Especial para Cambio Político
Misión: Kaimana Pub |
Ir a Patrullar un fin de semana a la Isla de Pascua es de lo más fácil, sale como irse para Jacó, sólo que un poquito más lejos. El viernes, justo a la salida del trabajo, se toma alguno de los aviones que salen para el sur a la cinco de la tarde y haciendo escala en Panamá; Bogotá o Lima, vuela uno toda la madrugada y está llegando a Santiago de Chile a primera hora de la mañana del sábado, justo para hacer conexión con el ventiúnico vuelo que hay a la Isla de Pascua, así que después de apenas seis horillas más de viaje llega uno justo comenzando la tarde, se puede hacer algo de turismo para que no digan que uno es un beodo perdido y se tiene el sábado por la noche para recorrer las pocas calles con los pocos bares del pueblo de Hanga Roa. El domingo en la mañanita se puede descansar o comprar recuerditos para que no digan que uno es un estaca y ya el mediodía se coge el avión de vuelta, que llega a Santiago en la noche, justo para conectar con el vuelo de regreso a Tiquicia, volando toda la madrugada del lunes para llegar tempranito en la mañanita, apenas para llegar al brete a tiempo. Full fin de semana sin tener que gastar vacaciones!
Primero hay que hacer una ambientación. La Isla de Pascua o mejor dicho Rapa Nui, es parte de la Polinesia y sus habitantes nativos son de origen polinesio, como en la Isla de la Fantasía. Pero pertenece a Chile, país que desinteresadamente se anexó la isla a finales del siglo XIX obviando el pequeño detalle de consultarle a sus habitantes. Así que para un patrullero resulta muy fácil incursionar en este lugar, pues a pesar de los nueve mil kilómetros de viaje se habla el mismo idioma, aunque con ese extraño cantadito que termina todas las frases en “¿no es cierto?”. Lo otro es que se trata de un lugar pequeñito, de 24 kilómetros en su parte más larga y tiene apenas cinco mil habitantes que viven en una única ciudad, Hanga Roa, que es como estar en Puerto Viejo de Limón o Montefuma, o sea, un lugar bastante rústico poblado de unos pocos nativos y un montón de atorrantes de todos los rincones del mundo. Lo cual conforma un caldo de cultivo ideal para una Patrulla, pues eso también significa montones de expendios de licor en relación con el tamaño de la población y acceso a comidas exóticas provenientes de muchas latitudes. La última advertencia, de rigor, es que obviamente en la Isla de Pascua no hay bocas en los bares, pero para efectos científicos, esta Crónica ha buscado lugares de tipo informal, caracterizados porque hay gente que llega sólo a tomar guarito y porque sirven comidas livianas para acompañar las bebidas tonificantes.
Ubicarse en Hanga Roa es muy fácil, pues prácticamente sólo se encuentran bares en las dos calles principales del pueblo. Comenzamos por la avenida Atanu Tekena, la “avenida central” de Hanga Roa y había que comenzar donde Tía Berta, el lugar adonde van a comer los lugareños, la tía en cuestión es una señora enorme que es la mejor propaganda de lo rico que cocina, el lugar es famoso por sus empanadas y nos comimos una de atún y otra de mariscos, enormes en tamaño como su creadora y con una pasta y un relleno deliciosísimos. Luego entramos a un lugarcito típico polinesio muy recomendado llamado Kaimana Pub, en donde nos sedujo probar un ceviche polinesio, hecho con pescados locales en leche de coco, con arroz, camote, pan de pita y salsa pebre, esta última es la salsa picante que está de moda en Chile, una verdadera delicia, lo mejor de todo es que cuando la famosa Ruby, la dueña del lugar supo de nuestra procedencia, nos contó que había estado en Costa Rica y que la trataron por acá como a una reina, razón por la cual nos chineó con demasía, lástima que no nos pudimos quedar porque había que continuar con nuestra noble labor. A las pocas casas había otro de los famosos de la isla, el Marau Bar Fusion, en el cual nos encontramos el infortunio de que había una fiesta de cumpleaños llena de bombas y lacitos, así que nos limitamos a probar una de las deliciosas originalidades de su menú, unas papas Marau, que son papas fritas con pollo salteado en aceite de sésamo, salsa teriyaki, aros de cebolla en panko (empanizado japonés, como el del tempura) y salsa de verduras, las cuales acompañamos con una cerveza de Tahiti, que no fue nada del otro mundo, la comida sí lo fue. La otra calle principal del pueblo es la Te Pito O Te Heuna, que en cristiano significa precisamente “ombligo del mundo”, en unos de sus extremos, frente al mar está La Kaleta, un lugar lindísimo, prácticamente encima del agua, ideal para ver atardeceres, pero con una atención pésima, un mal que es propio de todo Chile, dado que el salonero nos ignoraba, tuvimos que recurrir al dueño, quien nos recomendó un chupe de jaiba, el chupe es una sopa de origen inca que se hace con pan y la jaiba es una cangrejo local, la buena calidad de la comida compensó la espera. Yéndose tierra adentro por la misma calle llegamos luego al Kuki Varua, un lugar propiedad y bien atendido por polinesios, en donde nos olvidamos de la mala experiencia del lugar anterior, aquí nos ubicamos en un balcón con vista al mar y probamos un pastel de langosta y mariscos, un verdadero levantamuertos. La Patrulla terminó en el Chez Ramon, que a pesar de su nombre fue el lugar más rústico que visitamos, ni rótulo tiene y al momento de llegar los dueños habían vuelto el rótulo para adentro, pero igual interrumpieron su festejo para atendernos, aquí probamos una empanada de atún, que estaba también muy buena, y un ceviche Rapa Nui hecho con kana kana, un pez blanco local semejante al rodaballo.
Sólo hay un pequeñito problema en Rapa Nui. No es la distancia, para un patrullero que se precie, las horas de viaje no son obstáculo. Pero sí está relacionado con la distancia, pues dado que todo lo tienen que traer por avión en un viaje que es más largo que de San José a Nueva York, todo es muy caro, a excepción de las empanadas que salen a unos 2500 colones el resto de la comida y las birritas cuestan el doble de Costa Rica. Y tan rica la comida…
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VALETE ET INEBRIAMINI