Explicaciones de fronteras inexplicables

Corea

La frontera que congeló una guerra

Corea

Pocas fronteras del mundo son tan artificiales, tan tensas y tan absurdamente rectas como la que divide a Corea en dos. No sigue un río, ni una cordillera, ni una diferencia cultural milenaria. Es, básicamente, una línea dibujada a toda prisa… que terminó partiendo en dos a una nación con más de mil años de historia común.

Durante siglos, Corea fue un solo país. Reinos, dinastías, invasiones y ocupaciones, sí, pero siempre una sola Corea. El idioma, la cultura, las tradiciones y hasta los apellidos eran los mismos desde el norte hasta el sur. Nada indicaba que aquel territorio estuviera destinado a convertirse en uno de los puntos más militarizados del planeta.

Todo cambió en 1945. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Japón —que había ocupado Corea desde 1910— fue derrotado. Había que administrar el territorio “temporalmente” mientras se organizaba su independencia. Estados Unidos y la Unión Soviética, sin mucho tiempo ni demasiada reflexión, trazaron una línea en un mapa: el paralelo 38. Al norte, los soviéticos. Al sur, los estadounidenses. La línea no respondía a ninguna realidad coreana; simplemente era conveniente.

Lo que iba a ser una división administrativa provisional se volvió permanente cuando la Guerra Fría se instaló en Asia. En el norte surgió un régimen comunista apoyado por Moscú y Pekín. En el sur, un Estado alineado con Washington. En 1950, la frontera “provisional” explotó: Corea del Norte invadió el sur y comenzó una guerra brutal que dejó millones de muertos.

La guerra terminó en 1953… pero solo con un armisticio. Nunca hubo un tratado de paz. Técnicamente, las dos Coreas siguen en guerra hasta hoy.

La frontera resultante no es una frontera común. Es la Zona Desmilitarizada (DMZ), una franja de unos 4 kilómetros de ancho, repleta de minas, alambradas, sensores, soldados y artillería. Paradójicamente, es uno de los espacios más militarizados del mundo… y también uno de los ecosistemas mejor conservados de la península, porque casi nadie puede entrar.

Lo más desconcertante es que esta línea divide familias, historias y memorias. Hay coreanos que quedaron al norte y nunca volvieron a ver a sus hermanos del sur. Hay ancianos que aún recuerdan sus pueblos de infancia al otro lado de la frontera, hoy completamente inaccesibles. La división no es étnica, ni lingüística, ni cultural: es puramente política.

En el lado sur, una democracia tecnológica e hipercapitalista. En el norte, un régimen cerrado, militarizado y dinástico. Dos Estados radicalmente distintos construidos sobre un mismo pueblo, separados por una línea que nació como una solución improvisada y terminó convertida en una cicatriz geopolítica permanente.

La frontera coreana es inexplicable porque no responde a la historia de Corea, sino a la historia del mundo. Es el resultado directo de la Guerra Fría, congelada en el tiempo. Un recordatorio de que, a veces, las fronteras no nacen de las personas que viven allí, sino de decisiones tomadas muy lejos, con mapas pequeños y prisas grandes.

Y mientras tanto, Corea sigue esperando el día en que esa línea —tan recta, tan absurda— deje de ser una frontera y vuelva a ser solo un paralelo más en un atlas.

Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicación de fronteras inexplicables”

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