Especial para Cambio Político
Misión: Barrio Rojo de Amsterdam Dónde: Amstedam, Holanda (ver mapa al final de la crónica) |
Pues este cronista se aprestó a visitar la capital holandesa con hambres atrasadas, pues en su periplo anterior, realizado dentro del espíritu colectivo de las excursiones turísticas, se topó con escrúpulos y remordimientos de conciencia de algunas de sus compañeras de correrías, lo que impidió conocer los locales que ofrecían las emociones más prohibidas.
Esta vez en una fresca noche otoñal, bordeando los plácidos canales de la llamada Venecia del Norte, recorrimos los famosos escaparates que muestran féminas de todos los tamaños, colores y sabores imaginables. Resta decir, que salvo dos o tres opciones, la cosa tampoco era nada del otro mundo, pero en todo caso debe reconocerse que la idea del vidriecito no deja de ser original, y permite un buen vistazo a la mercancía sin comprometerse a comprar nada.
Pero nuestro objetivo esa velada era entrar al espectáculo estelar del barrio, el máximo objeto prohibido, la atracción más pecaminosa: el show de sexo en vivo. Luego de recorrer con rigurosa meticulosidad las distintas opciones, observamos que no sólo había uniformidad en representaciones y precios, sino que hasta las fotos que exhibían para atrapar a los incautos, perdón clientes, eran exactamente las mismas.
Un poco cansados y decepcionados por el hallazgo, optamos por entrar a uno de los «teatros» con mejor pinta, en donde con tal de vender, los tipos de la entrada hacían gala del dominio de todas las lenguas imaginables. Dado que no nos sirvió el pretender hablar portugués con la finalidad de evitar a los chulos de turno, procedimos sin mayor dilación a pagar el importe de entrada y aprestarnos a presenciar el espectáculo de nuestras vidas.
El localito era pequeño pero con un innegable ambiente familiar. Nada de viejillos con pinta de degenerados, por aquí un grupito de turistas alemanes, por acá unos gringuillos con risitas maliciosas, por allá una parejita de japoneses con pinta de lunamieleros, por acullá una barrita de jóvenes locales en alguna celebración estudiantil.
Luego de una espera bastante larga e incómoda al fin se apareció la primera «artista», una especie de Vica Andrade sin rellenos y grandecita, que hizo un particular numerito con candelas, las cuales se introducía en ya-se-imaginarán-cual-orificio. Bueno para quitar el adormecimiento pero de seguro muy fácil de superar.
A continuación se llegó otra espera más larga y tediosa, luego de la cual finalmente una versión teutona de Linda Díaz mostró sin remilgos algunos de sus tejidos internos. A pesar de lo incómodo y tedioso, la cosa se iba poniendo buena.
Luego de una tercera pausa, más larga y más tediosa, se apareció el espectáculo más pornográfico y degenerado que hemos visto en nuestras vidas: una frondosa dama negra, bien entrada en años y más entrada en carnes aún, se paseó por todo el local restregándose contra la asqueada concurencia. En ese momento realmente agradecimos el haber pensado con mesura y ubicarnos en una discreta segunda fila, a la cual no podía acceder la rolliza bailarina.
Vino una nueva e interminable pausa, que fue aprovechada para endilgarle a uno bebidas a precios de desierto, y para terminar de abarrotar el chinamo en el cual ahora no cabía un alma. Por fin llegó el número estelar y se apareció una pareja, la cual sin muchos rodeos pronto quedó al natural y procedió a realizar algunas acrobacias que por fin arrancaron los aplausos de las tribunas.
Pero, a los cinco minutos, los gimnastas dieron por concluida su función y acto seguido se nos hizo una discreta y atenta invitación para evacuar. «¿Querían ver sexo en vivo? Pues les acabamos de cobrar 25 dólares por este ratico, y si eso no es una solemne cogida, a buscar vida a otra parte».
Y en efecto, a este cronista no le quedó más que lamentarse en todo lo que hubiese hecho con semejante capital en su añorado terruño…
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