Explicaciones de fronteras inexplicables

Isla de los Faisanes │ España y Francia

La frontera que cambia de dueño dos veces al año

  • Una línea fronteriza que mueve dos veces al año.
  • Uno más uno puede ser más que dos.
  • El calendario nos dice en que país estamos.

Isla de los Faisanes

En la desembocadura del río Bidasoa, entre Irún (España) y Hendaya (Francia), se encuentra uno de los territorios más peculiares de Europa: la Isla de los Faisanes. Con apenas 2.000 metros cuadrados —menos de una hectárea— es el territorio compartido más pequeño del mundo y uno de los pocos donde la soberanía no es permanente, sino rotativa. Cada seis meses, la bandera que manda cambia: de febrero a julio la isla está bajo administración española; de agosto a enero, francesa.

Un condominio internacional en miniatura que ha sobrevivido, sin conflictos, durante casi cuatro siglos.

La Isla de los Faisanes se convirtió en escenario histórico el 7 de noviembre de 1659. Allí se firmó el Tratado de los Pirineos, que puso fin a la larga confrontación entre los reinos de España y Francia. El encuentro diplomático tuvo además un episodio simbólico: el matrimonio entre María Teresa de Austria (infanta de España) y Luis XIV (rey de Francia), selló la alianza entre ambos países.

Tras la negociación y el festejo, llegó la pregunta inevitable: ¿de quién quedaría la isla? La respuesta tardó en llegar, pero cuando se resolvió, fue tan inusual como funcional.

Desde 1856, Francia y España acordaron administrar la isla de manera alternada. No se trata de una soberanía compartida simultáneamente, sino por turnos. La Guardia Civil española y la Gendarmería francesa se encargan del relevo administrativo, sin ceremonias militares ni pompas diplomáticas. La transición es tan discreta como la propia isla.

Ambos países se comprometen a protegerla como sitio histórico, mantener sus márgenes y prevenir daños ambientales. Ninguno puede explotarla económicamente ni instalar infraestructuras permanentes.

A pesar de su historia, la isla permanece deshabitada. El acceso está estrictamente controlado por autoridades militares; turistas o particulares no pueden desembarcar sin permiso especial. No hay edificaciones, salvo un monolito conmemorativo del tratado, y la vegetación se mantiene casi intacta.

Su carácter restringido responde a dos objetivos: preservar el sitio donde nació una de las paces más importantes de Europa moderna, y evitar conflictos sobre un territorio tan pequeño como simbólico.

Las islas suelen pertenecer a un solo Estado debido a su delimitación natural. Pero la Isla de los Faisanes funciona como excepción. En un continente donde las fronteras han sido motivo de guerras, este islote refleja una realidad distinta: es posible convivir y acordar, incluso en pedazos minúsculos de suelo.

Para algunos historiadores y analistas, el islote actúa como un recordatorio permanente de la fragilidad de los límites políticos y, al mismo tiempo, de la fortaleza de la diplomacia cuando existe voluntad para sostenerla.

Hoy, la Isla de los Faisanes sigue siendo un símbolo discreto, flotando en el centro del Bidasoa, sin habitantes ni turistas, pero cargada de significado. Un lugar donde la soberanía llega y se va con el calendario, y donde la paz firmada hace siglos encuentra un espacio físico para permanecer vigente.

Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicación de fronteras inexplicables”

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