Guadi Calvo
Cadáveres abandonados en las calles, el constante eco de los morteros y el repiqueteo de disparos desde y en todas direcciones son la nueva escenografía de la ciudad de Goma, la capital de la provincia de Kivu del Norte, al este de la República Democrática del Congo (RDC), que el pasado domingo veintiséis, según se anunció, habría caído en manos del grupo rebelde M-23 después de una ofensiva que, si bien lleva casi tres años, se profundizó a comienzos de año. (Ver: R. D. Congo, todos los caminos conducen a Goma).
Hasta ahora, los muertos serían solo cien, y un millar los heridos, algo improbable, debido al aumento de la población que se produjo a partir del 2021. Con el inicio de la ofensiva, se habían sumado a los cerca de dos millones de habitantes un número similar de desplazados, que intentaban escapar de la guerra, la que finalmente, como pasa siempre en la RDC, los alcanzó.
Solo desde comienzo de año, habían llegado unos quinientos mil. Muchos de ellos instalados en los campamentos de tránsito, como el de Rugerero en Gisenyi, en los suburbios de la ciudad, enclavada entre el lago Kivu y la frontera con Ruanda.
Se ha conocido que, después de cuatro días de combate, en los que han dejado de funcionar los servicios de agua, electricidad e Internet, los hospitales han colapsado por la llegada de heridos de balas, profundizando la crisis humanitaria que en verdad vive el país desde hace más de treinta años, ya no solo en la provincia, sino en toda la región oriental de la RDC.
La oficina local de la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de Naciones Unidas está informando de violaciones por parte de los rebeldes, ejecuciones, además de saqueos a comercios, viviendas y la destrucción de algunos centros sanitarios.
La caída de Goma ha repercutido en todo el país, incluso en la lejana capital, Kinshasa, a poco más de 1.500 kilómetros al oeste, donde se registraron protestas y ataques contra las embajadas de Bélgica, Francia, Kenia, Ruanda y Estados Unidos, a quienes se los relaciona con la urgente y exitosa ofensiva del M-23.
Son muy firmes las presunciones acerca de que Rwanda y Uganda están involucradas con el M-23, a los que no solo les aprovisionan de armas y recursos, además de hombres, sino que directamente les trazan sus estrategias.
Se conoce que la RDC es uno de los países extraordinariamente ricos, si no el más, en minerales esenciales para la industria de alta tecnología como el tantalio, coltán y cobalto, que se utiliza ampliamente para fabricar componentes electrónicos, y de cobalto, además de oro y otras menudencias. Históricamente, los sucesivos gobiernos del país no han sabido o no han querido extremar la explotación de esos yacimientos, o bien por corrupción o simplemente dejadez, lo que les ha interesado más generar guerra civil que una industria minera que les permitiría a los ciento tres millones de congoleños vivir como suizos.
Esa distracción y el abandono de toda la región oriental del país han habilitado a países fronterizos (Rwanda, Uganda, Burundi y Tanzania) a disponer de esas riquezas como propias de manera directa, por trabajadores ilegales o algunas mafias que operan en la región, bajo ropajes de grupos insurgentes.
Se estima que en toda la región existen cerca de cien de estos grupos; entre ellos, uno de los más activos es la khatiba Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), una de las insurgencias más antiguas del este de la RDC, de un remoto origen ugandés. Se conformó a principios de los años noventa, cuando muchos de los militantes que combatieron la dictadura de Idi Amin Dada quedaron marginados del nuevo contexto de su país y se reagruparon en proximidades de la ciudad de Beni (Kivu del Norte), aliándose con miembros de la comunidad Nande. Enriqueciéndose con el tráfico ilegal de maderas preciosas y el oro. A finales de 2018, el grupo realizó su bayat (juramento de lealtad) al Daesh, protagonizando desde entonces innumerables matanzas, tanto contra militares como contra civiles. Si bien frente a esta nueva situación en Kivu del Norte han mantenido un discreto silencio, ya que evidentemente los beneficia, se debe esperar una acción de dimensiones importantes, y no dentro de mucho.
El año pasado, el M-23 tomó la ciudad minera de Rubaya, en el distrito de Misisi, un rico centro de explotación de coltán. Esto significa para el M-23 unos ochocientos mil dólares mensuales, como peaje a la producción y el comercio del mineral.
Es claro que el resurgimiento del M-23, que había tenido una meteórica, pero muy breve carrera (2012-2013), periodo en que incluso llegó a adueñarse por algunas semanas de Goma, está vinculado al apoyo recibido especialmente desde Rwanda, cuyo presidente Paul Kagame, veladamente, se refirió al apoyo dado a los tutsis ruandeses que llegaron en masa a la RDC después del genocidio de 1994.
Actualmente, el M-23 es integrado casi exclusivamente por los descendientes de aquellos tutsis, y de alguna manera brindan lealtad a su país de origen, mientras se enriquecen saqueando los recursos de la RCD.
El fantasma de Leopoldo II
Quizás Leopoldo II de Bélgica sea el mayor genocida de estos últimos tres siglos, con cerca de veinte millones de personas inhumadas en pos de acrecentar su inconmensurable fortuna personal. El antiguo Congo ni siquiera fue propiedad de la corona, sino que era parte de los bienes personales del rey, por lo que saqueó a su voraz antojo el marfil y poco más tarde su caucho desde 1895 hasta 1908.
Todas las coronas europeas que resultaron beneficiadas del Congreso de Berlín tuvieron la misma ética de Leopoldo a la hora de la carroña y, si bien no generaron la misma cantidad de muertos, solo fue porque no fue necesario.
El contexto que vive la RCD, tras la caída de Goma a manos del M-23, financiado por Kigali, hace que se aproxime a gran velocidad una guerra con Rwanda. Por el saqueo de sus recursos naturales surgen fuertes sospechas de que el gobierno del presidente ruandés Paul Kagame, a pesar de su asimetría en todos los aspectos entre las dos naciones, lejos de atemperar los ánimos, los exista todavía más.
Por lo que, para muchos analistas, detrás de Kagame estaría nada menos que la Unión Europea, que ha firmado con Rwanda varios acuerdos de “cooperación”. Lo que hace que el presidente ruandés se considere lo suficientemente fuerte como para desafiar al presidente congoleño Félix Tshisekedi, a quien en diciembre pasado plantó en una cumbre organizada por la mediación angoleña.
La Unión Europea y Rwanda firmaron en febrero del año pasado un acuerdo de cooperación en el sector minero, apuntando a las materias primas fundamentales: el tantalio, coltán, oro y tungsteno, básicos para la fabricación de teléfonos móviles o autos eléctricos, los que provienen de los saqueos a la R D C.
La UE se excusa en la imposición de la trazabilidad y la lucha contra el tráfico de minerales para garantizar el acuerdo. A pesar de que Rwanda es objeto de acusaciones comprobadas sobre la violación de los derechos humanos, el respeto al Estado de derecho y la violenta
represión de la oposición con un presidente que gobierna autocráticamente desde el 2003, habiéndolo convertido para muchos en una “prisión a cielo abierto”.
Ruanda, al igual que la RCD, cuenta con yacimientos de tantalio, estaño, tungsteno, oro, niobio, litio y tierras raras, aunque en mucha menor cantidad que los del otro lado de la frontera.
Por lo que el acuerdo Bruselas-Kigali es solo una cobertura para permitir la continuación de los abusos por parte de Ruanda y sus efectivos militares desplazados a la RCD, que continúa su embate en Kivu del Norte, quizás con la intención de provocar un movimiento secesionista, que deje a la República Democrática del Congo sin las riquezas que históricamente la han condenado.
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