El pez anfibio (Una tarde con Mario Vargas Llosa)

Enrique Vázquez Gehrels

Enrique Vázquez

Martes 5 de noviembre del 2013. Las hojas multicolores de un avanzado otoño cuelgan de las ramas semidesnudas de los árboles en los bosques suburbanos de la pequeña ciudad universitaria de Princeton, Nueva Jersey. El arcoíris visual contrasta con la sobria estructura de los edificios marrones diseminados por el campus. Son estas edificaciones, con su estilo colonial/ gótico/universitario cincelado a fuerza de mortero y piedra, orgullosos compañeros del famoso Nassau Hall, escenario bélico de la Revolución Americana, de donde Washington desalojó a cañonazos a los invasores británicos en la Batalla de Princeton. A lo lejos nos contemplan los leones de piedra que resguardan la entrada al emblemático edificio, sede de la capital del país por cuatro meses en 1783, al convertirse en el asiento del Congreso Continental de las trece colonias originales de la federación.

La escenografía es inmejorable para asistir a una clase del curso ofrecido por el Departamento de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Princeton sobre la obra literaria de Mario Vargas Llosa, en su contexto artístico, intelectual y político. Es, además, una de las seis lecciones del curso impartidas en conjunto por el profesor titular Efraín Kristal y el mismísimo Vargas Llosa, en carne y hueso. Ese día corresponde discutir sobre sus memorias, “El Pez en el Agua”, y su última novela “El Héroe Discreto”.

Como niños invitados a una función de circo, mi esposa y yo llegamos de primeros al aula 226 del edificio Aaron Burr Hall. Pocos minutos antes de la hora de inicio de la lección, el recinto fue invadido por una tropa de veinte jóvenes estudiantes que se acomodaron a lo ancho de una larga mesa rectangular en la que todos cabían confortablemente. En nuestra condición de observadores invitados, nos replegamos hacia unas sillas colocadas a un costado de la pared, a escasos centímetros de los estudiantes. Conocimos al profesor Kristal, quien ingresó precavido al aula con diez minutos de anticipación. Sobre la hora de inicio, una y treinta de la tarde, apareció don Mario haciendo alarde de puntualidad inglesa: a la hora exacta, ni antes ni después.

El pez en el agua

La lección comenzó con dos o tres breves exposiciones de estudiantes del curso, a los que les habían asignado hurgar entre las cajas de los archivos personales de MVLL que se conservan en la Biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. Dicha biblioteca contiene un tesoro conformado por los archivos personales de varios otros escritores del “boom latinoamericano” (Donoso, Cortázar, Fuentes, Asturias, por citar algunos) y grandes autores angloparlantes de distintas épocas (Carroll, Wilde, Scott Fitzgerald, Hemingway, las Bronte, Dickens, Dickinson). De sus manuscritos brota la más íntima historia de estos personajes, como lo atestigua el caso de los diarios de José Donoso y la famosa crónica escrita por su hija Pilar. El acceso a estos archivos personales de escritores connotados permite conocer, en forma directa, sus procesos de creación literaria y la evolución de sus obras por medio de los borradores, correcciones y revisiones que precedieron a los textos finales.

En una de las exposiciones, el alumno designado presentó copia de una ficha manuscrita con el nombre del libro, en puño y letra de Vargas Llosa, que decía así: “EL PEZ FUERA DEL AGUA”. Pero la tercera palabra (“FUERA”) aparece tachada con una X, corregida encima por la palabra “EN”, y en la siguiente palabra un rayón borra la “D” convirtiendo la preposición en el artículo singular masculino. Resulta claro que el nombre de sus memorias fue corregido por el autor y pasó de ser “El Pez Fuera del Agua”, a ser “El Pez en el Agua”. No quedaba más que preguntarle a su autor el motivo del cambio tan radical: ¿por qué inicialmente sacó al pez de su ámbito natural, para luego regresarlo al medio acuoso en que habita? Su respuesta no se dejó esperar.

El libro inicialmente lo pensó como una memoria autobiográfica de sus tres años de incursión en la vida política del Perú (1987-1990). Sin embargo, conforme avanzaba, se dio cuenta que dicho período fue un paréntesis en su verdadera vocación literaria, a la que nunca renunciaría. El título original quiso reflejar esa circunstancia: su transitoria irrupción en la Política había sido un hiato temporal alejado de su verdadero oficio de escritor. Fue un período en que se desterró voluntariamente de su medio natural, como pez fuera del agua. Pero había recapacitado – dijo él – y para reivindicar su auténtica vocación decidió complementar su experiencia política (que calificó como marginal y circunstancial), con sus recuerdos de infancia y juventud, así como anunciar su regreso al mundo de las Letras. El pez volvía a su charco literario, a su entorno habitual, y el nuevo título era más apropiado para reflejar su decisión.

Y mientras oíamos su exposición con voz potente, algo ronca y entrecortada por el efecto de un incipiente resfrío, don Mario abordaba el tema de sus ideas políticas. Nos explicó, con su capacidad de síntesis, el largo camino recorrido desde que recibió el Premio Rómulo Gallegos en 1967 por su novela “La Casa Verde”, con su apasionado discurso “La Literatura es Fuego” en defensa de la libertad de expresión de los escritores (“los insurrectos irredentos del mundo”). Nos habló de su tortuoso proceso de migración ideológica, desde los coqueteos con la Revolución Cubana en los sesentas, hasta su adopción de las ideas políticas liberales, sin que en ese trayecto haya abandonado jamás su visión literaria de denunciar las injusticias que se cometen contra los seres humanos, ni los excesos totalitarios en el ejercicio del poder, de cualquier signo, que avasallan las libertades civiles y los derechos de los marginados. – “¿No es el escritor un crítico acérrimo de la realidad, que expresa su insatisfacción, su inconformidad, su rebeldía frente al mundo y la sociedad? ¿Si alguien está contento con el mundo, para qué escribir?”, dijo con su voz algo gangosa.

Escuchamos con atención su repaso de la campaña política de 1990: cómo el “chinito”, a quien nadie conocía tres semanas antes de la elección (Fujimori), le ganó las justas electorales en una segunda ronda, contra el resultado pronosticado en un inicio por la mayoría de las encuestas que lo daban a él por ganador; el largo tiempo dedicado a preparar los planes de gobierno, la formación de equipos capacitados para abordar los temas álgidos de campaña, y los interminables recorridos proselitistas por las montañas y selvas del Perú, en tiempos de violencia y polarización, que antes y después le sirvieron como escenarios de sus novelas peruanas.

Durante el relato, vuelve a saltar esa dicotomía que empieza a ser familiar en su discurso: la Política como el reino de lo posible, del pragmatismo, de lo implacable, donde nada se perdona, donde la gente vota guiada por emociones, por instintos y es poco racional; mientras en la Literatura prevalece la libertad de creación, la crítica despojada de cálculo, el desencuentro, la ambigüedad, la rebeldía e inconformidad. Fuera del poder (léase Literatura), el “pez en el agua” se puede permitir ser irreverente; en el poder (léase Política), el “pez fuera del agua” tiene que transar, negociar, establecer consensos, pareciera afirmar MVLL.

El héroe discreto

Cerrado el capítulo de sus memorias, el profesor Kristal reorientó la lección hacia la discusión del último libro de don Mario, “El Héroe discreto”.

Nos cuenta el autor que las dos historias del libro, intercaladas entre capítulos, surgieron de dos hechos separados que llamaron su atención. La primera historia nació de un aviso publicado en un periódico de una comunidad rural, en el que un empresario local notificó a los delincuentes perpetradores que no estaba dispuesto a pagar dinero alguno por el secuestro de un familiar. La segunda se basó en un reconocido caso de una poderosa familia del Perú, en cuyo seno se produjo un sonado pleito familiar por cuestiones de herencia. Ambos hechos de la vida real le brindaron el marco ideal para destacar la existencia de héroes anónimos, de distinta extracción social, que se enfrentan con valentía y dignidad a la inseguridad ciudadana, a la burocracia y corrupción estatal, a la prensa del espectáculo, a los prejuicios de clase y familia, para acabar con los chantajes y las imposiciones externas a su voluntad y libertad de acción. Son estos héroes discretos los que deberíamos admirar y depositar en ellos nuestra credibilidad, los que nos devuelven la fe en la humanidad y nos recuerdan que no todo está perdido, opina MVLL.

Su deseo era volver a escribir una novela ambientada en Perú. Quería resaltar los enormes cambios que se habían producido en su patria desde los tiempos de “La Casa Verde” en Piura, y “Los Cachorros” y “Conversación en la Catedral” en Lima. Como en el resto de Latinoamérica, encontraba al Perú transformado por la aceptación de la democracia, la apertura económica y una mayor integración global, sin aminorar la magnitud de los problemas que aún aquejan a la región y al país. Sentía que era hora, dentro de ese contexto, de regresar al melodrama – calificado por muchos como un género menor – al mejor estilo de “La Tía Julia y el Escribidor”, sin renunciar al fino estilete de la crítica social y política. Se impregnó de un tono optimista que trasladó a la novela y que, raro en él, aunque consecuente con el estilo y el género escogido, lo hizo concluir con un final feliz.

Para lograr sus propósitos, MVLL echó mano a viejos personajes conocidos que, según él, claman a gritos su deseo de participar en sus nuevos proyectos. A pesar de sus esquemas iniciales, las historias siempre “se le terminan yendo de las manos, toman su propia dinámica”. Desempolva y rescata al Sargento Lituma, veterano de algunos libros anteriores, personaje sencillo, cumplidor, lúcido, que, como Sancho Panza, no logra articular los procesos causales (opina el profesor Kristal). Nos devuelve al trío de sus incursiones eróticas en “Los Cuadernos de don Rigoberto” y “Elogio de la Madrastra”: don Rigoberto, el abogado insatisfecho, diletante, que ve en la cultura la forma de resarcir su frustración vocacional; doña Lucrecia, personaje bello y misterioso que sostiene el lazo de unión familiar; y Fonchito, diablillo/angelito que, guiado por su condición ambivalente, fomenta la ambigüedad y el deseo en el lector de que se defina su condición de “inocencia corruptora” (don Mario confiesa que su modelo fue Tadzio de “Muerte en Venecia” de Thomas Mann). A ellos se suma Felícito, uno de los héroes discretos, “cuyo nombre es una fotografía del personaje”, y Adelaida, la adivinadora, “quien no se sabe si ve cosas de verdad o las inventa”.

En una digresión comprensible, nos habla don Mario de la importancia de bautizar a sus personajes con nombres apropiados que contribuyan a su caracterización, para guiar a verlos y entenderlos mejor, una constante presente en muchos autores contemporáneos. Destaca, además, los juegos con la ambigüedad que la vida real no acepta, pero la Literatura permite, como la relación de Fonchito con Edilberto Torres, cuya resolución nunca llega, y que, en mi opinión, es un recurso utilizado para desesperar a aquel lector ávido de certezas. Tampoco se salva la prensa amarillista de sus ataques despiadados. Su más reciente ensayo, “La Civilización del Espectáculo”, trata el tema de la explotación del escándalo y la tragedia como instrumento para vender mejor la información, por lo que no podía quedar por fuera de la novela que escribía simultáneamente, digo yo.

Los que hemos leído la mayor parte de la obra de Mario Vargas Llosa opinamos que “El Héroe discreto” no es, ni por asomo, una de sus obras principales. En mi criterio, “La Casa verde”, “Conversación en la Catedral”, “La Guerra del fin del mundo” y “La fiesta del chivo” son sus mejores novelas, merecedoras en conjunto de los mayores elogios y premios. Sin embargo, no podemos pretender que un autor mantenga o quiera mantener el mismo grado de excelencia en todo lo que produzca, ni impedirle que se divierta, cambie de género (ensayo, teatro, cuentos, crónica, etc.), experimente y escriba lo que le venga en gana. El juicio sobre su obra no depende de la crítica literaria exclusivamente, sino también de sus lectores y de los objetivos trazados por el mismo autor.

El escritor indiscreto

Vargas Llosa
En el orden usual: Enrique Vázquez Gehrels y Marios Vargas Llosa. Foto noviembre 2013. Clase en Universidad de Princeton, New Jersey con MVLL. Luego, un café y una amena conversación sobre literatura costarricense con él.

Terminada la lección, los organizadores ofrecieron una breve recepción de homenaje y despedida a MVLL por ser su última clase en el curso. Clásico convite estadounidense: queso en trozos, zanahorias y apio para embadurnar con salsa “Ranch”, gaseosas y un vinito barato perdido por ahí. Aprovechamos los cinco minutos de gloria para hablar con don Mario. Su figura agradable, más alto de lo que me imaginaba (178/180 cts.), bien vestido, con camisa celeste de sastre ceñida al cuerpo, corbata azul oscuro, pelo profuso y canoso, de mirada inquisitiva y directa, algo vanidoso y galán, aparenta menos edad que los setenta y siete años que lleva consigo. Conversación amena, directa, superficial – forzada por las circunstancias – previsible: – … hombre, costarricense, qué bien, recuerdo aquella revista literaria… sí, esa, El Repertorio Americano… ¿cómo se llamaba el editor? … García Monge, claro… no me diga… así que usted casi deja de estudiar Derecho después de leer “Conversación en la Catedral”… pues yo sí dejé de estudiarlo… eran otros tiempos: Cuba, la Revolución, la izquierda… bla, bla… Me correspondió tomar la fotografía del grupo de estudiantes con él, pues era de los pocos convidados de piedra en el aula. Luego, la foto personal de rigor, despedida cortés y un encuentro casual en el elevador diez minutos después, donde volvimos a despedirnos a las cinco de la tarde.

Por la noche, asistimos a una conferencia que MVLL impartió para todos los estudiantes y profesores de la Universidad de Princeton en un auditorio enorme. Bajo una asistencia numerosa, don Mario expuso muchos de los conceptos y opiniones que habíamos escuchado unas horas antes. Respondió preguntas de profesores y alumnos, cuya mayoría trataron sobre aspectos políticos, más que literarios. Sin duda, su proyección como comentarista político en medios de comunicación internacionales es tan conocida como sus obras literarias. Cada vez se hace más difícil decidir si el pez está fuera o dentro del agua, o cuál es su hábitat natural: la Literatura o la Política.

El autor encarna la figura del “escritor comprometido” o del compromiso social en la Literatura, característico del “boom latinoamericano”, hoy criticado por las nuevas tendencias posmodernas, el McOndo, el Crack, el realismo sucio, visceral y otros enfoques literarios vanguardistas y experimentales que, sin negar su paternidad, han abierto sus propios caminos. En esa conferencia de la noche MVLL dijo:

Vengo de una generación de escritores, de existencialistas que tenían que aportar soluciones a los problemas de su época. Descubrí que quería ser escritor en el Perú de los cincuentas. Me desarrollé pensando que un escritor tenía que ser consciente de la realidad en la que vive y aportar ideas y soluciones morales y políticas a sus problemas. En la actualidad a los escritores latinoamericanos no les interesa la parte política de sus países”.

Su estilo directo, sin ambages ni eufemismos, a menudo no es del agrado de aquellos alineados con ideas rígidas y concepciones maniqueas del mundo. Vargas Llosa cuenta con muchos detractores que arremeten contra sus ideas políticas expresadas en declaraciones públicas, artículos periodísticos y ensayos. Esos mismos detractores, curiosamente, alaban sus novelas orientadas a combatir la injusticia y la desigualdad económica y social, pero denigran sus obras más ligeras de contenido cómico, personal, anecdótico o existencial. MVLL, liberal confeso y orgulloso de su ideología, no necesita defensores ni expertos que lo aconsejen sobre lo que debe escribir o cómo pensar. La Literatura y la Política son sus pasiones y están indisolublemente unidas en su obra y en su vida. No son parte de una dicotomía, sino un complemento necesario. El pez está a gusto fuera y dentro del agua. Es un pez anfibio.

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Un comentario

  1. GUSTAVO ELIZONDO FALLAS

    Bonito artículo con un poquito de envidia de mi parte por esos momentos que compartió con Vargas Llosa. Mi mejor libro para mi gusto La fiesta del chivos y la más entretenida La tía Julia y el escribidor. La inclusión de las radio novelas magistral.

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