Un Rey Mago muy especial
Los teléfonos de la empresa de mensajería El Rayo Veloz no habían dejado de sonar desde primera hora de la mañana. Ya estaba próxima la Navidad y el transporte de paquetes, cada día más intenso, había obligado a coger nuevos empleados. Sentado en una de las sillas de la oficina, Adrián pasaba una y otra vez las hojas del periódico, incapaz de leer más allá de los titulares. Era su primer día de trabajo y no podía evitar que el nerviosismo lo dominara.
Sus compañeros fueron saliendo a hacer diversos encargos. Cuando volvió a sonar el teléfono, supo que esta vez le tocaría a él. Después de colgar, su jefe le dijo:
—Adrián, aquí tienes tu primer servicio. Hay que recoger un sobre en la calle Pingüino, 54; tienes la dirección completa en esta nota. Allí ya te indican adonde hay que llevarlo.
Adrián salió del local y subió a su moto. No hacía frío, pero el cielo estaba encapotado y caía una lluvia fina que les daba a las calles un aire triste. Tendría que andar con cuidado, solo le faltaba comenzar con un accidente.
Pronto llegó al sitio indicado, una calle en la parte céntrica de la ciudad. Ya en el edificio, subió al 6° I. Después de varias llamadas en el timbre, le abrió la puerta una mujer que parecía llevar encima la ropa de medio armario. Tendría unos cincuenta años, y lo primero que llamaba la atención era su nariz colorada y sus ojos enrojecidos. Aquella señora tenía un resfriado de los buenos, no había más que verla.
—Buenos días. ¿Doña Pilar Merlón? Soy de la mensajería El Rayo Veloz. ¿Es aquí donde hay que recoger un sobre?
—Sí, es aquí. ¡Ya pensaba que no llegarías nunca! —contestó la mujer—. Aguarda un momento, que lo voy a buscar.
Volvió al poco tiempo con un sobre acolchado en la mano. Se lo entregó a Adrián, al tiempo que le decía:
—Tienes que llevarlo cuanto antes al colegio Los Robles, en la Avenida de la República. ¿Sabes dónde es?
—Sí, señora. Es el que queda en el barrio del Ensanche, he pasado muchas veces por delante de él.
—Pues es imprescindible que vayas ahora mismo. Yo doy clases allí, pero hoy no puedo ir, tengo una gripe tremenda —le explicó la mujer—. Dentro de este sobre van los boletines de notas de mi curso, se los tienen que entregar hoy a los alumnos. Cuando llegues, preguntas por el director y se lo das a él. ¿Me has entendido bien?
—Sí, señora, está todo clarísimo. Ahora firme aquí.
La mujer firmó el recibo justificatorio y, sin despedirse, cerró la puerta de golpe. Desconcertado, Adrián bajó otra vez a la calle. Encendió la moto y se dirigió al Ensanche. ¿Así que en aquel sobre iban los boletines de notas? Recordó sus años escolares, la sensación de miedo que siempre tenía cuando le daban las notas, la expresión de enfado de sus padres al leer su boletín. La escuela había sido para él una tortura continua, le había costado mil esfuerzos ir aprobando los cursos.
¿Qué calificaciones pondría aquella tal doña Pilar? Le había parecido ver en ella una expresión amarga, y no solo por la gripe. Seguro que allí, dentro del sobre, había un montón de suspensos. ¡Pobres chavales! A algunos de aquellos niños les iban a amargar la Navidad, como tantos años le había pasado a él. ¡Adiós a los regalos de Reyes!
La idea le vino a la cabeza de repente, como un fogonazo. Miró el reloj, que marcaba las diez y media. Aquel colegio no estaba lejos, tenía tiempo de sobra.
Aparcó la moto delante de una cafetería que le pareció tranquila. Entró y se sentó en una mesa del fondo, alejada de cualquier ruido. Pidió un café con leche y un cruasán, había que celebrar el primer día de trabajo. Después abrió el sobre con mucho cuidado. Dentro estaban los boletines de notas: veinticinco cuadernillos de tapa verde con los nombres de los alumnos de 5.° B ordenados alfabéticamente.
Abrió algunos, al azar. ¡Su intuición no le había fallado! Aquella profesora debía ser de las que gozaban poniendo notas bajas, pues en varias materias aparecían las temidas letras N. M. que indicaban la calificación insuficiente, acompañadas de abundantes signos negativos. ¡Aquella injusticia precisaba de su intervención!
Le pidió al camero que le vigilase el casco y el sobre, pues debía salir un momento. Ya en la calle, no tuvo que buscar mucho, pues unos pocos portales más adelante encontró la papelería que buscaba.
Entró en ella y compró un corrector y un rotulador exactamente igual al utilizado por la profesora. Después volvió para la cafetería. Se sentó otra vez, ordenó todos los materiales sobre la mesa y se dispuso a comenzar la labor.
La primera alumna era Álvarez Montenegro, Cristina. Tenía cinco P. A., alguno de ellos acompañado de signos negativos, y dos N. M. Adrián borró con pericia los N. M. y escribió P. A. por encima, imitando la letra de la profesora. Los signos negativos pronto se transformaron en positivos, eso era lo más fácil de arreglar.
Lo más difícil estaba abajo, en el apartado dedicado a «Observaciones». En él, doña Pilar había escrito: «Cristina debe trabajar más. Y tiene que mejorar su atención en clase». Aquello sí que era un reto para la habilidad de Adrián, pues debía imitar muy bien la letra. Hizo varias pruebas en las servilletas de papel, hasta conseguir una caligrafía que se asemejaba mucho a la de la profesora.
En el espacio que quedaba en blanco, Adrián añadió: «Como es una niña muy lista, estoy segura de que lo conseguirá. Deben animarla mucho para que coja más confianza en sí misma». Al acabar, revisó toda la página. ¡Le había quedado estupenda! ¡Aquella Cristina iba a ser la reina de la casa durante las fiestas de Navidad!
A continuación, cogió el segundo boletín: Antúnez Novo, Miguel. Al abrirlo, lo inundó una súbita corriente de solidaridad con aquel niño. ¡El boletín estaba repleto de llamativos N. M. y de signos negativos!
Adrián decidió dejarle el N. M. en Matemáticas, tampoco era cuestión de pasarse de listo y levantar sospechas. El resto se lo transformó todo. Lo peor era el apartado de «Observaciones», donde la profesora había sido contundente y cruel: «Miguel no atiende ni trabaja. Su comportamiento es pésimo». En un intento de arreglarlo, Adrián añadió: «Aun así, es un niño con un gran corazón, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Si todos lo animamos, mejorará mucho en los próximos meses».
Satisfecho con el resultado, cogió el tercer boletín. Asís-Torreblanca de la Merced, Carlota María. ¡Impresionante! Todos eran P. A. y signos positivos. Lo asaltó la tentación de suspenderle alguna, pero decidió dejarlo tal como estaba, la pobre niña no tenía culpa. Leyó después el comentario de las «Observaciones»: «Carlota es una alumna ideal: obediente, aplicada, formal. Mi enhorabuena más cálida». Adrián añadió a continuación el siguiente comentario: «Sin embargo, no le vendría mal jugar más con los compañeros, no todo va a ser estudiar. ¡Anímenla a divertirse!».
Y así, uno a uno, Adrián fue arreglando todos los boletines. El último, Zamora Zunzunegui, Andrés, también debía ser un chaval de los que la profesora tenía atragantados, porque precisó entregarse a fondo para que pudiera tener unas fiestas de Navidad felices.
Satisfecho, Adrián volvió a colocar los boletines como estaban y cerró el sobre de nuevo. Pagó y salió de la cafetería, mientas notaba cómo una cálida alegría le recorría todo el cuerpo. Aquellos chavales de 5.° B tendrían unas vacaciones afortunadas, mejores que ningún año. Y hasta doña Pilar tendría su regalo, pues todos los alumnos trabajarían mejor en los próximos meses. Nadie mejor que él sabía lo poderosas que pueden ser unas palabras de estímulo, dichas por alguien que te quiere.
Había parado de llover, hasta entonces no se había dado cuenta. Entre las nubes se abrían algunos trozos de cielo azul. Por uno de ellos asomó el sol, y sus rayos acariciaron la cara de Adrián. Como la estrella de Oriente que había guiado a los Reyes Magos por el desierto, aquel sol salía para guiarlo a él por las calles de la ciudad. Así se sentía Adrián, como un nuevo Rey Mago, cabalgando en su moto, con aquel sobre cargado de regalos que pronto repartirían entre los niños y niñas.
¡Qué empleo tan estupendo el de El Rayo Veloz! Además de cumplir con su trabajo, podía repartir alegría casi sin esforzarse. «Esta será una Navidad distinta —pensó, al tiempo que en su cara se dibujaba una sonrisa—. ¡El cuarto Rey Mago recorre en secreto las calles de la ciudad!».
Agustín Fernández Paz
Ana Garralón
El gran libro de la Navidad
Madrid: Anaya, 2003
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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