La bufanda roja – Un cuento navideño
«Freiz Navad…» Eso es lo que oí cuando abrí nuestra puerta trasera aquella mañana de Navidad.
Un muy joven David L. Eppele estaba deslumbrado por la luz navideña, el árbol y los regalos. Yo estaba justamente en las que probablemente serían las mejores navidades que un 7 añero posiblemente podría tener.
Sabes, había una caja completamente llena de Caramelos caseros de la Tía Ellen, dos cajas de Manzanas (esas que son buenas de Farmington), un cajón de naranjas con el sello oficial de la ciudad de Pasadena, y un saco de 50 libras de piñones para mascar mientras yo jugaba con mi TREN ELECTRICO nuevo.
Después estaban los Caramelos de Navidad. Yo estaba tan ocupado que no me di cuenta de que estaba zampándome dos barras de caramelo al mismo tiempo!
¡Esta fue la mañana de todas las mañanas! ¡Era Navidad!
La cocina de leña estaba atareada emitiendo aromas que gritaban: «¡El pavo y la guarnición serán servidos a la hora!»
Ornamentos genuinos de cristal soplados a mano procedentes de Alemania brillaban suavemente en las ramas del árbol de navidad, y el aroma de los piñones tostados junto con el pavo era una completa sinfonía para los sentidos de este joven hombre.
¿Por qué sería justamente esa misma mañana cuando aprendí el verdadero secreto de comer una caña de azúcar clavada dentro de un agujero perforado en una naranja? Te ponías hecho un desastre… Y, ¿quién dijo que no se pueden hacer pequeños túneles con papel de Navidad sobrante, un poco arrugados pero eternamente bonitos? ¡Oh! Tan solo mira la matrícula de la locomotora eléctrica cuando está atravesando el túnel.
Creo que fue mientras me encontraba a mitad de mi aprendizaje sobre cómo conseguir que mi tren «Lionel» cascara piñones sin descarrilar cuando papi me pidió que abriese la puerta trasera. Yo estaba tan absorbido en la tarea de cascar nueces, que ni siquiera oí que hubieran llamado a nuestra puerta.
Al tiempo que corría hacia la puerta trasera, me apresuraba a abrocharme el cinturón de mi batín totalmente nuevo, justo como el de papá. Yo pensaba que iba bien con mis zapatillas nuevas. Lucía un par de pantalones vaqueros genuinos Levi´s y sería un descuido por mi parte si no te dijera que llevaba puestas 2 camisas nuevas y un par de guantes de piel. No estoy seguro si mi anorak para la nieve estaba recto o no, pero envolví mi cuello con una bufanda roja.
Abrí la puerta trasera de golpe, y, allí en frente de mí, estaba el Indio más viejo que yo creo haber visto. Su cara estaba arrugada y mojada. Sus manos casi moradas por el frío. El estaba a la pata coja, con un pie sobre otro, saltando sobre sus pies para librarse del frío.
«Freiz Navad» dijo. Yo no podía responder a algo que no entendía. No tenía ni idea de lo que decía ese hombre ni de lo que quería.
«Freiz Navad» dijo de nuevo, esta vez señalando un viejo y sucio saco de algodón que llevaba consigo… Yo seguía sin poder responder.
Me volví hacia la cocina donde mamá estaba haciendo esas cosas secretas para hacer las cenas de navidad tan fabulosas. Vi la sorpresa reflejada en su cara cuando ella vio quién estaba en el umbral de la casa.
«Joe, será mejor que hables con ese hombre…», dijo mamá.
Mi padre vino a la puerta trasera. Puso ambas manos sobre mis hombros mientras que, una vez más, oí al viejo decir «¡Freiz Navad!»
Mi padre hablaba suficiente navajo para entenderse. Oí unas cuantas palabras que creía comprender, pero no las suficientes como para saber lo que estaba pasando. El y mi padre hablaron durante 1 minuto, más o menos, y, después, Papa se volvió hacia mí y me dijo:
«David , ve, entra en casa y coge una bolsa grande de la tienda . Quiero que la llenes con manzanas, naranjas y algunas libras de piñones. Vamos a ayudar a este anciano. Es de Gamerco. Ha andado las 7 millas hasta nuestra ciudad por la nieve para llevar algo de comer a su familia. Dice que toda su familia está enferma y nosotros debemos ayudarle».
«Freiz Navad,» dijo de nuevo el anciano a la vez que señalaba su viejo saco.
Creo que fue en ese momento cuando finalmente comprendí lo que estaba pasando. El Hombre viejo nos deseaba, de la única forma que sabía, una Feliz Navidad. Estaba pidiendo Comida y Ayuda para su familia.
Corrí de vuelta a la salita y empecé a llenar la bolsa de la tienda con manzanas y naranjas que mi madre me pasaba. Incluso metí un par de esas cañas de azúcar y después un par más. Puse Piñones en la bolsa casi hasta cubrir la fruta. Después puse unas cuantas naranjas más para acabar de llenar completamente la bolsa. Mientras volvía vi a mi padre dar al hombre viejo un billete de cinco dólares.
Le pasé al anciano nuestra bolsa de papel y esperé mirando como transvasaba todas las manzanas, naranjas y piñones a su bolsa de algodón. Se le cayó una naranja. Me agaché a por la naranja que rodaba al mismo tiempo que el hombre viejo lo hacía. Sus manos cubrieron las mías por unos instantes. Me miró a los ojos y esgrimió una gran y desdentada sonrisa. !Oh, como brillaban sus ojos oscuros!
Yo me quité de mi cuello mi bufanda roja totalmente nueva y se la enrollé en el suyo.
Ahora bien, no lo supe en aquel momento pero seguro que mi corazón sabía que acababa de aprender algo muy importante, una lección muy valiosa… una enseñanza que llevaría siempre conmigo para siempre.
Es mucho mucho mejor dar que recibir.
¡¡FREIZ NAVAD!!
David Eppele
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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