de un partido específico? ¿Acaso no asesinan más gentes impunemente las fuerzas del orden en México, como las matanzas de Tlatlaya, Ayotzinapa, Veracruz, Culiacán, etc.? ¿Y qué de los abusos policíacos en EEUU y la obliteración de culturas como la tibetana o la uigur en China? ¿Qué de las violaciones cotidianas a derechos básicos en Arabia Saudí?
Lo peor del caso es que Luis Guillermo Solís ha actuado con una contundencia inusitada por una mera duda acerca del proceso de “impeachment”(de acuerdo con los extraños comunicados que se han emitido). Pero ante pruebas contundentes en otros países ha actuado con complacencia o con vacilaciones insólitas. Si aún hubiese dudas (lo que me parece inaudito) y si se quisiese manifestar el malestar de Costa Rica debió haberse llamado al embajador de Brasil en Costa Rica a la Cancillería. Esa es la forma diplomática y prudente de haber expresado el malestar de Costa Rica. Jamás era levantándose la delegación en pleno y retirándose con espaviento y estrépito.
Por una foto que aparece en CRhoy, el presidente estaba acompañado de su compañera, del canciller González Sanz, del jefe de gabinete de este último, Christian Guillermet, y del representante permanente ante la ONU, el ex diputado Mendoza. Todos ellos debieron haber comedido al presidente. Esa es la función de los altos funcionarios diplomáticos y de los asesores presidenciales (supongo que era el caso de la primera dama para estar en la delegación). Sin embargo, ninguno refrenó al presidente, sino que más bien fueron parte de la comparsa (salvo Mendoza). Sobre ellos cae también la responsabilidad.
Tomado de Facebook