Vélez de la Gomera
La frontera que cabe en un campo de fútbol
Vélez de la Gomera está situado frente a la costa norte de África, hoy unido físicamente a Marruecos por un istmo arenoso que apareció tras un terremoto en 1930. Técnicamente, es una península; políticamente, sigue siendo un enclave español. Resultado: una frontera internacional que no tiene aduana, ni valla, ni paso fronterizo, ni siquiera señalización clara. Simplemente está ahí… o no está.
España ocupa Vélez de la Gomera desde 1508, cuando fue conquistado durante la expansión mediterránea de la monarquía hispánica. Desde entonces, el peñón ha cambiado poco: nunca tuvo población civil estable y su función ha sido casi exclusivamente militar. Hoy lo habita una pequeña guarnición del ejército español. No hay hoteles, ni bares, ni ayuntamiento. Solo roca, banderas y soldados.
Marruecos, por su parte, reclama el territorio, pero la situación permanece congelada en una especie de limbo diplomático. No hay negociaciones activas ni conflictos armados: Vélez de la Gomera es una frontera que existe más en los libros de historia y en el derecho internacional que en la vida cotidiana.
Lo más desconcertante es que se puede llegar caminando desde Marruecos hasta territorio español… si uno supiera exactamente dónde termina uno y empieza el otro. No hay control fronterizo porque no hay tránsito civil permitido. La frontera existe solo para quienes saben que existe.
En otras palabras: es una frontera sin viajeros, sin comercio y sin historias humanas recientes, algo rarísimo en un mundo donde las fronteras suelen ser espacios de fricción constante.
La respuesta es tan simple como absurda: porque nunca dejó de existir. Vélez de la Gomera sigue siendo español por inercia histórica, por tratados antiguos y porque a nadie le ha resultado lo suficientemente importante —ni urgente— cambiar su estatus. Es una frontera heredada, mantenida más por costumbre que por necesidad.
Vélez de la Gomera no sirve para entender la geopolítica moderna, pero sí para entender cómo el pasado sigue moldeando el presente. Es una frontera mínima, casi ridícula, pero perfectamente real. Un recordatorio de que los mapas no siempre responden a la lógica, sino a la historia… y a veces, simplemente, a la terquedad del tiempo.
Datos curiosos
No siempre fue península: hasta 1930 era un islote separado del continente. Un terremoto provocó la acumulación de arena que lo unió a Marruecos, creando uno de los istmos más insólitos del mundo.
Cabe en un paseo: su superficie es de apenas 0,19 km², más pequeño que muchos parques urbanos.
No vive nadie “normal” allí: no hay población civil, solo una guarnición militar española. No hay hoteles, bares ni tiendas.
Una frontera caminable: es uno de los pocos territorios del mundo donde se puede llegar a pie desde otro país… aunque legalmente no se puede cruzar.
Más de 500 años de soberanía española: España lo ocupa desde 1508, antes de que existieran la mayoría de los Estados modernos.
Reclamado pero olvidado: Marruecos lo reivindica, pero rara vez aparece en la agenda diplomática. Es una disputa casi fantasma.
Función puramente estratégica: nunca fue pensado para vivir, sino para vigilar el Mediterráneo y la costa norteafricana.
Una frontera sin aduana ni valla: no hay paso fronterizo, señalización ni control civil. La frontera existe solo en el papel y en los mapas.
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