Luis París Chaverri
Hasta hace algunos años el Partido Liberación Nacional (PLN) fue una agrupación unida, con un planteamiento ideológico y programático sólido y claro, cuyos dirigentes tenían una gran vocación de estudio de los problemas nacionales.
Esa comprensión y práctica de la actividad política, permitía que el proyecto común prevaleciera sobre los personalismos y las desavenencias de sus principales dirigentes, lo que aunado a la fortaleza de sus liderazgos, constituía la ecuación ideal para aglutinar a los dirigentes de base y conformar una robusta maquinaria electoral en todo el país.
Pero de un tiempo para acá, los desacuerdos sobre su rumbo ideológico y el “canibalismo” entre sus dirigentes han erosionado su otrora cohesión.
Por un lado, la confusión ideológica mantiene un debate interno permanente en el que unos, nostálgicos del pasado, abogan por “volver a las raíces” y otros, más pragmáticos y consecuentes con el reformismo de la socialdemocracia, defienden la revisión y adecuación de su plataforma ideológica y programática.
Por otro, la preponderancia del electoralismo sobre los procesos de reflexión y estudio, repercute negativamente en la calidad de sus dirigentes y la virulencia de los procesos eleccionarios internos, en los que predomina el ataque desleal y artero al adversario, crea obstáculos para la reconciliación y genera exclusiones que debilitan los engranajes de su maquinaria y restan posibilidades electorales.
Aunque estos factores, confusión ideológica y “canibalismo”, son causas importantes de su debilitamiento, el problema de Liberación Nacional es, fundamentalmente, de credibilidad.
El rechazo actual de la gran mayoría de los electores tiene que ver con aspectos éticos y morales, con la desconfianza hacia sus dirigentes, porque la percepción, exagerada e injusta, es que la corrupción no es un asunto de unos pocos individuos a lo interno de ese partido y por ende la excepción, sino que la misma está institucionalizada y que constituye la regla.
En ese campo, es insuficiente lo que esa agrupación ha hecho y todavía tiene pendiente la tarea de realizar, además de una necesaria depuración, una indispensable reestructuración con señales inequívocas de mayores exigencias éticas y morales para quienes, a todos los niveles, dirigen esa organización política y aspiren a cargos públicos, así como de mejores controles que garanticen su observancia.
No obstante que la verdadera función de los partidos políticos, de sus dirigentes, es interpretar el sentir y pensar del pueblo, para ofrecer un proyecto que los contemple, estas incuestionables realidades todavía no han sido comprendidas por quienes dirigen actualmente la divisa verdiblanca, quienes han estado apostando su recuperación en los desaciertos del partido gobernante y que, a la ligera, han proclamado como un gran éxito los resultados obtenidos en las elecciones municipales.
Apostar un posible triunfo en el 2018, al fracaso del gobierno del PAC, es irresponsable y aventurado. A la administración actual le quedan aún dos años en los que su desempeño podría mejorar si logra aprobar las reformas fiscales este año, lo que le permitiría mantener la estabilidad económica, favorecida hasta ahora por circunstancias exógenas, y la opinión de los ciudadanos podría ser más benévola si termina el período gubernamental sin ningún escándalo de corrupción.
De todas maneras, aunque un descalabro del actual gobierno indudablemente le restará posibilidades al PAC, la mayoría del electorado, cuyo comportamiento cada día es más veleidoso, podría –si la oferta programática no convence y el candidato no es idóneo- optar por seguir castigando al PLN y apoyar alguna otra alternativa.
Con relación a los resultados de las elecciones cantonales para elegir las autoridades municipales de esas 81 jurisdicciones territoriales, estos no pueden ser base para asegurar haber superado la debacle del 2014 ni para augurar lo que pasará en las elecciones nacionales del 2018, precisamente por ser procesos totalmente diferentes, no comparables entre sí.
Además, la raquítica participación en los eventos del pasado 7 de febrero, la cantidad de partidos participantes y la elección por mayoría simple, fueron factores que favorecieron al PLN, pero ese escenario no será el mismo en unas elecciones presidenciales, donde hay menos abstencionismo, la lucha tiende a polarizarse entre los dos candidatos con mayores posibilidades de ganar y es exigido un mínimo del 40% de los votos válidos emitidos para declarar triunfador.
Los dirigentes verdiblancos deberían ser conscientes de que para ganar unas elecciones nacionales no basta con los votos de sus partidarios y que el esfuerzo por sumar más votantes pasa por una reestructuración sustantiva de esa agrupación, por un remozamiento, que garantice idoneidad en sus cuadros dirigentes, apertura a nuevos liderazgos y sobre todo observación estricta de los más elevados parámetros éticos y morales.
En caso contrario la esperanza que hoy invade a sus dirigentes será mañana solo un espejismo.
– Exembajador ante el Vaticano