Camilo Rodríguez Chaverri
Vito Sansonetti fue el capitán de la aventura: los italianos llegaron a Costa Rica después de la Segunda Guerra Mundial y Don Pepe Figueres les dio un espacio entre las montañas (“las filas” les dicen en la zona), en la frontera con Panamá. Ya había campesinos costarricenses ahí. Los labriegos ticos y los labriegos europeos convivieron y le dieron una personalidad especial a Coto Brus, uno de los cantones más hermosos y más pobres de Costa Rica. He recorrido todos sus pueblos, tomando fotos de sus templos. También he estado en sus pueblos indígenas, como La Casona y Mrusara (se lee Marusara).
Los indígenas no conocen las fronteras: hay cultura similar a los dos lados de la frontera; vienen los gnöbes buglés de la comarca panameña a coger café y hacen suyos pueblos como La Lucha; hay pueblos que no conocen tampoco las fronteras entre el cantón de Coto Brus y el de Buenos Aires. No entiendo por qué estos cantones pertenecen a Puntarenas. Deben ser parte de una nueva provincia, que se llame Esferas o Diquís. Coto Brus y Buenos Aires son dos cantones enormes, bellos, mágicos, majestuosos y muy pobres. Duelen la pobreza y el olvido en la Zona Sur. Parece que no fuera parte de Costa Rica. Parece como si no existiera para el gobierno ni para los políticos.
Vamos a mi tema favorito. De toda la Zona Sur, el templo de la finca de don Vito Sansonetti es la más bonita e imponente, para mi gusto. En las montañas que están al lado del pueblo de San Vito, santo de los migrantes, el templo denota el paisaje cultural italiano que trajeron los migrantes en su cabeza. Es un monumento a su nostalgia. Dice a un lado de la puerta, en un rótulo de madera, “Para los que dieron y no vieron”, para los migrantes que vinieron desde Italia, invirtieron su vida en la zona, botaron montaña, hicieron potreros, forjaron fincas, sembraron café y partieron al cielo antes de ver los resultados de esta colonia agrícola que es muy particular, sólo comparable con la colonia estadounidense, religiosa, de Monteverde, Santa Elena, Puntarenas, en otra de las zonas hermosísimas del país. El templo de la finca de Don Vito Sansonetti es pequeño, como una miniatura de muchos templos que uno puede apreciar en zonas montañosas de Italia. Es un templo diminuto, pero muy alto. Eso le aporta una gran esbeltez, una elegancia especial. Tiene unas ventanas de madera muy bonitas. Caben pocas personas. Es un sitio donde se siente a Dios, que tiene muy buen gusto. Por supuesto que a Dios también le gusta este pueblo, San Vito, uno de los más bonitos de Costa Rica.
Si no lo conoce, por favor conozca el embrujo y el encanto que tienen las montañas de Coto Brus y Buenos Aires, el mar de Osa, la vastedad de Corcovado, el mensaje cósmico de las esferas precolombinas, las playas de Pavones y Zancudo, Golfito y Puerto Jiménez. Punta Burica parece una zona panameña. Hay tanto abandono en el sur que le llaman “Sur Sur”. Aunque no parezca, el sur de Costa Rica también existe. Y le hace honor al nombre de nuestro país.