Anabelle Aguilar Brealey
Ahora en Costa Rica hay alguien que se autodenomina jaguar. No tengo idea de quién fue el célebre coterráneo que decidió comparar al caballero de la infausta figura con un jaguar. Quizá fue él mismo, dada su arrogancia ilimitada. Para quienes amamos la naturaleza y los seres que la habitan, esta similitud es inapropiada.
El jaguar fue venerado por las civilizaciones mesoamericanas, cautivando a la humanidad por siglos. Los guerreros aztecas se vestían con prendas que los asemejaban a estos felinos para reflejar el estatus sagrado. Se encontraron huesos de estos animales junto a piedras preciosas, en espacios ceremoniales en el Templo Mayor azteca, demostrando su importancia ritual.
El jaguar Panthera onca es el felino más grande de América. Su elegancia es impactante, es un ser majestuoso. Es un depredador solitario que generalmente se esconde en los altos árboles a los que trepa con gran facilidad esperando su presa. Contribuye a conservar la biodiversidad y el ambiente. Su mordida es tan fuerte que puede triturar todo tipo de presas. Es el depredador tope de la red trófica. Gruñe mucho, pero no es agresivo con los humanos.
Paradójicamente, mientras el jaguar cumple un papel importante en la naturaleza, el imitador no ha podido cumplir sus promesas electorales. Inaugura lo no iniciado, pone lo que llamaban antes “la primera piedra” y allí se queda solitaria en el descampado como testigo de su ineptitud. Si el jaguar es un protector de la selva este remedo ha destruido el entorno, playas vendidas al mejor postor y ciudades y pueblos donde reinan la inseguridad y la violencia.
Sin embargo, es un magnífico trepador, pero no de árboles. Atrapa a sus presas y las destroza, no con sus colmillos, por hambre, sino con sus palabras de intolerancia y su actitud insolente. El jaguar es cauteloso mientras calcula sus acciones, el impostor es súbito, le salen las palabras por la boca, antes de que le pasen por el cerebro. El jaguar mantiene el ecosistema boscoso en equilibrio, en armonía. Chaves ha dividido al país en dos, desató odios entre amigos y familiares, temerosos unos de los otros. Recelosos de decir palabras que los dejen sin empleo. La comparación del jaguar con Chaves es desafortunada porque “es muy grande el camisón para Petra”
Chaves tuvo la genial idea de encargar unos pines de cobre bañados en oro con la figura de un jaguar, dice que los mandó a elaborar con dinero de su bolsillo, que viene a ser el mismo de nosotros, los ciudadanos de a pie. Los distribuye entre los funcionarios de alto rango y otros. Estos los usaban o los usan a diario, quizá no por gusto, si no por susto o adulancia. Otros pines los obsequió a personalidades importantes como al presidente de El Salvador, Nayib Bukele quien se mostró agradecidísimo. Cuando fue a Francia le obsequió uno al presidente Emmanuel Macron quien lo recibió con respeto. Esto me hizo recordar al famoso Chávez venezolano quien visitó Japón y no supo hacer otra cosa que darle un abrazo al Emperador Akihito, a quien sin duda casi ni su esposa lo toca. También trató de abrazar a la Reina Isabel de Inglaterra, y le llevó de regalo una lapa. Realmente la ignorancia es muy atrevida. Hay una línea muy delgada entre lo sutil y lo ridículo y vulgar.
En un futuro próximo, esos pines serán exhibidos en los oscuros sótanos de un museo. Estarán allí como recuerdo de un tiempo tenebroso que pasamos los costarricenses y que aspiramos no volver a vivir, ya que en las próximas elecciones seremos cuidadosos y responsables a la hora de elegir. Votar no es como tomarse un fresco de cas con tamal de elote en el Mercado Central, tiene consecuencias y en el último período fueron fatales.
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