Camilo Rodríguez Chaverri
Pocos lugares tienen un nombre tan injusto como el Macizo de la Muerte, conocido popularmente como El Cerro de la Muerte.El nombre no fue mal asignado pero es cruel con una región tan preciosa del país.
Se le llama así porque por ahí pasaba la Picada Calderón, primera ruta para El Valle de El General, que originalmente se llamó La Quebrada de Los Chanchos, pueblo fundado por la familia Barrantes, antepasados de Monseñor Hugo Barrantes, primer obispo de Puntarenas y arzobispo emérito de San José. También Iván Barrantes, estratega de campaña de Luis Guillermo Solís, pertenece a estos Barrantes.
La Quebrada de los Chanchos es lo que ahora llamamos San Isidro de El General. Hay un pueblo muy antiguo en el valle, por lo que se llama General Viejo.
Volvamos al cerro. Aporto unas fotos de lo que queda del albergue que la gente usaba, muy cerca del cerro, donde la temperatura de día oscila entre los 2 y los 17 grados Celsius, pero por las madrugadas es usual que esté bajo cero.
Por eso muchas plantas amanecen como peinadas por el hielo.
Si está claro, desde el cerro se puede observar los dos océanos.
Es un sitio estratégico para que la señal de las emisoras de radio y los canales de televisión lleguen hasta la Zona Sur.
Hace tres décadas y media, cuando yo crecía en San Isidro de El General, sólo llegaban canal 7 y canal 13. En cuanto a la radio, solamente llegaban Columbia, Rumbo (hoy Sinfonola) y Monumental. Allá estaba Radio Sinaí, a cargo del Padre Álvaro Coto. Fue el primer sacerdote que me confesó. Eran los tiempos en que el Obispo de San Isidro era Monseñor Ignacio Trejos, con quien hice la Primera Comunión.
Hay gente que dice que lo feo de Pérez Zeledón es cruzar el Cerro de la Muerte. Para mí es una ruta mágica.
Suelo ir a cargar baterías al Albergue Tapantí Cerro, entre La Esperanza de El Guarco y La Trinidad de Copey de Dota, a la orilla de la Carretera Interamericana y a escasos minutos del Macizo de la Muerte. Está en el kilómetro 62 de la Carretera Interamericana.
Me encanta visitar los pueblos de la zona, fotografiar sus templos y su paisaje colorido y enano.
Amo el páramo. Lo he escrito antes. En el bosque de El Cerro de la Muerte uno camina entre los árboles jugando de gigante.
Dios pinta a mano las flores diminutas pero encendidas de ese bosque encantado.
Si uno madruga, puede ir con Martín Gómez a ver quetzales.
Martín y su compañera de vida, Yamileth, lo tratan a uno como si fuera de la casa.
¡Qué rica una aguadulce con ese frío! ¡Qué rica una olla de carne o una sopa de pollo!
Amo ir ahí a sentarme junto a una fogata. Amo cargarme de nuevo al lado de una chimenea. El fuego tiene una música especial.
Y hablando de eso, nada como la música de los árboles al amanecer. Cada árbol es un coro. Cada pájaro tiene la voz de Dios.
Esta vez, pasé dos días buscando el albergue de montaña que usaban los que fueron fundadores y colonos de El General. Mucha gente murió tratando de cruzar ese cerro. También tuve un convivio lindísimo con el consejo de evangelizadores de un pueblo mágico, Providencia de Dota, al lado del río Brujo.
Por ahora, concluyo diciendo que El Macizo de la Muerte debería llamarse Macizo de la Vida o Cerro de la Magia o Páramo Encantado.
Si quiere ir a la zona, le recomiendo el Albergue Tapantí Cerro, que tiene las benditas tres b: bueno, bonito y barato. La comida es riquísima y el sitio es acogedor. Ahí hice una fiesta de cumpleaños por el primer año de Joaquín y los cuarenta míos.
Los teléfonos son 2571-2051 y 6209-2131. Trabajan en familia. Trabajan Ana María y Karen, parte de la segunda generación. (Y el nieto, Santiago, juega con mi pequeño Joaquín).
Si tiene más tiempo, vaya a San Gerardo de Dota y pregunta por don Efraín Chacón, el fundador del pueblo. (En su hotel también trabajan en familia).
Y cuando pase por La Trinidad, a menos de un kilómetro de Tapantí Cerro, pídale a Dios conmigo para que no boten ese templo antiguo tan bonito. Ahí me amarré yo y casi me congelo.
La doctora Hazel Abarca aportó las fotos de este artículo.
Cuando paso en esa zona un par de días, refugiado en Tapantí Cerro, luego tengo un dilema durante una semana: en medio de las presas y la bulla de San José, llevo al páramo metido en la cabeza, atravesado en los ojos y en el corazón.