Ruth Linares Hidalgo
El sistema educativo, las leyes y la cultura dominante reforzaban esta marginación, restringiendo sus oportunidades a la devoción religiosa, las labores domésticas y la obediencia silenciosa.
No obstante, desde finales del siglo XIX y especialmente a lo largo del siglo XX, mujeres valientes comenzaron a alzar la voz. Algunas, como Ángela Acuña Braun, Esther de Mezerville, Ana Rosa Chacón y Carmen Lyra, rompieron el cerco de silencio y fundaron espacios de organización y lucha, como la Liga Feminista Costarricense.
A través de propuestas legislativas, artículos en prensa, formación cívica y manifestaciones pacíficas, estas mujeres impulsaron el debate sobre la igualdad de derechos políticos.
Décadas de intentos infructuosos y burlas desde la prensa tradicional no hicieron mella en la determinación de estas pioneras. Las propuestas para permitir el voto a mujeres educadas, a madres de familia o a profesionales fueron sistemáticamente rechazadas.
La resistencia venía de sectores conservadores que temían que la participación política transformara el orden social establecido.
El punto de inflexión llegó en 1948, cuando Costa Rica vivió una profunda crisis electoral que desembocó en una guerra civil. Tras la victoria del movimiento revolucionario, se instauró la Junta Fundadora de la Segunda República, presidida por José Figueres Ferrer. Desde el primer día, la Junta se propuso transformar el país desde sus raíces institucionales y reconoció la necesidad de garantizar plenamente los derechos políticos de las mujeres.
En ese contexto, se convocó una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva Constitución Política. El 20 de junio de 1949, en la sesión número 92, se discutió y aprobó el reconocimiento del derecho al sufragio para las mujeres costarricenses.
La participación de las mujeres en las luchas cívicas, su presencia organizada en el espacio público y su evidente compromiso patriótico fueron argumentos clave para conceder ese derecho.
Fue también en esa histórica sesión donde se vivió un gesto de enorme valor simbólico. Los diputados constituyentes Luis Alberto Monge Álvarez, Otón Acosta Jiménez y Ricardo Esquivel Fernández presentaron una moción para que la votación se hiciera de forma nominal.
No se trataba simplemente de contabilizar los votos, sino de dejar constancia pública de quiénes estaban a favor y quiénes se oponían a reconocer la ciudadanía plena de las mujeres. Gracias a esa moción, hoy conocemos los nombres de los 33 diputados que votaron afirmativamente, de los 8 que votaron en contra y de los 4 que estuvieron ausentes.
Ese acto de transparencia cívica fue más que un procedimiento legislativo: fue un compromiso moral con la historia, con la memoria y con las futuras generaciones. Fue una forma de decir que los derechos no se conceden en silencio, sino que se reconocen con valentía, dando la cara y firmando con dignidad.
A partir de ese momento, la Constitución de 1949 consagró el derecho de las mujeres a votar y ser electas, estableciendo los veinte años como edad mínima para ejercer la ciudadanía política.
La primera vez que una mujer costarricense ejerció el voto fue en 1950, en un plebiscito local en La Tigra. Tres años más tarde, en 1953, las mujeres votaron por primera vez en elecciones nacionales y tres de ellas resultaron electas: Ana Rosa Chacón, María Teresa Obregón y Estela Quesada llegaron al Congreso de la República, en representación del partido Liberación Nacional, heredero de la gesta de Figueres. En 1957 Estela Quesada Hernández fue elegida Vicepresidenta y es la primera mujer en presidir la Asamblea Legislativa en ausencia del presidente.
La conquista del voto femenino en Costa Rica fue el fruto de una lucha tenaz, sostenida por mujeres visionarias, por movimientos sociales y, finalmente, por un gobierno reformador que entendió que una democracia sin mujeres no era una democracia completa.
La decisión de Figueres Ferrer y su Junta de respaldar esta causa, junto con la acción firme de los diputados constituyentes, selló uno de los momentos más luminosos de nuestra historia republicana.
Desde entonces, la democracia costarricense camina con una voz más completa, con una mirada más justa y con una conciencia más clara del papel fundamental que las mujeres tienen en la construcción del país.