Ágora*
Guido mora
guidomoracr@gmail.com
Cuando en julio de 1979, miles de costarricenses celebramos la caída de Anastasio Somoza Debayle, jamás imaginamos que Nicaragua, 37 años después, se hundiría nuevamente, cayendo en manos de otro dictador.
Menos aún imaginaríamos que el grupo político que encabezó la lucha contra el tirano de entonces, sería el que reproduciría las prácticas y retomaría las formas de irrespeto a la ciudadanía, a las leyes y a la institucionalidad, por la que lucharon y juraron defender.
Entre 1921 y 1934, se libró una de las más duras batallas contra la Familia Somoza, terminando este período con el asesinato de Augusto César Sandino. Entre 1934 y 1956, año en que fue asesinado, Anastasio Somoza García manejó a sus anchas y con el absoluto apoyo del Gobierno de Estados Unidos, el poder en ese país hermano. Entre 1956 y 1979, miles de hermanos nicaragüenses murieron por defender las ideas de libertad, contra la explotación y la falta de democracia en esa Nación hermana.
Los primeros años, ante el saqueo de que fue objeto el vecino país, muchos dimos el beneficio de la duda por la ejecución de medidas económicas y políticas, dictadas por los integrantes de la Junta de Gobierno que asumió el poder a partir de julio de 1979. Muchos errores los justificábamos por su inexperiencia y el impacto de la Guerra Fría que aun prevalecía.
Con el tiempo, hemos ido perdiendo la esperanza y la fe.
La reelección continua de Daniel Ortega, las pugnas que han eliminado a los adversarios del traidor, el empobrecimiento, la ignorancia y la miseria en que viven sumidos los hermanos nicaragüenses, tres generaciones después del triunfo de la Revolución Sandinista, sólo han profundizado las dudas sobre el sistema político que prevalece en la hermana República de Nicaragua.
Con los años, paulatinamente se ha ido concentrando el poder y la riqueza de ese pobre país, en manos de Daniel Ortega sus serviles cortesanos.
Los grupos conservadores, antes aliados de Somoza, hoy son socios de Ortega y continúan expoliando al empobrecido e ignorante pueblo nicaragüense. Ignorante porque Ortega y sus secuaces prefirieron robarse el dinero o invertir en armas, antes emprender un verdadero programa de formación y educación.
Nicaragua es hoy día el país más pobre de América Latina, después de Haití. Con una tasa de ocupación del 69.7%, según cifras oficiales -que ocultan la migración de miles de ciudadanos a otras naciones-, la informalidad en la economía ronda el 80%, y el 39% de los nicaragüenses se encuentran por debajo de la línea de la pobreza, ganando menos de USD $1,84 dólares al día.
Estas últimas semanas hemos observado la sepultura final de la pseudo democracia nicaragüense: la descalificación, ante un fallo de la Corte Suprema en junio pasado, de la candidatura de Luis Callejas; la destitución de 28 diputados del Partido Liberal Independiente, acto consumado hace apenas unos días y la designación de Rosario Murillo, la compañera de Daniel Ortega, como candidata a vicepresidente, terminan de consumar el fatídico e inmoral acto dirigido por el tirano y traidor, contra los nicaragüenses más humildes.
No importa a Ortega que la Constitución Política de Nicaragua, en su Artículo 147 expresamente indique que “No podrá ser candidato a presidente ni vicepresidente de la república, los parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad, y los que sean o hayan sido parientes dentro del segundo grado de afinidad del que ejerciere o hubiere ejercido en propiedad la Presidencia de la República en cualquier tiempo del periodo en que se efectúa la elección para el periodo siguiente.” (El subrayado es mío).
Ahora resulta que el tirano argumenta “que esta prohibición no alcanza a su esposa”. Por otra parte, los organismos institucionales de ese país no tienen el valor de condenar esta acción ilegal y descarada. Como todo tirano, Ortega es propietario de las conciencias de los magistrados de la Corte Suprema o el Tribunal Electoral. Él y su esposa son quiénes, previa participación económica, deciden que se hace y que no se hace en el vecino país.
Como lo expresó un amigo ayer en su Facebook: “Ortega y Somoza, son la misma cosa”.
¡Qué pena!, ¡qué desgracia con los gobernantes de nuestros pueblos, que reciben el favor popular para guiarlos por la ruta del progreso y continúan sumiendo en la pobreza y la ignorancia a los habitantes de estos pobres países.
Ojalá que los nicaragüenses despierten de su letargo.
La tiranía perpetúa la miseria y la profundiza. Concentra el dinero en manos de los serviles de palacio y de sus socios. Mientras esto ocurre, los más necesitados tienen que migrar a las ciudades u otros países, para poder vivir y comer decentemente.
Pobre Nicaragüita, la pesadilla continúa.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.