Oscar Arévalo Solórzanoo
En la misma línea de diálogo con los planteamientos de Mario Quirós como eje central, les planteo estas otras inquietudes:
Costa Rica en el divisadero: Desentrañando los desafíos de un cambio de ciclo anunciado
La Costa Rica que se asoma al 2026 no es la misma que celebró los logros de la Segunda República. Como bien ha desgranado el analista Mario Quirós, nos encontramos en medio de un «cambio de ciclo político», uno cuyos cimientos se han ido agrietando durante décadas de promesas incumplidas y una creciente desconexión entre la ciudadanía y sus instituciones. Si bien los datos ilustran la magnitud del problema –un gasto social que creció sin traducirse en mejoras proporcionales en empleo, igualdad o seguridad–, los desafíos que emanan de esta realidad son multifacéticos y se entrelazan con una complejidad que demanda un análisis más profundo.
1. El desafío de la representatividad: reconstruir un vínculo roto
La «frustración acumulada» que describe Quirós no es solo económica; es profundamente política. Los partidos tradicionales, que alguna vez fueron los pilares del sistema, hoy son percibidos por amplios sectores, especialmente los jóvenes, como estructuras desgastadas, más enfocadas en la «administración de lo existente» que en la proposición de «reformas estructurales». La percepción de que operan con una lógica «utilitaria y oportunista», priorizando intereses particulares o la supervivencia de cúpulas, ha dinamitado la confianza. El desafío aquí es monumental: ¿cómo se reconstruye la legitimidad en un escenario donde la «deuda emocional» con el sistema político es inexistente para casi el 60% del electorado (Millennials y Gen Z)? No se trata solo de nuevas caras o discursos elocuentes. Implica una redefinición de la práctica política que demuestre, con hechos, un compromiso genuino con el interés público. Exige transparencia radical, mecanismos de participación ciudadana vinculantes que vayan más allá de la consulta formal, y una rendición de cuentas constante. Significa también confrontar la posibilidad de que algunas estructuras partidarias, tal como existen hoy, sean irreformables y que la renovación deba surgir de espacios políticos genuinamente nuevos y con lógicas distintas.
2. El imperativo generacional: sintonizar con un nuevo electorado
Quirós es enfático: las nuevas generaciones «no están dispuestas a esperar el ‘tiempo político’ que antes se toleraba». Su impaciencia, nacida de una «experiencia generacional de exclusión», no es un capricho, sino una exigencia de efectividad. La búsqueda de una «conexión simbólica de cambio» es un llamado a la autenticidad y a liderazgos que encarnen una ruptura creíble con las taras del pasado. El desafío para cualquier fuerza política es doble: primero, comprender en profundidad las múltiples identidades, preocupaciones (empleo digno, salud mental, crisis climática, derechos humanos) y lenguajes de estas generaciones, que no son un bloque homogéneo. Segundo, traducir esa comprensión en propuestas concretas y en formas de comunicación y movilización que resuenen con su escepticismo hacia lo tradicional y su activismo digital. Esto implica abandonar la comunicación unidireccional y construir diálogos horizontales, reconociendo que estos jóvenes no son «ciudadanos en formación», sino actores políticos plenos que esperan que el sistema se adapte a ellos, y no al revés.
3. La sombra del poder económico: disputar la dirección del desarrollo
Se ha tocado un nervio sensible: la influencia de ciertos grupos económicos y su papel como posibles «detonantes de la crisis». Si durante décadas se ha percibido una «actitud de extracción al Estado y a la Sociedad» por parte de algunos sectores, con una búsqueda de «ganancias más rápidas y fáciles» y una resistencia a contribuir equitativamente al bienestar general, no podemos obviar este factor al analizar el estancamiento social. La posible «cooptación» de cúpulas y cuadros políticos en función de estos intereses agrava la crisis de representatividad y vacía de contenido el debate democrático sobre el modelo de país. El desafío es, entonces, cómo democratizar la economía y reorientar el modelo de desarrollo. Esto implica no solo una discusión sobre política fiscal progresiva, sino sobre la regulación efectiva de los mercados, el combate a los monopolios y la evasión, y el fomento de un tejido empresarial diversificado y comprometido con la sostenibilidad social y ambiental. Exige fortalecer la capacidad del Estado para definir y ejecutar una estrategia de desarrollo nacional que no esté subordinada a intereses particulares, y asegurar que las instituciones públicas estén blindadas contra la influencia indebida. Es una lucha por la soberanía de las decisiones públicas y por un «nuevo sentido común» donde la prosperidad se entienda como compartida.
4. Seguridad en jaque: más que delitos, un síntoma de fracturas sociales
La creciente inseguridad, que hoy encabeza las preocupaciones ciudadanas, no puede abordarse únicamente con más policías o leyes más duras, aunque la eficacia en la contención del delito sea indispensable. El aumento de la violencia, como el incremento del 56.9% en la tasa de homicidios entre 1993 y 2021, es también un síntoma de fracturas más profundas: la desigualdad rampante, la falta de oportunidades para los jóvenes en territorios excluidos, la debilidad del tejido social y la penetración del crimen organizado que se aprovecha de estas vulnerabilidades. El desafío es abordar la seguridad de manera integral. Esto requiere políticas de prevención efectivas que inviertan en educación, cultura, deporte y empleo en las comunidades más vulnerables. Implica una reforma policial que la haga más comunitaria, transparente y respetuosa de los derechos humanos. Y exige una lucha frontal contra el crimen organizado y sus redes de corrupción, entendiendo que esto también pasa por fortalecer la inteligencia financiera y la cooperación internacional. La paz social duradera no se construye solo con represión, sino con justicia social y oportunidades reales para todos.
5. El espejismo populista: entre el anhelo de ruptura y el riesgo sutoritario
En este caldo de cultivo de frustración y desconfianza, los liderazgos populistas con narrativas simplificadoras y promesas de soluciones drásticas e inmediatas encuentran un terreno fértil. Su atractivo, como indica Quirós, radica precisamente en «no parecerse a lo establecido». La sólida base de «Personalistas seguidores» (40%) del actual mandatario costarricense es un indicador de esta dinámica. Sin embargo, la historia reciente en diversas latitudes advierte que estos fenómenos pueden derivar en la erosión de los contrapesos democráticos, la polarización exacerbada y, en última instancia, en un ejercicio del poder más autoritario. El desafío consiste en cómo canalizar el legítimo deseo de cambio y ruptura de la ciudadanía sin sucumbir a soluciones ilusorias que debiliten la institucionalidad democrática. Esto requiere, por un lado, que las fuerzas democráticas ofrezcan alternativas que sean igualmente audaces y capaces de generar esperanza, pero ancladas en el respeto a las reglas del juego democrático y los derechos humanos. Por otro lado, implica una ciudadanía crítica y vigilante, capaz de discernir entre las promesas de transformación genuina y los discursos que, bajo un manto de «anti-política», esconden agendas regresivas o personalistas.
6. El estrecho sendero de las alternativas progresistas
Para una potencial coalición de centroizquierda, especialmente una «no tradicional» que busque diferenciarse del pasado, el panorama es particularmente complejo. Debe, simultáneamente: Construir una narrativa potente que reconozca la profundidad del desencanto y la validez de muchas de las críticas al sistema, sin caer en un pesimismo paralizante. Ofrecer una visión de futuro que sea a la vez radicalmente esperanzadora y programáticamente creíble. Demostrar autenticidad y coherencia. Cada acción, cada alianza, cada candidato debe encarnar los principios de renovación y justicia social que se predican. Conectar con la diversidad de los «sectores populares» y las clases medias, entendiendo sus preocupaciones específicas y ofreciendo soluciones concretas a sus problemas cotidianos, desde el acceso a vivienda hasta la calidad de los servicios públicos y la adaptación al cambio climático con justicia. Gestionar la diversidad interna, propia de cualquier coalición, para que sea fuente de riqueza y no de parálisis, mostrando capacidad de gobierno y de construir consensos amplios. Desarrollar una estrategia de comunicación multicanal, innovadora y participativa, capaz de disputar el «sentido común» en un ecosistema mediático a menudo hostil o saturado. En conclusión, Costa Rica se encuentra en un punto de inflexión crítico. Quizá el fin de la Segunda República. Los desafíos son interdependientes y de una envergadura tal que requieren más que diagnósticos; exigen la voluntad política y la capacidad colectiva para emprender transformaciones profundas. El «cambio de ciclo» que vivimos no tiene un desenlace predeterminado. Dependerá de la habilidad de los diversos actores sociales y políticos para interpretar este momento, articular visiones de futuro y movilizar a una ciudadanía que, aunque escéptica y frustrada, sigue anhelando un país donde las promesas de bienestar, justicia y seguridad se conviertan en una realidad palpable para todos.
– Abogado y analista político