Cuando la democracia se vuelve simulacro

Anatomía del iliberalismo

Oscar Arévalo

Oscar Arevalo

Para entender la nueva coyuntura en Costa Rica y en América Latina, en especial, después del anuncio del Gobierno de los gringitos de que vienen por más Doctrina Monroe, es decir, por más garrote e imperialismo, e fundamental comprender que es el ilberalismo.

En especial porque, este es el proyecto político real, pero nunca nombrado, del chavismo.

Bien, pues el iliberalismo es un proyecto con distintos sazones, pero que llevan todos a lo mismo. Todos saben igual. Son un proyecto político que acepta las reglas externas de la democracia (elecciones, instituciones, retórica constitucional), pero niega o erosiona deliberadamente su contenido liberal: derechos individuales, controles al poder, pluralismo, prensa libre, independencia judicial, límites constitucionales, separación de poderes.

O sea, el iliberalismo quiere el cascarón, y el vestidito de la democracia pero sin su alma.

Los mecanismos típicos de estos grupos y gobiernos que utilizan la política, pero reniegan de ella son varios:

No se presentan como autoritarismo abierto (eso espanta votantes, sobre todo a indecisos); entran disfrazados de “voluntad popular”, “defensa del pueblo”, “recuperar la soberanía”. Sin embargo de segudio proceden a:

Concentrar poder en el Ejecutivo. Reformar la constitución limitando derechos y garantías, decretos expansivos, nombramientos estratégicos, y captura de contrapesos institucionales.

Se debilita y/o se intimida a la prensa y a la crítica. Hay demandas, campañas de desprestigio, control de pauta, y el discurso de enemigo interno. Fulano de tal, el obispo tal, el juez tal, etc empiezan a presentarse como enemigos del pueblo. Y los enemigos personales del lider son convertidos en enemigos del pueblo

Se politiza la justicia. Nombramientos afines, reformas procesales, ataques a la independencia judicial, uso del aparato penal contra opositores o críticos. Y predomina el discurso de controlar la inseguridad quitando libertades.

Reescribir la “voluntad popular”. Se presenta al líder como intérprete único del pueblo; quien disiente es “traidor”, “corrupto” o “enemigo de la patria”.

Redefinir la legalidad para legitimar el abuso. No actúan contra la ley, sino que reforman la ley para que su abuso se vuelva legal.

Se erosiona la sociedad civil y los cuerpos intermedios. ONGs, universidades, sindicatos, órdenes profesionales son vistos como amenazas autónomas y se busca subordinarlos.

¿Por qué resulta atractivo para algunos, el iliberalismo? Esto hay que verlo con frialdad: la gente no vota por autoritarios, vota por soluciones rápidas. Y el iliberalismo se alimenta de: la frustración económica,
crisis de representación, la crisis de seguridad, la corrupción real o percibida, miedo al cambio, el cansancio por las promesas incumplicas, la creciente desigualdad social, y el desgaste de democracias lentas y negociadoras.

Entonces, prometen orden, eficacia, claridad moral y enemigos identificables. Es decir: narrativa, no gestión verdadera, realmente ni gobiernan, ni solucionan problemas. Es pura administración del descontento y las fustración.

Muchos analistas cometen el error de pensar que el iliberalismo es un “accidente democrático”. No lo es.
Es una estrategia racional y diseñada para que un líder o grupo maximice poder sin asumir el costo reputacional de ser catalogado como dictadura. Hacerse de dinero, fácil y rápido por parte de grupos emergentes de la lumpen burguesía.

La fórmula es simple: Mantener elecciones, pero deslegitimar a los órganos de control electoral, y eliminar los límites.

La Hungría de Orbán y la Turquía de Erdogan son los modelos más estudiados, pero su lógica está emergiendo en América Latina (Bukele, Milei), EE. UU. y Europa Occidental con fuerza. En Costa Rica ha irrumpido de la mano del proyecto chavista.

La mayoría ve el iliberalismo como un retroceso a formas autoritarias. Eso es incorrecto. El iliberalismo es moderno, individualista como su predecesor, pero, tecnificado, legalista y comunicacionalmente muy sofisticado. No desaparece las instituciones: las vacía y las reemplaza por cascarones y simulacros funcionales al poder.

Esto es lo que vamos a decidir en las elecciones de febrero del 2026. Si mantenemos nuestra democracia o nos prestamos para este experimento social, ajeno a Costa Rica y que no sabemos adonde podrá conducirnos.

En realidad, esto no lo escribo para que las personas adscritas al proyecto ILIBERAL de Chaves y Fernández lo lean. Sino para la reflexión de todos los demás que somos una mayoría dispersa.

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Un comentario

  1. Óscar nos advierte y lo hace magníficamente. El chavismo no es una improvisación y apenas está enseñando los dientes.

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