Camilo Rodríguez Chaverri
En el templo de Sarchí se siente a Dios.
Hay una luz especial, sobre todo durante los atardeceres.
Detrás del altar, un cristo parece estar dormido.
Hay una energía fuerte. Como un viento chichoso que se abraza a sí mismo y anda saltando por todo el templo, anda toreando a su ansiedad.
Es un gigante. Cuida del cristo dormido durante el día.
De noche, él mismo duerme, pero ronca tan fuerte que los ángeles que custodian al cristo dormido (hasta en los aspectos divinos y del espíritu puede haber burocracia o acumulación de personal), lo enviaron a dormir afuera.
El Espíritu Santo encaminó al pueblo de Sarchí, que le construyó una cuna tan grande como él, una cama disfrazada de carreta, la más voluminosa del mundo.
En esa carreta colorida duerme el gigante que cuida del hermoso cristo dormido en el bellísimo templo de Sarchí.
No le tengan miedo. Es una criatura de Dios. Si anduviera por las montañas de San Jerónimo de Naranjo o de Sabanillas, en días de lluvia, sus inmensas huellas nos harían pensar en El Viejo del Monte, Pie Grande o El Abominable Hombre de las Nieves. Pero eso no ocurre porque duerme como un perro grande, desparramado y vagabundo, sobre su carreta. Parece un perro San Bernardo que se echa en un carretón de frutas o helados. Así que no nos prestemos para malos entendidos, chismes o cuentos.