Poco a poco, sin siquiera notarlo, pues jamás dio lugar a ello, don Justo inspiró un rencorcillo en el alma de un jovencito que como él visitaba con frecuencia el hogar de unas damitas distinguidas, hasta que llegó el día de darle escape.
Estaba el recordado profesor en la sala de la casa con una de las señoritas y dos jóvenes también amigos. De pronto, llega el rencoroso, miró al auditorio, puso cara de inocente, se inclinó, y dijo: —»Buenas noches, muchachos… ¡es decir, menos don Justo, que puede ser mi padre!»…
La reacción fué unánime entre los saludados, cuando el señor Facio, dibujando una sonrisa de triunfo, como disparo de zaeta, contestó la alusión, agregando:
—»Jovencito, no sería extraño lo que dice, ¡PORQUE YO EN MI JUVENTUD FUI MUY TRAVIESO!»…