Especial para Cambio PolíticoMisión: La esquina de Eusebio Dónde: Madrid, España (ver mapa) |
Raudo acudió este Cronista a comprobarlo y luego de cruzar la mar océano dirigióse al local en cuestión, al cual es fácil llegar por la eficiente red de carruajes subterráneos de la capital de los reynos, sólo hay que tomar la línea circular, que se identifica con el color gris y el número 6 y bajarse en la estación “Puerta del Ángel” (un nombre más que apropiado). Allí sale uno directo a la calle Caramuel, que es del tipo de lo que aquí llamamos boulevard, no hay cómo perderse porque la calle comienza justo en la intersección en donde está la estación del metro, camina uno cuatro cuadras y al llegar a la esquina, obviamente se va a encontrar “La esquina de Eusebio”
El lugar es pequeño, y salvo una media docena de bancos en la barra no hay más lugar adonde sentarse. Obviamente, nadie llega a sentarse allí. Un poco más adentro hay un pequeño salón raramente decorado con cabezas de animales y herramientas antiguas, bueno, por lo menos el fuerte de Eusebio no es la decoración. El fuerte es la comida y el lugar se llena a reventar, porque una vez servida la bebida, de la cocina comienzan a salir ilimitadas bandejas con comida, que son pasadas entre los comensales para que a todo el mundo le toque algo. Obviamente el chiste es quedarse cerca del punto de salida, pero no siempre se consigue, según la cantidad de parroquianos que haya, que no es raro terminen llenado también las aceras, con lo cual el ruido, o mejor dicho, el jolgorio, es inimaginable.
Las viandas más usuales son los llamados “montados”, rebanadas de pan con algo encima, este Cronista se dio cuatro gustos comiendo chorizo, jamón, anchoas, tortilla, patés, magreta con queso, ensaladilla rusa, sobrasada, lacon, queso azul, en fin….; además de vez en cuando salía algo más calientito, como unos choricitos al vino o unas empanadillas. El asunto es sin miseria y son las mismas saloneras la que lo animan a uno a comer todo lo que quiera, la velocidad con que sale la comida también es impresionante, con la rigurosidad científica que lo caracteriza, este Cronista llegó a determinar que le ofrecían a uno comida nueva por cada 100 cl de birra consumidos, o sea, tres rondas por botella, nada despreciable.
Para los de verdad hartones, además se puede ordenar comida de verdad, debajo del mostrador hay unos trozos de carne con dimensiones prehistóricas, que se los asan a uno en una parrilla empotrada en la pared detrás del mostrador, el olor que sale mientras se cocina es apenas para tener que pedir otra, la parrillada de solomillo es lo más caro del lugar: 15 euros (unos 11.000 colones), pero comen cuatro. Y a nivel de precios, para los niveles europeos y aún los costarricense más que razonables, la cerveza sale a dos euros (el equivalente de unos 1500 colones) incluyendo el derecho a la comida ilimitada…
Una particularidad que tiene el lugar es que como resultado de la globalización, el mesón ya no es atendido por los típicos cantineros que gritaban a todo pulmón “Eh Manolo, que salen un par de cañas!”, ahora son una muchachas rumanas, algunas de muy buen ver, y que hablan español con un curioso acento. Si uno tiene suerte, lo atiende el mismo Eusebio en persona, un portugués con un montononón de años de vivir en Madrid, quien por supuesto, es el que más insiste en que uno le entre a la siguiente ronda de comida.
En conclusión, qué se puede decir? Los dioses del Olimpo la harían su casa. Obviamente, a nivel de calidad hay lugares mejores, pero en cantidad, difícilmente de este lado de la Vía Láctea haya un lugar que supere a “La esquina de Eusebio”. Sólo no queda lamentarlos por los ocho mil kilómetros que nos separan.
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