Explicaciones de lugares inexplicables

Kowloon │ Hong Kong, China

La ciudad que no debía existir (pero existió igual)

  • Tenía el tamaño de un estadio de fútbol y llegaron a vivir 50 000 personas.
  • El límite fue el cielo.
  • No había ley ni autoridad, pero los habitantes convivían en paz.

Kowloon

Si hoy alguien dijera que en pleno Hong Kong existió una ciudad donde 50.000 personas vivían apretadas en un espacio del tamaño de un par de canchas de fútbol, levantaríamos una ceja. Si además contaran que no pagaban impuestos, que no tenía policía, que casi no entraba la luz del sol, que los edificios crecían como hongos sin arquitecto… probablemente levantaríamos la otra.

Pues bien, bienvenido a Kowloon Walled City, el experimento urbano más accidental, caótico y fascinante del siglo XX. Una ciudad que no se planeó, no se aprobó y, honestamente, no se suponía que estuviera ahí. Fue un limbo geopolítico… ideal para el caos (o algo así).

La historia empieza con un error administrativo digno de una sitcom internacional.

Cuando Gran Bretaña tomó control de Hong Kong en 1898, Kowloon Walled City quedó fuera del acuerdo. No era británica, pero tampoco realmente china. Un vacío legal andante, como un país que olvidaron borrar del mapa.

Ese limbo burocrático se volvió un imán. Si no había policía británica, ni gobierno chino que interviniera, ni nadie muy seguro de quién mandaba… Entonces todos mandaban y nadie mandaba.

Kowloon no se construyó; se densificó por mitosis. Al principio eran casas. Luego edificios de seis pisos. Luego de diez. Luego de doce. Sin planos, sin códigos, sin peritos.

Los habitantes añadían cuartos como quien agrega módulos de Lego: un piso aquí, un pasillo allá, un puente improvisado entre dos torreones, tuberías zigzagueantes dignas de una pesadilla de fontanero.

Al final, Kowloon era un único megabloque, una masa sólida de concreto y tuberías en la que no había calles, solo pasadizos interiores donde era de noche incluso al mediodía.

Para orientarse, había que recordar olores: “El taller de fideos, dos giros después del dentista sin licencia, y a la derecha del tipo que arregla televisores.”

Kowloon tenía un ecosistema propio. Dentro de Kowloon había todo, literalmente: 300 dentistas (ninguno oficial), fábricas de fideos, pescado seco y dulces de arroz, talleres metalúrgicos, carpinterías, herrerías, escuelas improvisadas, templos, y hasta un hogar para ancianos. Las clínicas que funcionaban con experiencia, no con diplomas.

Y sí, también hubo presencia del crimen organizado, pero con el tiempo las triadas perdieron poder y quedaron… como parte del paisaje.

El resultado: una ciudad autosuficiente, hiperproductiva y absolutamente caótica, funcionando únicamente con la lógica interna de sus habitantes.

Lo más increíble es que la gente de Kowloon llevaba vidas completamente normales… dentro de lo que cabe. Los apartamentos eran pequeños incluso para estándares hongkoneses; algunos parecían compartimentos de submarino. La humedad era permanente. La ventilación era un rumor optimista. Pero los vecinos desarrollaron su propio orden: todos se conocían, los niños jugaban en los pasillos como si fueran parques, había códigos de convivencia no escritos, y la comunidad funcionaba como un hormiguero humano.

Las fotos aéreas muestran un bloque oscuro, compacto, impenetrable. Pero dentro, según muchos residentes, había un extraño sentimiento de hogar.

En 1993 las autoridades decidieron que, bueno, quizás no era buena idea mantener un megabarrio sin luz solar ni permisos desde 1898, por lo que Kowloon fue desalojada, demolida y reemplazada por un parque —el Kowloon Walled City Park— con jardines impecables, faroles elegantes y un aire de armonía muy civilizado.

Nadie que visite el parque hoy podría imaginar que allí existió una de las ciudades más densas, caóticas y vivas que ha visto la humanidad.

Aunque ya no existe, Kowloon sigue siendo una leyenda urbana: el terrario humano más denso del planeta, el bricolaje urbano convertido en ciudad, el recordatorio permanente de que, a veces, cuando gobiernos se olvidan de un sitio, la gente lo llena igual.

Kowloon no fue un accidente. Fue una demostración involuntaria de cuán lejos puede llegar la creatividad —y la necesidad— cuando se combinan en un espacio demasiado pequeño.

Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicaciones de lugares inexplicables”

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