Enrique Gomáriz Moraga
La consecuencia de esta situación también está clara para los firmantes: “La autonomía estratégica (de la UE) ya no es una opción sino una necesidad”, afirman. Y hasta ahí su discurso resulta coherente. El problema surge cuando se plantean los medios prioritarios para lograrlo. El texto pasa muy por encima del informe Draghi -quien, por cierto, no firma esta declaración- el cual sostiene que “una Europa más productiva y competitiva es condición previa del poder geopolítico y del bienestar social”. Para ello, se alude a la necesidad de un nuevo impulso financiero sobre la base de un presupuesto plurianual que apoye nuevas inversiones, públicas y privadas, en industrias clave e innovadoras.
Hubiera sido bueno que se mostrara esa debilidad estratégica de la UE en toda su dimensión. En los últimos treinta años la UE ha pasado de suponer un tercio del PIB mundial a un quinto, como es en la actualidad. Desde 1993 a 2022, el PIB por habitante de Estados Unidos ha crecido en un 60%, mientras el de la UE lo ha hecho en un 30%. Europa ha perdido el tren del adelanto tecnológico: la casi totalidad de las grandes empresas tecnológicas globales son de Estados Unidos o China. Estos datos ilustran hasta dónde llega la dimensión de la principal debilidad estratégica de la UE.
Sin embargo, la declaración pasa seguidamente al tema de la defensa, como si fuera del mismo nivel que el anterior. Así, “para construir una Europa geopolítica”… “Al igual que en 1950, debemos concentrarnos en un punto crítico: el establecimiento de una Defensa Común Europea”. Aquí el problema no es conceptual, sino de grado y de factibilidad.
Después del desplante de Trump. no cabe duda de que la seguridad de Europa no puede depender de los vaivenes de Washington. Debe existir un sistema europeo de seguridad, que sea capaz de combinar la defensa con los sistemas de seguridad mutua (como la CSCE). Pero en este contexto, es necesario ponderar las condiciones reales. Por un lado, hay una norma en términos de defensa que exige partir de una evaluación acertada del riesgo. Si la evaluación de las amenazas coloca en primer término a la Federación Rusa, ¿realmente creemos que Moscú quiere y puede conquistar Europa hasta Lisboa? Eso no se sostiene, más que como propaganda belicista occidental. En suma, un sistema europeo de defensa sí es necesario, pero no para constituir a Europa en una potencia militar más, en el cuadro de la competencia hegemónica actual.
Pero, además, es que la UE no está en condiciones de constituir una defensa militar europea verdaderamente consistente. Tiene dos obstáculos principales: su falta de unidad política y el elevado costo de su implementación.
Una UE con la actual disparidad de tendencias nacionales hace imposible un sistema integrado de defensa, articulado mediante un Centro de Mando y Control propiamente europeo. Pero precisamente por ello se hace difícil un proceso institucional para maximizar el Tratado de Lisboa. Algo que está conectado con el cambio en el sistema de toma de decisiones, superando la fórmula actual de la unanimidad. Los gobiernos mas eurofobos no van a facilitar que les arrebaten la clave para bloquear las decisiones según sus reticencias.
Por otra parte, la capacidad financiera de la UE no es ilimitada. Según el informe Draghi, para detener el atraso competitivo de la estructura productiva europea sería necesario una inyección financiera en torno a un incremento del 4,5 al 5% del PIB. Así las cosas ¿es creíble ese esfuerzo al mismo tiempo que un gasto en defensa hasta alcanzar el 4% de todos sus países? Definitivamente ese escenario no es sostenible. Quizás por eso el informe Draghi no hacia énfasis en el gasto en defensa. Es difícil decir si estamos ante una versión nueva del viejo dilema “cañones o mantequilla”, pero de lo que no hay duda es que habría que elegir. Un alto gasto en defensa es la mejor manera de boicotear el salto inversor que la UE necesita para salir de su postergación tecnológica y productiva, que es la verdadera clave de su posicionamiento geopolítico. El reto actual consiste en establecer un sistema defensivo europeo, pero siendo consciente de que tendrá lugar a un ritmo menor y con menos prioridad que el verdadero desafío estratégico, claramente identificado en el informe Draghi: recuperar el terreno perdido en el campo tecnológico y de la productividad.
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