Por Annette Birschel
Amsterdam, 6 feb (dpa) – El barrio rojo de Ámsterdam es conocido en todo el mundo. Las prostitutas ofrecen sus servicios exponiéndose tras unos ventanales, pero lo que hay detrás ha sido tabú hasta ahora. Un nuevo museo, «Red Light Secrets», desvela a partir de hoy todos los secretos.
En un antiguo burdel del famoso barrio holandés los vistantes podrán echar un vistazo tras las cortinas rojas, señala Jan-Dick Heijs, uno de los impulsores de este nuevo museo, el primero dedicado a la prostitución.
Millones de turistas de dentro y fuera del país recorren todos los años las pequeñas calles y canales en el casco antiguo de la ciudad donde se encuentran estas vitrinas. Bajo una luz de neón roja allí están día y noche mujeres sentadas en un taburete luciéndose con escasa ropa para ofrecer sus servicios.
Pero lo que sucede tras las cortinas rojas lo saben únicamente los clientes. Ahora el museo muestra muchas de las piezas encontradas o que han sido olvidadas en esas habitaciones, como una cartera, una cadena de oro con una cruz, una dentadura o un calzoncillo.
El museo busca satisfacer la curiosidad del visitante pero también informar. Una mujer que baila sensualmente en una pantalla atrae al espectador a esta antigua casa situada junto a un canal. Las empinadas escales dan a uno de los famosos ventanales. La calefacción está al máximo. «De lo contrario las mujeres no podrían aguantar con este frío», explica Heijs.
Tras la cortina están las salas de trabajo. Se trata de habitaciones estándar de paredes alicatadas, donde impera el desorden y se puede ver un pequeño catre, una descolorida toalla amarilla y un enorme oso de peluche. Las habitaciones fueron decoradas con la colaboración de asociaciones de trabajadoras del sexo, que también colocaron a la vista condones, trapos de cocina o laca, por ejemplo.
Una prostituta paga un alquiler de unos 150 euros (200 dólares) por usar una de estas pequeñas habitaciones durante seis horas al día. Por cliente gana entre 30 y 50 euros (40 y 67 dólares) informa un PC al visitante. «Queremos mostrar que la prostitución es un oficio normal», dijo el director del museo Melcher de Wind.
Sin embargo la realidad es a menudo bien diferente. Según los estudios de la ciudad, muchas de las cerca del millar de mujeres que trabajan en el barrio rojo se ven obligadas a ello ya que son víctimas de la trata de blancas y de la violencia.
La situación puede resultar incómoda cuando se llega a la «sala de la confrontación». El espectador se sienta sobre un taburete, como el que utilizan las prostitutas en su ventana, y a través de una pantalla de vídeo se le acercan cientos de hombres que pasan por delante mirándole. «No queríamos generar lascivia, ni crear un falso romanticismo, pero tampoco juzgar a nadie», señaló el director.
Pero ahí no acaba la diversión. En el salón de lujo hay una cama enorme, una bañera XXL y chamapaña. En la fría sala sado-maso en negro brillan los accesorios de acero y hay una camilla de torturas que el visitante puede usar, pero sólo para hacerse una foto de recuerdo.