Ni ridículos, ni vagabundos

Sofía Elizondo Arce
Trabajadora Social

Alto al maltrato aninal

El día miércoles 4 de setiembre, en la sección Cartas a la Columna, nos sorprendió a muchas personas de este país una opinión emitida por el Señor Ramiro Jiménez, respecto de las marchas en pro de los derechos de los animales.

Voy a hacer referencia a este tema en nombre de una gran cantidad de personas que sé, previo a consultarles, que comparten mi opinión; por las más de 10 000 personas que asistimos a la manifestación pacífica realizada en días recientes en las calles josefinas a externar nuestra posición en contra del maltrato animal.

Don Ramiro, permítame explicarle: Bien sabrá usted que los animales, como las personas, sienten dolor y sufren cuando son maltratadas. Pero si mi argumento, que probablemente sea de su obvio conocimiento, no le resulta suficiente para sensibilizarlo al respecto, permítame comentarle cosas más graves aún, cosas a las que hará referencia en mi condición de Trabajadora Social con amplia experiencia en el tema de la violencia.

Está demostrado que el maltrato animal ejercido por una persona en edades tempranas de su vida, es un aspecto que comúnmente se encuentra entre los antecedentes de personas que descuentan penas en las cárceles de nuestro país, por cometer delitos violentos en contra de otras personas. Y enfatizo diciendo “en contra de otras personas”, porque si a Don Ramiro no le produce mayor preocupación los derechos y la vida de los animales, asumo que sí la de sus iguales.

Por otro lado, en los últimos años, en los medios de comunicación, se ha difundido que algunos ofensores domésticos utilizan como objeto de sus agresiones a las mascotas de sus parejas, esto como una forma indirecta de ocasionarles lesiones emocionales. Ahora bien, podría opinar don Ramiro y sus “colegas”, que mejor descargar la ira contra el animalito que contra la mujer (como bien versa la canción que dice “pégale a la pared, pero nunca a una mujer”), sin embargo, y reitero – puesto que claro nos queda que poco les importa la muerte de una mascota-, que está demostrado que la violencia es un fenómeno que va en escalada, esto quiere decir, que hay una alta probabilidad de que primero se golpea la pared, luego al perrito y de forma posterior a un hijo, hija o esposa.

Sin embargo, ya hice referencia a algunos puntos con el fin de aclarar por qué el maltrato a los animales no los afecta solo a ellos de forma exclusiva, pero ahora quiero hablar desde mi humanidad, desde mi subjetividad.

Sean ustedes cristianos o ateos, asumo comparten que este planeta no es territorio exclusivo de los seres humanos. Cohabitamos con otras especies. La nuestra, vergonzosamente, es la única que destruye su entorno de una manera tan drástica con actos como la urbanización desmedida y las guerras; que destruye a sus iguales no en el marco de una cadena alimenticia (como los animales) sino a veces movilizados por razones materiales e ideológicas, y destruimos también a criaturas que naturalmente deberíamos proteger.

No somos ridículos. Tenemos un nivel superior de conciencia. Por eso creemos que el amor y la solidaridad son valores que trascienden nuestra especie: los practicamos a favor de quienes no tienen la capacidad de resolver sus asuntos por ellos mismos.

Aseguro que a casi la mayoría de las personas que asistimos a estas marchas, nos preocupa los adultos mayores que son maltratados, los niños en condición de callejización, las mujeres e infantes que son víctimas de violencia intrafamiliar. Somos probablemente los mismos que reciclamos, que no imprimimos en hojas de papel más de lo necesario, que no comemos huevos de tortuga y que votamos en contra del TLC.

También aclaro, que estas personas que emprendemos estas luchas, no somos vagabundos: trabajamos de forma remunerada y digna para ganar nuestro salario, y además invertimos nuestro tiempo libre en rescatar animales de la calle y participar en manifestaciones; nos parece que es una sana y responsable práctica para construir un mundo mejor. Nos mueve la pasión por nuestras causas.

Por ende, pido públicamente respeto para los animales, y para las y los “colegas” que compartimos esta misión de luchar por sus derechos.

Quiero cerrar diciendo que escribo esta humilde opinión mientras velo por el bienestar de mi gata de dos meses que acabo de adoptar, y de mi perro de un año y medio que recogí de las calles josefinas, cuando casi es atropellado siendo un cachorro. La experiencia de asumirlos me ha hecho mejor persona sin dañar a terceros. ¿Qué puede ser más hermoso que desarrollar la habilidad de sentir amor por una especie diferente a la nuestra?. Quizá solo otros y otras “ridículos y vagabundos” podrían comprender la profundidad de mi afirmación.

También practicamos el respeto. No utilizo palabras peyorativas en contra de Don Ramiro. Pero tengo la esperanza que nuestro movimiento logre que cada vez menos personas piensen como él.

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