Camilo Rodríguez Chaverri
San Isidro de Dota es un lugar alejado y especial. Aunque pertenece a Dota, no hay camino desde Santa María. Tita es una famosa mujer de Dota, administradora de la cantina «La cueva del zoncho«, en la cabecera de Dota. Ella organiza expediciones en la montaña para llegar a San Isidro. Se tarda tres días «a pata» desde Santa María. La otra manera de llegar a San Isidro es por la costa. Se llega a Quepos, se toma el camino de Naranjito, se pasa por Naranjito y Londres. El siguiente río es la frontera entre las provincias de Puntarenas y San José. Lo que sigue es pasar por un pueblo famtasma: Cerro Nara de Tarrazú. Si se toma a la derecha en el único cruce más abajo, se llega a Quebrada Arroyo de Tarrazú, donde hay un bonito proyecto de turismo rural comunitario. En Cerro Nara conocí una escuela con una sola estudiante. ¡Había un maestro para una sola niña! Pero cuando volví, como tres años después, la escuela estaba convertida en un gallinero y en un vivero. Fue cerrada por falta de niños. Dos familias es todo lo que queda en Cerro Nara de Tarrazú. A la iglesia abandonada le crecen plantas hasta encima del techo.
El siguiente pueblo, y el último de este camino, es San Isidro de Dota.
Antes de llegar, hay que cruzar «por dentro» ocho cuerpos de agua, ríos, riachuelos y quebradas.
En uno de mis viajes a San Isidro de Dota, escuché jilgueros a la orilla del camino, frente al templo. En otro, dos tucanes se posaron en un árbol frente a esa iglesia.
Si tuviera que escoger un templo en Costa Rica al que es difícil llegar, el seleccionado sin duda es este templo.
Llegué hasta el tercer intento. En las primeras dos expediciones, las malas condiciones del camino me obligaron a devolverme.
Este rincón de Costa Rica me resulta fascinante. De los tres mil templos de Costa Rica que he fotografiado, este fue el que me costó más.
Como las primeras dos veces tuve que desistir, para la tercera ocasión me preparé mejor. Ante las pésimas condiciones del camino, dejé el carro a la orilla, a la mano de Dios, y subí caminando por unas cuestas de los once mil demonios, en medio de una soledad que me puso a pensar en que podían perderme los enanos.
Llegué cuando estaba a punto de botar el tapón. Subiendo las cuestas, casi dejo el motor botado.
Dormí en el corredorcito exterior del templo, en el diminuto espacio bajo el atrio.
Por dicha ahora el camino está mejor, y se puede llegar hasta el pueblo con cuidado y con paciencia. Es un paseo fuera de serie para los locos de las iglesias, como yo.