Pakistán, el factor pashtún

Línea Internacional

Guadi Calvo

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Los recientes choques armados a lo largo de la Línea Durand, la frontera afgano-pakistaní, que dejaron una veintena de muertos y cerca de cuatrocientos heridos, fueron contenidos por un alto el fuego por ahora “muy” provisorio, gestionado por Qatar y Turquía. El que acaba de ser desafiado por un ataque suicida contra el complejo militar de Mir Ali, en el área tribal fronteriza de Waziristán del Norte (Pakistán), en el que al menos murieron siete soldados.

De no zanjarse de manera definitiva los diferendos entre ambas naciones, el conflicto podría convertirse en crónico, como el que el mismo Pakistán mantiene desde 1947 con India, por la cuestión cachemir.

Detrás de las acusaciones de Islamabad a Kabul, por la supuesta tolerancia que los mullahs tendrían con el grupo Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), la fuerza insurgente más activa que enfrenta el gobierno pakistaní. Que, desde su fundación en 2007, se estima han realizado entre cinco y seis mil atentados en Pakistán, y que, a pesar de que no se conoce el número de muertos que han provocado, la lógica indica que nunca podrían ser menos de veinticinco mil.

Más allá del apoyo o no de los mullahs al TTP, otra de las disputas pendientes entre ambos países es el trazado de la Línea Durand, un “acuerdo” impuesto en 1893 por el Reino Unido, como potencia colonial, firmado por el diplomático británico lord Mortimer Durand, responsable de la comisión del trazado, y el emir de Afganistán, Abdur Rahman Khan, cuya vigencia se iba a extender por cien años.

En julio de 1949, bajo el reinado de Mohammed Zahir Shah, Kabul, unilateralmente, rechaza el acuerdo, por considerar arbitrario el trazado de la Línea Durand, y a la hora de su firma, el emirato afgano se encontraba bajo la presión británica. Contradiciendo lo que especifica el derecho internacional al respecto: “Los Estados recién formados deben mantener las fronteras que tenían hasta antes de la independencia”.

Desde entonces, los gobiernos que se sucedieron en Afganistán entendieron que quien reconociera como cierta la Línea Durand perdería el apoyo del pueblo, ya que hasta hoy la Línea sigue siendo considerada una rémora colonialista “que ni es real ni es legítima”.

Más allá de esto, Kabul nunca se ha presentado en queja ante ningún tribunal internacional y sigue respectando los pasos fronterizos establecidos en ese momento. Entendiendo que hasta hoy nunca esa frontera haya sido una cuestión urgente, queda al arbitrio político de Afganistán que, en crisis como la vivida entre el nueve y el catorce de octubre, pueda convertirse en una braza.

Si bien el estallido de la semana pasada parece mantenerse acotado y la problemática por la Línea Durand continúa sin perturbaciones, ha movilizado otros puntos que prácticamente se han permanecido fosilizados desde las rebeliones de 1947, cuando se alentó la creación de un estado pashtún.

Esta etnia compuesta por cerca de sesenta millones de personas se encuentra a caballo de la frontera entre Pakistán y Afganistán. Aunque partida por el trazado de la Línea Durand, se ha mantenido cohesionada más allá de qué lado estén del trazado, por el respeto a ultranza de su mítico Pashtunwali, el código transmitido oralmente a lo largo de generaciones y que rige sus vidas. Centrándose fundamentalmente en el honor y el respeto a las tradiciones de su cultura, que difiere absolutamente de la interpretación wahabita del Corán.

Entre quince y diecisiete millones de los treinta y siete millones de afganos están asentados en provincias del sur y del este como Kandahar, Helmand, Paktika o Khost.

Mientras que, en Pakistán, de cerca de doscientos cuarenta millones de habitantes son la segunda etnia más numerosa del país, con entre cuarenta y cuarenta y cinco millones, después de los punyabíes, con más de cien millones.

Mientras que los pashtunes son la columna vertebral del movimiento talibán, tanto afgano como pakistaní, tienen una representación cercana al veinte por ciento en el ejército pakistaní.

Concentrando en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa (KP) y en lo que se conoce como las Áreas Tribales Bajo Administración Federal (FATA), y en algunas zonas de Baluchistán, los pashtún también tienen presencia en las provincias iraníes de Sistán y Baluchistán y Jorasán del Sur.

El descontrolado norte pakistaní

Todo el norte de Pakistán, de alguna manera, se convirtió en inmanejable. Tras la decisión del presidente Muhammad Zia-ul-Haq de admitir, durante la guerra antisoviética de Afganistán, que la provincia de Khyber Pakhtunkhwa (KP) y lo que se conoce como las Áreas Tribales Bajo Administración Federal (FATA) fueran utilizadas por la CIA y Arabia Saudita para convertirlas en centros de entrenamiento y adoctrinamiento ideológico de futuros muyahidines.

Lo que de alguna manera continuó durante al menos dos décadas más a partir de la retirada rusa en 1992, convirtiéndose en el centro del terrorismo islámico global, atrayendo muyahidines no solo de todo el mundo musulmán, sino también desde los Estados Unidos, Europa, China y Rusia, lo que recién se comenzaría a revertir, al menos de manera formal, tras la demolición de las torres de Nueva York.

A lo largo de todos estos años y a medida que el fundamentalismo armado comenzaba a ser un problema, Islamabad comenzó a realizar gigantes campañas militares contra las khatibas que operaban a uno y otro lado de la Línea Durand. A pesar de que fueron siete las grandes operaciones desde 2001, no pudieron evitar que toda esa región se convirtiera en un puntal clave para la resistencia del Talibán a la invasión norteamericana. Más allá de las evidencias de que la inteligencia pakistaní, el todopoderoso Inter-Services Intelligence (ISI), ha colaborado activamente con los mullahs.

Los abusos cometidos durante las operaciones militares en Khyber Pakhtunkhwa y las áreas tribales, cinturón donde siguen proliferando las madrassas fundamentalistas que alientan grupos terroristas como el Daesh Khorasan, profundizan la voluntad separatista pashtún. Que desde siempre ha estado latente, al igual que los pueblos de Baluchistán. Por lo que Islamabad niega la legitimidad a esos reclamos, aferrándose a la teoría de que, al ser Pakistán heredero del Imperio Británico, tiene derechos a esas regiones, lo que gestiona con represión y política de secularización cada vez más intensa.

La casta política de Pakistán ya ha vivenciado en carne propia lo que significa el desgarramiento territorial, en la pérdida de lo que se conoció a partir de 1947 como Pakistán Oriental, y tras la guerra de liberación de 1971, pasó a llamarse Bangladesh. Por lo que no es nada permeable a la voluntad etnonacionalista de los pashtunes, ni de los baluchis.

La presencia del ejército federal en KP no solo ha provocado desplazamientos masivos y el quiebre de la organización social de la región, sino un cada vez más acendrado sentimiento antipakistaní, ya que ellos se reconocen como integrantes de la patria pashtu o Pakhtunistán, junto a sus hermanos afganos.

Además, la presencia del ejército ha generado protestas y algunos enfrentamientos con la propia policía de Khyber Pakhtunkhwa, que ha denunciado, más allá de los abusos militares, que solo se podrá derrotar al terrorismo una vez retiraron las tropas federales, a los que acusan de tener vínculo con los muyahidines.

El gobierno del primer ministro, Sharif Shehbaz, tras haber asumido el cargo en marzo del 2024, lanzó apenas cuatro meses después una última operación antiterrorista contra el PK, llamada, en urdum, Azm-e-Istehkam (Determinación por la Estabilidad).

Shehbaz ha aprovechado las turbulencias en PK para prohibir y perseguir al grupo no violento el Movimiento Pashtún Tahafuz (PTM), asociado a Imran Khan, el primer ministro destituido por la embajada norteamericana, el ejército y el establishment, dominado por los punyabíes, detenido tras varios procesos judiciales amañados por sus políticas independientes, contrario a las operaciones militares que tanto han agitado la frontera norte, rebelando una vez más al factor pashtún.

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