En su Gobierno, que fue de orden y de respeto, el Licenciado Esquivel Ibarra no aceptaba bromas de sus subalternos, ni regalos y era enemigo acérrimo del chisme y de la intriga.
En cierta oportunidad su señora esposa doña Cristina Salazar de Esquivel, gran matrona, pidió al exterior unos vestidos. Al llegar a la Aduana respectiva el paquete, el señor Administrador lo desalmacena, y para quedar bien con la Primera Dama de la República y con su marido el señor Presidente de la República, se lo envió sin póliza alguna no cobrando los respectivos derechos aduanales.
Al enterarse el Licenciado Esquivel Ibarra de lo sucedido, llamó por teléfono al señor Administrador y le dijo, con energía:
—»Hágale a mi esposa Cristina una póliza de desalmacenaje y cóbrele los derechos como si fuera un particular y no la señora del Presidente de la República!!!»…