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A finales del siglo XVII, los compositores se aplicaron en una nueva forma musical, el concierto, que les posibilitaba desarrollar todo tipo de contrastes y tonalidades, y agrandar la extensión de la obra a la que se podía dividir en movimientos autónomos. Una de las más afortunadas variantes de la nueva forma fue el concerto grosso en cuya estructura definitiva tuvo gran parte Antonio Vivaldi (1678-1741), quien supo aprovecharse de los frutos sembrados por sus predecesores, entre ellos Corelli.
En general, los conciertos del maestro veneciano son atractivos por la frescura de sus melodías, su vigor rítmico, su hábil tratamiento del colorido solístico y orquestal y la claridad de su forma. Más de la mitad están dedicados al violín (uno o varios) y otros muchos a instrumentos de viento. Habitualmente presentan el esquema tripartito allegro-lento-allegro y alternan los tutti orquestales con el solista, manteniendo una cierta tensión entre ambos y siempre destacando la personalidad dominante del protagonista y su virtuosismo frente al grupo orquestal.
Pocos compositores han visto restituida su fama tan tardía y prontamente como Antonio Vivaldi. Durante casi dos siglos permaneció su producción en el olvido y desde mediados del siglo XX su música fue situada entre los más altos estadios de la creación artística. Este temporal olvido propició un halo de leyenda alrededor de la figura del compositor, más o menos fundamentado en los escasos datos de su biografía que conservamos. Fue un hombre singular, sin duda, pues, siendo clérigo, no ejerció como tal, y nunca sabremos si porque realmente estaba enfermo de asma, como él apuntaba en sus frecuentes excusas, o porque no le satisfacían las obligaciones que la vida religiosa le imponía. Denostado con frecuencia por los propios músicos, fue admirado por otros muchos. Como maestro de capilla en el Pio Ospedale della Pietá, tuvo a su cargo, durante prácticamente la totalidad de su vida, una orquesta de jóvenes muchachas que despertó la admiración de cuantos visitaron la mágica y cosmopolita Venecia del XVIII, ciudad en la que la vida musical era tanta, que un talento excepcional como el del Cura Pelirrojo hubo de batirse con firmeza para que su producción tuviese el eco que realmente merecía.
Hoy pueden atribuirse a Vivaldi cerca de setecientas cincuenta obras, tanto vocales como instrumentales. Desgraciadamente, muchas de sus óperas son desconocidas en nuestros días, bien porque se han perdido, bien porque no tenemos de ellas más que algún dato casual. Pero esta ingente producción musical nos da una idea de la capacidad creadora de este compositor en un mundo en el que los cantantes, compositores, músicos y empresarios tuvieron un papel tan dominante en la vida pública, que marcaron todo el desarrollo musical posterior de la cultura occidental.
Se atribuye a Luigi Dallapiccola la famosa frase según la cual Vivaldi escribió quinientas veces el mismo concierto que, siendo ingeniosa, no es válida, pues al escuchar su música, sorprende la riqueza imaginativa del compositor que publicaba en grandes colecciones de curiosos títulos: La Stravaganza, L’Estro Armonico, La Cetra…
La Opus 8 vivaldiana agrupa la colección de doce conciertos, titulada Il Cimento dell’Armonia e dell’ Invencione (Lucha entre la Armonía y la Invención), es decir: la contraposición entre la técnica académica compositiva y la pura inspiración e imaginación. Cuatro de estos conciertos, para violín solista y acompañamiento de cuerda y continuo, constituyen Las cuatro estaciones, obra dedicada al conde Morzin y publicada en Amsterdam en 1725. Se trata de una de las primeras partituras de música programática de la historia, aunque hay ejemplos anteriores en el Renacimiento y primer Barroco. Aunque llevan títulos un tanto elocuentes, Vivaldi introdujo unos sonetos a modo de comentarios poéticos explicativos de cada ambiente. Cada poema actúa como un “programa” y la música va describiendo los diferentes afectos, situaciones y descripciones que el texto expone. Vivaldi infundió a la partitura un reflejo maravilloso de la naturaleza, tanto la de los fenómenos atmosféricos, como la humana. Este carácter desinhibido y original de Las cuatro estaciones ha permitido a muchos musicólogos calificar a Vivaldi como el primer romántico.
En Las cuatro estaciones se pone de manifiesto el magisterio de Vivaldi en la combinación de los pasajes melódicos del solista con la estructura orquestal acompañante y se pueden observar muchas de sus innovaciones musicales. Una de las más espectaculares fue la supresión del bajo continuo, encargándole este cometido a las violas o violines segundos. Son notables las partes de acompañamiento al unísono o las indicaciones sorprendentes, a pie de pentagrama, como en el pasaje del pastor dormido al lado de su perro, en La primavera, cuando requiere a las violas para que toquen sempre forte y strapatto, y así imitar el ladrido persistente y molesto del animal. Por este y muchos otros motivos que contravenían claramente las normas teóricas de la correcta composición, fue Vivaldi denostado, duramente en ocasiones, por críticos y musicólogos de su tiempo. Otros, como De Brosses, supieron aprovechar la lección y aconsejaron seguir su ejemplo, admirados y sorprendidos por el efecto que Vivaldi conseguía con sus arrebatadas dinámicas (de pianísimo a fortísimo), y con sus juegos de texturas y colores, que ponían de manifiesto su virtuosismo como compositor y como intérprete (el propio Vivaldi las interpretó en varias ocasiones). En definitiva, Las cuatro estaciones van más allá del canto de los pájaros y de la lluvia, y en ellas se percibe la euforia y ansiedad, dos rasgos de la personalidad de Vivaldi.
La Primavera
-Allegro: Despierta la primavera, se oyen el canto de los pájaros, el murmullo de las fuentes, la tormenta.
-Largo e pianissimo: Tranquilidad, susurro de las plantas, ladridos de perros, el pastor duerme.
-Allegro: Se oye una danza campestre (siciliana) y las cuerdas graves imitan la nota «pedal» de la zanfoña.
El Verano
-Allegro non molto: El calor produce cansancio; la respiración es lenta y profunda. Cantan el cuco, la tórtola, el jilguero… Sopla un leve vientecillo. El campesino lamenta su destino incierto. ¿Se malogrará la cosecha por causa de la tormenta?
-Adagio: Sigue el sopor, y las moscas son impertinentes.
-Presto: Vivaldi describe una tormenta y las rápidas escalas evocan la fuerza del viento y la violencia de la tormenta.
El Otoño
-Allegro: Los campesinos cantan y bailan; la cosecha ha sido buena. Uno de ellos se ha emborrachado con el vino nuevo y se amodorra.
-Adagio: La calma es absoluta. Todos duermen.
-Allegro: Ahora Vivaldi evoca escenas de caza: escopetas, perros, la fiera que huye y muere finalmente acosada por todos.
El invierno
-Allegro non molto: Cae la nieve; se desata la tormenta; hay que moverse para combatir el frío; los cuerpos tiritan; los dientes chasquean. Ahora Vivaldi expresa armonías disonantes para reflejar el ambiente gélido. El hombre disfruta ante el fuego hogareño.
-Largo: Cae la lluvia y se escuchan las canales de los tejados.
-Allegro: Ahora caminamos por las aguas de la helada. El paso es inseguro; hay resbalones; pero los hielos se van rompiendo. Comienza el deshielo; la música se agita; todo es movimiento.
Dejamos aquí una exquisita versión de la English Chamber Orchestra
Fuente: AASAFAUBEDA