Oscar Arias Sanchez
Helmut fue el más político de los intelectuales y el más intelectual de los políticos que he conocido. A lo largo de su larga y extraordinaria carrera él unió política con pensamiento, acción con reflexión. Puedo decir que fue un estadista hecho a la medida de su época, a la medida del mundo, a la medida del pueblo alemán. Un hombre que se distinguió, entre otras cosas, por haber expresado siempre lo que pensaba y por haber estado dispuesto a revisar sus ideas cada vez que los intereses de su pueblo así lo exigieron. Fue un socialdemócrata moderno y un canciller que gobernó en una de las épocas más convulsas de los años 70s. Dios le dio a Helmut Schmidt el recurso más escaso de todos: el recurso del tiempo. Durante sus 96 años de vida, pudo concebir y crear grandes proyectos, pero también verlos florecer y prosperar.
A Willy Brandt, el otro gran canciller alemán, lo había conocido unos años antes, a principios de la década de 1970. En 1976, como secretario internacional del Partido Liberación Nacional, acompañé al entonces presidente Daniel Oduber al congreso de la Internacional Socialista que tuvo lugar en la ciudad de Ginebra, donde elegimos a Willy Brandt presidente de dicha organización mundial. Tuve la fortuna de llegar a conocerlo muy bien y jamás olvidaré la sorpresa al verlo en la sala magna de la Universidad de Oslo, cuando en diciembre de 1987 recibí el Premio Nobel de la Paz.
A Helmut Schmidt lo conocí muchos años después, en 1990, cuando me invitó a participar en el InterAction Council (un club de ex jefes de estado y de gobierno) que él presidía, donde tuve la oportunidad de conocerlo muy bien, de entablar una amistad que creció con el tiempo, de admirar sus logros y estudiar su trabajo. El aliento de su conocimiento nunca dejó de sorprenderme, en economía y en filosofía, en historia y en literatura y, sobre todo, en la forma en que ejerció el liderazgo y su visión del mundo. Muchas veces busqué su consejo. Uno de los recuerdos que tengo más presente en mi memoria fue cuando, en el año 2003, le pregunté que pensaba él de que yo volviera a la política nacional para aspirar de nuevo a la presidencia de la República. Tajante como era, me respondió: “solo un idiota haría semejante cosa”.
Son muchos los gratos recuerdos que guardo de nuestras conversaciones. Recuerdo, por ejemplo, cuando me dijo que lo que más le había sorprendido de Leonid Brezhnev era su total desconocimiento de la literatura rusa: “Pienso que nunca leyó a Dostoievski”. Las reuniones anuales del InterAction Council las inauguraba con un tour d’horizon en el que nos hablaba de Estados Unidos, Europa, China, India, el Medio Oriente y el África Subsahariana. Siempre me decía: “a Latinoamérica no me referiré ya que no sé nada de ella y, además, ahí no sucede nada interesante. Usted y Miguel (Miguel de la Madrid) nos darán un informe sobre su región”. El excanciller era un ferviente admirador del vertiginoso desarrollo económico de China. Cuando le conté que tenía varios años de no visitar ese país me contestó: “Imperdonable. Tienes que ir cuanto antes Oscar. La mitad de las grúas de Alemania están en Shanghai”. Su recomendación fue acatada como una orden.
La última vez que vi a Helmut Schmidt fue cuando asistimos a la XXX Reunión del InterAction Council en mayo del 2012 en Tianjin, China. En esa ocasión le rendimos un homenaje por su destacada e incansable labor al frente de la organización como Presidente Honorario. Mis colegas, ex jefes de estado, me hicieron el honor de pedirme que las palabras en su honor las pronunciara yo y parte de lo que dije fue:
“En su libro Hombres y Poderes Helmut Schmidt escribió: de acuerdo con una ilusión bastante conocida, un estadista ideal es alguien que pueda desarrollar una visión conmovedora del futuro, pero que al mismo tiempo sea responsable de convertir esa visión en realidad. Dijo también que mientras esperábamos mucho de nuestros líderes, en 1962 parecía que alguien había emergido para llenar esas esperanzas y sueños. Para Helmut, esa persona era el joven presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. Para mí, esa persona era Helmut. Sin duda alguna, una de las estrellas de nuestro tiempo, cuya luz de sabiduría y liderazgo ha iluminado el camino de millones, está con nosotros aquí. Gracias Helmut por ser un maestro, un mentor y una fuente de inspiración para muchos líderes alrededor del mundo, así como para este humilde servidor de América Latina.”
Personalmente, sé que extrañaré la sabiduría que se escapaba por sus ojos, como el agua de un pozo colmado. Extrañaré el ejemplo que nos brindaba a todos los que de una u otra manera escogimos el camino de la política. Y extrañaré la relación que compartimos a lo largo de muchas décadas. Hoy le digo adiós en nombre de los miles y miles de hombres y mujeres que logramos compartir con este ser inmortal que transformó para siempre la historia de Alemania. Helmut Schmidt encontró su día claro, su ser libre, uniendo a los seres humanos en un solo puñado de hermanos. Hoy, en medio de ellos, se apaga su terca llama. Quienes durante tantos años recibimos su luz y su calor, propagamos esa llama por todos los confines de nuestra tierra, para que viva para siempre entre nosotros.