Otra vez fuego sobre Yemen

Guadi Calvo

Línea Internacional

El presidente norteamericano Donald Trump, mientras disfrutaba de su merecido descanso de fin de semana en el Trump International Golf Club en West Palm Beach, Florida, distrajo unos minutos para comunicar que una tanda de ataques aéreos se había lanzado sobre Yemen, la primera desde su asunción el veinte de enero pasado.

Mientras el magnate disfrutaba su caminata por el campo de golf, una vez más las alarmas que anuncian el ataque se escuchaban en la ciudad de Sanná. Enseguida el fuego y el humo negro de esos bombardeos se levantó sobre la una y mil veces martirizada capital yemení, el territorio que alguna vez fue llamado por los romanos la Arabia Felix (Arabia Feliz).

Estados Unidos, en la noche del sábado quince, como tantas otras veces, volvía a bombardear la capital de la única república de la Península Arábiga. En esta operación ha participado el grupo de ataque del portaaviones USS Harry S. Truman, estacionado en el Mar Rojo, que además cuenta con tres destructores, un crucero y el submarino de misiles de crucero USS Georgia. Según un comunicado de la milicia yemení, lanzaron una veintena de misiles y un dron contra el USS Harry Truman y se preparaban para una nueva ronda.

En un comunicado firmado por la dirección huthi, se informó que los ataques tuvieron como blanco principal el complejo aeroportuario, donde también existe una importante base militar. La incursión afectó además una usina eléctrica, a consecuencia de lo que se provocó un gran apagón en la ciudad y golpeó el barrio residencial de Shouab, en el norte de la ciudad. También fue atacada la provincia de Saada, donde se cree que los houthis tienen su cuartel general, junto a la frontera con Arabia Saudita. Producto del ataque, cerca de sesenta personas murieron y más de cien resultaron heridas.

Donald Trump había prometido días atrás usar “una fuerza letal abrumadora” hasta que no se detuvieran las operaciones Houthies sobre el Mar Rojo y el Golfo de Adén, uno de los corredores marítimos más importantes del mundo.
Según el comunicado de la Casablanca, los ataques aéreos “contra las bases, líderes y defensas antimisiles de los terroristas tienen la misión de proteger los activos marítimos, aéreos y navales estadounidenses y de restaurar la libre navegación”.

También, Washington advirtió a Teherán que deje de brindarle apoyo al que denominó como “grupo rebelde” y prometió hacerle pagar a la República Islámica las consecuencias por las acciones de “sus representantes”.

Los ataques norteamericanos llegan después de que la dirección Houthi anunciara estar pronta para reanudar los ataques contra las embarcaciones sionistas y de sus aliados que naveguen frente a sus costas, como respuesta al nuevo bloqueo que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han vuelto a establecer en Gaza, impidiendo que toneladas de víveres, medicamentos y también agua potable lleguen a los palestinos, que han logrado sobrevivir al genocidio judío. El frente Houthi había detenido sus operaciones a partir del establecimiento del alto el fuego entre los sionistas y Palestina, un día antes de la asunción de Trump.

Los huthíes, una fuerza irregular que controla gran parte del territorio yemení, junto al Hezbollah libanés y en alguna ocasión Irán, son los únicos, del populoso mundo musulmán, que han dado apoyo concreto a la defensa de Palestina.
Desde que Tel Aviv comenzó sus operaciones de exterminio, el ocho de octubre del 2023, nadie ha hecho más para oponerse al plan de Benjamín Netanyahu que la milicia yemení, una fuerza que ya ha demostrado su poder y su fiereza tras haber logrado derrotar a la poderosa entente encabezada por Arabia Saudita y más de una docena de países musulmanes, entre ellos los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Sudán y Pakistán, además de Israel, Estados Unidos y gran parte de la OTAN.

En marzo de 2015, Riad, el mayor comprador de armas del mundo, con todo el poder militar desplegado, inició sus operaciones contra Yemen, y tras cinco años de bombardeos brutales y operaciones terrestres, las que una tras otra fueron rechazadas una a una por los Houthies. Para no reconocer su derrota, la entente sionista-saudita, a partir del 2020, hizo que la guerra entrara en una nebulosa, que continúa hasta hoy.

Desde que los houthies decretaron la prohibición de navegación por las aguas del Mar Rojo, a mediados de noviembre del 2023, en solidaridad con sus hermanos palestinos, más de cien buques mercantes fueron atacados, hundiendo a dos de esas embarcaciones. Lo que ha producido un terrible efecto en el comercio naval de todo el mundo. Obligando a muchas navieras provenientes del Golfo Pérsico y el lejano Oriente a cambiar sus rutas de acceso al Mediterráneo, obligadas a circunvalar África, generando una demora de más de veinte días y, obviamente, encareciendo el precio de los fletes.

Estos ataques volvieron a poner en la mira al grupo también conocido Ansaroláh (partidarios de Dios), una organización fundada en 1994 por Hussein Badreddin al-Houthi, de allí el nombre por el que se los conoce mundialmente.

Tras el comienzo de sus operaciones en el Mar Rojo y el Golfo de Adén, Estados Unidos y el Reino Unido intentaron neutralizar esos ataques sin ningún resultado. Por lo que los bombardeos se suspendieron, a pesar de que los misiles huthíes, en algunas oportunidades, alcanzaron a golpear dentro de Israel, en un recorrido de más de 2300 kilómetros, eludiendo las sofisticadas defensas sionistas.

Un repentino dolor de muelas

Sin duda, para Trump, el despliegue Houthi representa un inesperado y repentino dolor de muelas. A pesar de los graves problemas de coyuntura que enfrenta, en sus hasta ahora desafortunadas políticas económicas, las que le han hecho ganar todavía más la antipatía de sus súbditos europeos; de sus vecinos de Canadá y México y obligado a poner en pie de guerra, por ahora solo económica, a China.

Respecto al tema China y particularmente los aranceles a los autos eléctricos, hizo entrar en corto circuito la relación con Elon Musk, a quien había conchabado como “Consejero superior del presidente de los Estados Unidos”.

Mientras el frente económico ha entrado en convulsión mundial, el golfista de Mar-A-Lago descubre que la guerra de Ucrania es una guerra en serio y para nada tan sencilla de detener, como lo había prometido durante su campaña.

Donald Trump, a lo largo de su última campaña electoral, apenas hizo referencia a la compleja crisis de seguridad en Medio Oriente y mucho menos a las operaciones houthies sobre el mar Rojo. Lo que lo sorprende como un dolor de muelas en mitad de la noche. Mandar a bombardear al tun-tun, como ya unos meses atrás había fracasado su antecesor Joe Biden, es una señal de torpeza que, sin duda, el Trump de 2017-2021 no hubiera tenido. El tiempo pasa para todos.

Estos ataques muy posiblemente hayan sido una respuesta a los pedidos del cada vez más ensombrecido Benjamín Netanyahu, que sabe que en algún momento terminará preso, ya no por corrupto, sino por algo peor: genocida.

Mientras, los Houthies aceitan sus lanzaderas misilísticas sobre el Mar Rojo, reiniciando una operación que representará algo más que un dolor de muelas para muchos.

Al tiempo que Trump y el Departamento de Estado se consuelan responsabilizando a los ayatollahs del despliegue Houthi, un aburrido recurso teatral, ya que las acusaciones llevan casi veinte años contra Teherán, con todo el trabajo de la CIA y el MOSSAD que han realizado en el terreno, nunca han aportado una evidencia más o menos creíble de que eso sea cierto.

Tanto Trump como la resistencia yemení se han prometido persistir con los ataques, aunque el presidente norteamericano, como ya lo ha demostrado en su anterior gobierno, no se decide fácilmente por las opciones armadas. Recordemos que fue su administración la que terminó con la ocupación de Afganistán, habiendo establecido un plan de retirada que solo la torpeza de Biden consiguió arruinar.

Incluso ya ha dado algunas señales de querer establecer conversaciones con Irán para morigerar las posibilidades de un incremento en las acciones militares, lo que sin duda disgustará al Netanyahu, que sigue martirizando Palestina, Líbano y Siria, convirtiéndose, como históricamente lo ha sido Israel, en el peor obstáculo para la paz de la región.

Línea Internacional

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