Comprenderlo para hacerle frente
Laura Camargo Fernández y Manuel Garí entrevistan a Steven Forti
La expansión de los proyectos de la ultraderecha que conforman la ola reaccionaria global y su consolidación en Europa, el proceso de radicalización de las derechas tradicionales y la transformación de las democracias liberales en autocracias electorales son los temas que vertebran el nuevo libro de Steven Forti, Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales, publicado por Akal. En este trabajo, el profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona traza un minucioso panorama de las extremas derechas actuales, sus alianzas y sus efectos en la configuración de un modelo autocrático con suspensión de libertades fundamentales, prestando especial atención a su articulación en Europa con el paradigma húngaro de Viktor Orbán como modelo fundamental. Con motivo de esta publicación, y con las convulsiones del nuevo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca como telón de fondo, enviamos a Steven Forti una serie de preguntas sobre varias de las cuestiones que aborda en este libro y sobre su visión con respecto a los retos que se plantean para este nuevo ciclo.
Laura Camargo y Manuel Garí: Analizas la historia en tiempo real o la del pasado cercano. En tu obra se ve algo de la intención de Tucídides de no solo narrar eventos, sino de ofrecer lecciones o pistas para el futuro. ¿Cuál es la labor del historiador/cronista del tiempo presente y cómo se diferencia del periodismo?
Steven Forti: Es una tarea apasionante, pero extremadamente compleja. El conocimiento del pasado nos puede ayudar para comprender mejor el presente, aunque todos somos conscientes que el futuro no está escrito, así que nadie tiene una bola de cristal y es imposible prever lo que pasará. También porqué la historia, a diferencia de lo que algunos piensan, no es ni una línea recta ni es cíclica. Ahora bien, creo que el historiador puede ayudar -aún más en un periodo de infocracia, como la ha definido Byung-Chul Han, como el actual- en poner las luces largas y explicar cómo las cosas no nacen de la nada, es decir, mostrar cómo hay dinámicas y procesos -sean estos políticos, sociales, culturales, económicos…- que se han ido desarrollando en el tiempo. Por otro lado, estoy convencido también que el historiador debería ser un ciudadano comprometido con la sociedad en la cual vive. Así que hago mías las palabras de Timothy Snyder, “la historia es y debe ser pensamiento político, en el sentido de que abre una brecha entre la inevitabilidad y la eternidad, impide que oscilemos entre una y otra, y nos ayuda a ver el instante en el que podemos cambiar la situación”.
C. y M. G.: Insistes a lo largo de tu libro en la importancia del modelo autocrático del que denominas “déspota de Budapest”, Viktor Orbán, para el resto de extremas derechas europeas. ¿Hasta qué punto crees que puede darse un proceso como el que describes de “vaciamiento de la democracia desde dentro” en países como Italia, Austria o incluso en Francia, en donde la inestabilidad macronista puede acabar con el régimen de la Vª República, o en Alemania y –mirando hacia futuras próximas legislaturas– en España, para virar hacia autocracias electorales? Y en todo caso, ¿sería el mismo tipo de “adelgazamiento democrático”, tal y como lo denominas en tu libro, en todos ellos o ves diferencias y límites dependiendo de los distintos países? ¿Qué elementos y factores pueden influir en las distintas evoluciones?
F.: Este proceso se está dando ya donde la extrema derecha ha llegado al poder. Basta mirar el caso de El Salvador con Bukele o Israel con Netanyahu, sin contar lo que estamos viendo en Estados Unidos tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca. No olvidemos lo que pasó en Polonia durante los ejecutivos de Ley y Justicia: el camino a la orbanización ha sido evidente en Varsovia y aún no está claro que Tusk consiga desmontar el andamiaje construido por Kaczyński. ¿Por qué esto no podría pasar en la Europa occidental? No podemos escondernos detrás de la supuesta “fortaleza” de las instituciones democráticas o en la también supuesta existencia de “anticuerpos” democráticos en nuestras sociedades. De hecho, en Italia Meloni está aplicando la receta húngara, aunque muchos no quieran darse cuenta y sigan creyendo que la líder de Hermanos de Italia se habría “moderado”, como por arte de birlibirloque, una vez entró en el Palacio Chigi: ataque al pluralismo informativo, criminalización de las voces críticas -inclusive intelectuales de renombres como Scurati o Saviano, atacados y censurados-, cercenamiento de los derechos de las minorías, una reforma constitucional que reforzaría sobremanera el ejecutivo, el debilitamiento de la separación de poderes con ataques constantes a los jueces, el proyecto de contrarreforma de la justicia… Si la extrema derecha llega al poder en Francia, Alemania, Austria o España, pasará lo mismo. Obviamente, habrá peculiaridades nacionales, dependiendo del contexto político y de la correlación de fuerzas existente. Los límites dependerán de lo que hagan los demás: las instituciones, la sociedad civil, los sindicatos, la izquierda… y, no se pierda de vista, la derecha democrática. ¿Sabrá esta evitar el abrazo del oso de los ultras, algo que es cada vez más común en todas las latitudes? ¿Habrá “demócratas leales” en el campo de la derecha o seguiremos viendo solo demócratas “semileales”, para citar a Juan José Linz? El éxito de los procesos de autocratización llevados a cabo por la ultraderecha depende principalmente de esto.
C. y M. G.: ¿Cómo y por qué se ha producido el giro pragmático desde sus originales posiciones antieuropeístas en la mayoría de los partidos de la extrema derecha? Le Pen y Abascal siempre que pueden siguen manifestándose en contra de las “élites europeas”, pero prefieren estar a no estar, por el momento, en la UE. ¿Cómo es compatible este nuevo pragmatismo con sus repliegues identitarios en los distintos estados-nación?
F.: De entrada, aclaremos una cuestión: la extrema derecha sigue siendo euroescéptica como hace unos años. La diferencia es que ha dejado de pedir la salida del euro y de la UE: ahora apuesta por tocar poder en Bruselas, pero no para fortalecer el proyecto europeo o para seguir adelante con la integración política. Al contrario, pide que se devuelvan competencias a los Estados nacionales. Su modelo, de hecho, es el de una Confederación de Estados soberanos que deberían ponerse de acuerdo solo en pocas cuestiones, como la defensa de las fronteras o la economía. Las razones de este giro son esencialmente cuatro. Por un lado, tras el Brexit todos se han dado cuenta que fuera de la UE hace mucho frío. Por otro, las encuestas les han mostrado que el euroescepticismo “duro” ha tocado techo: respecto a 2010-2015, las opiniones favorables a la UE han crecido en todos los países miembros. Asimismo, con el NGEU [Next Generation European Union] han entendido que Bruselas, si quiere, tiene una potencia de fuego notable. Por último, la correlación de fuerzas les es cada vez más favorable: no olvidemos que en las elecciones de junio de 2024 la extrema derecha en su conjunto ha obtenido algo más del 25% de los votos. Bastaría pues con convencer a los populares -algo que han conseguido en la mayoría de los Estados miembros- y ya podrían mandar en la UE. Aquí también el que ha marcado el camino es una vez más Orbán. El premier magiar jamás se planteó abandonar la UE: los fondos de cohesión europeos han sido fundamentales para montar su sistema cleptocrático. Cuando Salvini, Meloni y Le Pen pedían el Italexit y el Frexit, Orbán, por aquel entonces aún miembro del PPE, pedía a la CDU mirar a su derecha y desvincularse de socialistas y liberales.
C. y M. G.: ¿Qué supuso la presidencia europea de Hungría con su lema MEGA (Make Europe Great Again) y su “Ocupar Bruselas”? ¿Cómo es compatible el MAGA trumpista con el MEGA orbanista? ¿Ves previsibles choques inminentes en esta legislatura ultranacionalista, expansionista y a la par proteccionista de Trump?
F.: Es difícil predecir el futuro, aún más en estos tiempos de cambio de época. MAGA y MEGA son compatibles por dos razones. Ideológicamente, todos ellos -desde Trump, Milei y Bolsonaro a Orbán, Le Pen, Meloni, Abascal y Netanyahu- se sienten parte de una misma familia global que lucha contra unos enemigos comunes: la cultura “woke”, la izquierda, los progres, el liberalismo, el “globalismo”… Ahora bien, esto puede comportar contradicciones evidentes, algo que es más que habitual entre nacionalistas. Metaxas admiraba a la Italia fascista, pero tuvo que plantarse y movilizar al ejército cuando Mussolini invadió Grecia. De fondo, y aquí está la segunda razón, los autodenominados Patriotas por Europa son unos vasallos de Trump. Manteniendo el paralelismo con la Europa de entreguerras, hubo los Metaxas, es cierto, pero, sobre todo, entre los fascistas de todo pelaje hubo los colaboracionistas que se sumaron a los nazis tras que estos invadieron sus países e implantaron Estados títeres. Al igual que el presidente de EE UU, los ultraderechistas europeos de este comienzo de siglo XXI quieren debilitar a la UE. Esencialmente, el lema MEGA ha sido un guiño a Trump. A Orbán, Abascal, Meloni, Morawiecki y Weidel no les interesa hacer grande Europa, sino sus naciones. Eso sí, como explicaba antes, entienden que para poderlo hacer necesitan tocar poder en la UE, es decir “ocupar” Bruselas.
C. y M. G.: El caso de Israel lo describes como paradigmático de la repetición de la historia por quienes, torticeramente, se proclaman herederos del sufrimiento del genocidio judío a manos de los nazis. ¿Hasta qué punto el genocidio en Gaza perpetrado por Israel supone un antes y un después para las Naciones Unidas nacidas de la post Segunda Guerra Mundial y, en general, para la ampliación de soluciones supremacistas y aniquiladoras en la resolución de conflictos?
F.: No sé hasta qué punto puede ser un antes y un después para las Naciones Unidas. En el pasado la ONU ha dejado mucho que desear -para utilizar un eufemismo- en otros conflictos, como el de la exYugoslavia, o en crisis internacionales, como el asesinato de Lumumba en el Congo de 1960. El genocidio en Gaza se enmarca en -y refuerza- una tendencia global en que la utilización de la fuerza bruta ha vuelto a ser un camino practicable por parte de algunos gobiernos y Estados. Lo de Putin, con sus diferencias, va en la misma línea y las declaraciones de Trump de estos últimos meses también. Hemos entrado en una nueva etapa donde ya no existen líneas rojas: Netanyahu, Putin y Trump nos están devolviendo al homo homini lupus hobbesiano, es decir, la ley del más fuerte, la ley de la jungla. Seguramente, el genocidio de Gaza marca un antes y un después en cómo el mundo verá en el futuro al Estado de Israel: aunque lo sigue intentando de forma vil y chabacana, Tel Aviv no podrá ya vivir de renta del Holocausto, presentándose como víctima. El rey está desnudo. Lo que es preocupante o, directamente, dramático, sin embargo, es cómo la memoria del Holocausto podrá cambiar en el futuro, al reforzarse discursos negacionistas y explícitamente antisemitas.
C. y M. G.: A raíz de la invasión por Putin de Ucrania y la guerra en curso, tanto en la OTAN como en la Comisión y Consejo europeos se generó un discurso del miedo a nuevos riesgos y contribuido a la creación de un nuevo “enemigo” común que ha originado no sólo un lenguaje militarista sino también una presión por el aumento del gasto militar y por reforzar y poner en marcha la inversión en la industria bélica. ¿Cómo puede ello influir en el avance de las extremas derechas europeas? ¿Qué consecuencias pueden preverse?
F.: Nada positivo, diría. El lenguaje militarista es el lenguaje de las extremas derechas: el culto a la fuerza, el nosotros versus ellos, el nacionalismo exacerbado…, conectado a la demanda de un líder fuerte que sepa, supuestamente, lidiar con una situación de este tipo. Miel sobre hojuelas para los ultras. Lo mismo dígase del aumento del gasto militar que, por lo que estamos viendo, es el único importante paso adelante que parece haber tomado la UE frente a Trump. Si ese es el enfoque, vamos muy mal. La UE tiene que dar un salto en la integración política y reforzar, sobre todo, y en primer lugar, su autonomía estratégica, industrial, tecnológica. El informe Draghi se debería leer con atención. Ahora bien, creo que desde la izquierda también debemos sentarnos y razonar sin eslóganes al respecto. Me explico: si queremos una UE más integrada y fuerte, y si no queremos la que con atino el presidente italiano Sergio Mattarella llamó la posible “vasallización feliz” de nuestro continente, ¿qué debemos hacer? Vista la dependencia de Estados Unidos en lo militar y en la defensa, en el contexto actual, marcado por dos guerras, ¿debemos estar a favor o en contra de una mayor inversión bélica? Y si es así, ¿hasta qué punto?
C. y M. G.: ¿Cuál es el papel que juega la inmigración como chivo expiatorio y dentro de los cierres identitarios de las extremas derechas europeas y cómo se está utilizando ya de excusa para una remilitarización de las fronteras?
F.: La inmigración es uno de los principales estandartes de la extrema derecha desde hace décadas. No olvidemos el famoso cartel del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen que decía: “Un millón de desempleados = un millón de inmigrantes de más. ¡Francia y los franceses primero!”. Era finales de los setenta. Desde entonces, en un contexto marcado por un crecimiento de la población de origen extranjero en la mayoría de los países occidentales, la extrema derecha no ha parado ni un solo día de utilizar esta retórica xenófoba, no solo vinculándola a temas de prioridad o preferencia nacional, sino también en una perspectiva explícitamente identitaria con paranoias como las de la sustitución étnica. Los bulos, las mentiras y las teorías de la conspiración son constantes. El objetivo es el de crear pánico y miedo, y transformarlo en odio hacia el Otro. No es nada nuevo bajo el sol: la existencia de una amenaza -real o solo percibida- ha sido siempre la palanca para unir una comunidad nacional. Los nazis hicieron lo mismo con los judíos. La paulatina normalización de la extrema derecha, la mainstreamización de sus ideas y sus discursos ha comportado que el tema de la inmigración se haya convertido en una verdadera paranoia en Europa, incluso en países, como los del Este, en que hay porcentajes irrelevantes de población de origen extranjero. Los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad. Y ahora incluso la UE y gobiernos liberales o de centro-izquierda, como el de Starmer en el Reino Unido, el de Scholz en Alemania o el de Frederiksen en Dinamarca, han comprado el mismo marco y buena parte del relato de los ultras sobre la inmigración. No hablemos luego de propuestas directamente rojipardas, como las de Sahra Wagenknecht en Alemania, que no solo desde la izquierda se deben rechazar, sino condenar firmemente, ya que, además de un error estratégico, son un suicidio ético y político para la izquierda que, no lo olvidemos, es hija de los valores de la Ilustración. La militarización de las fronteras no es, lamentablemente, algo nuevo… pero cada vez va a más, hasta una deshumanización de los migrantes que ningún ser humano debería poder aceptar.
C. y M. G.: Hablas del caso de Polonia como un aviso a navegantes. Por un lado, puede salirse del giro autoritario, algo que se vio cuando el PiS no pudo volver a formar gobierno, pero avisas de que con Tusk en el gobierno se corre el riesgo de no llegar a deshacer el camino andado por la extrema derecha. ¿Qué hacer para que, como dice la frase de Leonard Cohen con la que acabas el libro, el futuro que tenemos a la vista en Europa no sea un crimen (a murder)?
F.: Luchar, luchar, luchar. Utilizo este lema por dos razones. La primera es obvia: debemos luchar desde todos los niveles posibles, es decir, el institucional, el político, el social, el digital, el del día a día… La extrema derecha ahora está envalentonada, se siente fuerte, con el viento en popa. La comprobación son los saludos nazis de Musk y Bannon: ya no tienen vergüenza de nada. Ahora pues, hay que parar inmediatamente su embestida, evitar ser atropellados y vencidos porque luego será demasiado tarde. Hay que pararles los pies cuanto antes. Y no hay que desanimarse, pensar que todo está perdido. En suma, citando nuevamente a Gramsci, juntar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad. Para esto, hay que desarrollar un antifascismo del día a día -un antifascismo actualizado al siglo XXI, para que me entiendan-, forjando amplias alianzas con todos los que podamos sumar. No podemos cederle ni una persona, ni una asociación, ni una empresa, ni un colegio profesional. Mientras tanto, sin embargo, hay que empezar ya a construir la alternativa. La segunda razón por la cual utilizo el lema “luchar, luchar, luchar” es porque fueron las palabras que dijo Trump tras el atentado que sufrió el verano pasado. También Bannon cerró con este lema su intervención en la reciente CPAC de Washington. No podemos dejar que se apropien de estos lemas: tenemos que combatir por cada palabra y reconquistarlas una a una. Sigamos luego con libertad y democracia. La Hungría de Orbán no es una democracia iliberal, como gusta repetir el déspota magiar, sino una autocracia electoral. La libertad de Milei, Musk o Ayuso no es libertad: es una trampa, además de mal gusto. La libertad no puede no ir asociada a la palabra igualdad.
C. y M. G.: ¿Cómo ves la alianza Meloni/Trump? ¿Será nuevamente tal como dices “el laboratorio italiano” un modelo para el tipo de nueva relación de Europa con EE UU?
F.: Veremos. Todo se está moviendo muy rápido. Si bien ha metido un pie en la Comisión Europea con la vicepresidencia ejecutiva para Raffaele Fitto, Meloni está en dificultad con la llegada de Trump a la Casa Blanca. En el último bienio había conseguido con éxito ser aceptada no solo en Bruselas, sino también en Washington. Su postura atlantista con la defensa del envío de armas a Ucrania le había valido un beso en la frente de parte de Biden. Después del 5 de noviembre, Meloni ha intentado resituarse y hacerse perdonar por Trump la buena relación con la administración demócrata. En parte lo ha conseguido. El precio ha sido el de arrodillarse frente el nuevo presidente de EE UU entre un viaje a Mar-a-Lago a principios de año y la asistencia a la toma de posesión en Washington del 20 de enero. De hecho, el apoyo a Ucrania ha casi desaparecido de la boca de Meloni que ni se plantea contradecir a Trump: en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) que se celebró en Washington en febrero llegó a elogiar el discurso que el vicepresidente estadounidense J. D. Vance dio en Múnich. Ojito. Meloni es la más titubeante y silenciosa entre los líderes europeos estas semanas. La cuestión es que se encuentra entre la espada y la pared: ¿quiere estar del lado de Bruselas o de Washington? Parece difícil poder mantener el pie en los dos zapatos. Deberá decidirlo pronto y ahí veremos quién es Meloni.
C. y M. G: ¿Qué contradicciones pueden aparecer entre estos oligarcas en EE UU y con respecto a los homólogos de otras latitudes? ¿Qué papel juegan y van a jugar los oligarcas del conjunto del mundo de la economía digital en el gobierno Trump? ¿Qué repercusiones pueden tener sobre la UE?
F.: La impresión que tengo es que, estableciendo nuevamente un paralelismo con los años de entreguerras, lo que se está forjando es un nuevo compromiso autoritario. En aquel entonces se dio entre los movimientos y partidos fascistas y las élites tradicionales, tanto políticas como económicas. El historiador Robert Paxton habló de “una colaboración incómoda pero eficaz”. Ahora está pasando algo similar con las extremas derechas. La declinación política está representada por la ultraderechización de la derecha tradicional -que ve en los ultras un animal de compañía aceptable- y la aplicación de políticas posfascistas -retomando la definición que ofreció hace tiempo el filósofo húngaro Gáspár Miklós Tamás- incluso por otros actores políticos, como en el caso de la inmigración. La declinación económica de este nuevo compromiso autoritario la representaría la alianza que se está forjando en Estados Unidos entre el trumpismo y los tecno-oligarcas de Silicon Valley que han abandonado la faceta “progresista” de su neoliberalismo -la defensa de la sociedad abierta y de los derechos de las minorías- para reivindicar explícitamente posiciones antidemocráticas, siguiendo las ideas de pensadores como los neoreaccionarios Curtis Yarvin y Nick Land. Según estos, la democracia es un estorbo y un sistema fallido que debería ser sustituido por una especie de nueva monarquía absoluta en cuyo vértice debería estar, en lugar del rey, el CEO de una empresa. Esto entronca perfectamente con el paleolibertarismo de Milei. Peter Thiel lo viene defendiendo desde hace quince años, Elon Musk desde hace un lustro. Ahora también los Bezos y los Zuckerberg se han quitado la máscara. No es, pues, que están cuidando sus intereses, como siempre ha pasado en la historia: ahora están apostando por un cambio de régimen y sistema político. El papel que juegan, las repercusiones que esto tendrá en la UE y las contradicciones que esto podrá comportar son aún muy difíciles de prever porque estamos entrando en una nueva época. Nos falta perspectiva. Lo que me parece claro es que se está delineando un nuevo tipo de neoliberalismo autoritario: algunos lo han llamado tecnofeudalismo, otros turbothatcherismo. Llevamos desde 2008 diciendo que el neoliberalismo es un modelo en profunda crisis o directamente herido de muerte y nos despertamos de golpe en 2025 dándonos cuenta que, mientras tanto, se ha ido desarrollando un nuevo tipo de neoliberalismo mucho más radical que puede llegar a ser hegemónico. Hay que entender que aquí nos jugamos la supervivencia de nuestras democracias. Debemos dar la batalla cuanto antes, empezando por la democratización del espacio digital y la limitación por ley de estos Estados dentro de los Estados que son las multinacionales.
C. y M. G.: Tras el tiempo transcurrido desde la aparición de tu obra Extrema derecha 2.0. Qué es y como combatirla, una vez iniciada la despótica y convulsa segunda presidencia de Trump y reforzada la ola ultraderechista con el consentimiento –y, en sangrantes casos, con el apoyo práctico– de los principales gobiernos occidentales a la política colonialista de Netanyahu… ¿qué balance haces del resultado de tu “Manual de instrucciones para combatir la extrema derecha”? Particularmente nos interesa que desarrolles los ítems relacionados con la respuesta desde abajo, la juventud y la izquierda.
F.: El balance no puede ser muy positivo, es indudable. Podríamos decir que no se han hecho los deberes. Considero que lo que ahí apuntaba sigue siendo central, es decir, dar la batalla cultural y reconstruir los lazos comunitarios que se han roto en las últimas décadas. Con lo primero se entiende tanto lo de influir en el debate público -marcando la agenda mediática y escogiendo el campo de juego-, así como lo de crear un proyecto inclusivo e incluyente que ofrezca un horizonte de esperanza. La izquierda debe volver a ser capaz de apasionar, sustituyendo las pasiones tristes -el miedo y el odio- con el coraje y el amor. Con lo segundo se hace referencia a la atomización de nuestras sociedades, fruto de la larga hegemonía neoliberal, el debilitamiento de los cuerpos intermedios y el impacto de las nuevas tecnologías. Yendo a lo práctico, hay dos vertientes que se deben implementar. Por un lado, fortalecer las organizaciones, sean estos partidos, sindicatos o movimientos sociales: sin organización, no hay relato que valga ni vídeo en TikTok con tropecientos “me gusta” que pueda realmente funcionar. Por otro, reconstruir los lazos comunitarios entre vecinos, en los barrios, en los pueblos, en el mundo rural, entre este y el mundo urbano. Soy consciente de que el reto es hercúleo, pero o avanzamos en estas dos cuestiones o de esta no saldremos.
C. y M. G.: Volviendo a casa, en un hipotético gobierno PP/Vox en España, ¿ves factible un giro de ese ejecutivo en las políticas europeas para caminar hacia la confederación de estados soberanos basada en la defensa de los intereses nacionales que plantea Orban?
F.: Es muy difícil, pero dependerá, por un lado, de la correlación de fuerzas del hipotético ejecutivo y, por otro, y sobre todo, del contexto europeo e internacional. ¿Qué será de la UE y la OTAN dentro de un año o dos? ¿Le Pen gobernará en Francia en 2027? La política internacional es como la kriptonita para Feijóo: si puede quedarse lejos, mejor. En suma, seguirá la corriente internacional. De momento, el apoyo, si bien a veces retórico, al proyecto europeo sigue siendo la línea del PP. Ni la FAES ve con buenos ojos a Trump. Si Vox será el junior partner, como pronostican las encuestas en caso de una victoria del bloque de derechas, Abascal hará ruido, criticará la UE e intentará mover el PP hacia sus posiciones. Las dos posturas pueden coincidir: Meloni y Salvini gobiernan con Tajani, líder de Forza Italia y expresidente del Parlamento Europeo.
C. y M. G.: ¿Hasta qué punto ves al PP como parte del grupo de los llamados por Juan J. Linz “demócratas semileales” que actúan como facilitadores autoritarios? ¿Qué quiso demostrar el PP con los pactos con Vox y qué quiso demostrar Vox rompiéndolos?
F.: Como gran parte de la derecha mainstream, el PP encaja perfectamente en esa definición. Como la citada Forza Italia berlusconiana, como los republicanos que están siguiendo a Trump, como los macristas que han ido al gobierno con Milei…, la lista es muy larga. Son responsables del debilitamiento o destrucción de las democracias porque por razones partidistas, tácticas o por meros intereses personales no se enfrentan a los ultras, sino que se alían con ellos. El PP ni se planteó un cordón sanitario frente a Vox: no olvidemos que cuando el partido de Abascal no tenía aún representación en el Congreso, PP y Ciudadanos lo legitimaron con la tristemente famosa foto de Colón. Lo que le interesa a Feijóo es “echar al sanchismo” y volver al poder. A cualquier precio y con cualquier compañero de viaje. Rompiendo los pactos, Vox quiso poner contra las cuerdas al PP. Pero una vez más ese giro no se entiende si no tenemos en cuenta el contexto internacional: fue justo después de las europeas cuando Vox dejó los Conservadores y Reformistas Europeos de Meloni y se sumó a los Patriotas por Europa de Orbán y Le Pen. Como apuntó de forma acertada Enric Juliana, Abascal compró acciones Trump. Esa fue la jugada.
C. y M. G.: Con el inicio del segundo mandato de Trump se ha constatado el final de un modelo de globalización económica armoniosa, lo que conlleva un recrudecimiento de la competencia intracapitalista e interimperialista. Probablemente, ello forma parte del intento del presidente norteamericano por detener y evitar el declive relativo de la hegemonía de los Estados Unidos de América. A su vez, esto anuncia un esfuerzo redoblado por otros aspirantes a determinar el curso de la economía mundial, como sucede en el caso de China. Al hilo de esta situación, cabe hacerse una pregunta directa y de importancia central: ¿cuánta democracia aguanta el capitalismo realmente existente?
F.: Parecería que cada vez menos. Deja que pensar que incluso una persona como Martin Wolf llegue a hablar del posible fin del capitalismo democrático. Parece que haya pasado una era geológica desde los Treinta gloriosos (1945-1975) cuando se consiguió domesticar parcialmente al capitalismo. De fondo, el problema es que el capitalismo es destructor y autodestructivo: o volvemos a limitar su lado salvaje o no solo se extinguirán nuestras democracias, sino que nos cargaremos el planeta.
C. y M. G.: Muchas gracias por tu tiempo y por tus reflexiones.
F.: Muchas gracias a vosotros por las interesantes preguntas.
Laura Camargo Fernández y Manuel Garí Ramos son miembros del Consejo Asesor de viento sur.