Pero, señor presidente ¿por qué anda usted tan cabreado?

Luis Paulino Vargas Solís

Luis Paulino Vargas

Recuerdo cuando Carlos Alvarado soltó una ruidosa diatriba en Guanacaste. Se puso bravo, se salió de sus casillas y soltó cuatro improperios. Tremendo error: no supo guardar la cordura que se esperaba de él. Creo que él lo entendió, puesto que nunca más volvió a incurrir en tales intemperancias.

Esa escena de Alvarado, fuera de sí, resulta hoy solo una anécdota, poco menos que simpática, frente a lo que ha pasado a ser práctica cotidiana con Rodrigo Chaves.

Si el tono de Alvarado en aquella ocasión resultaba exaltado, hoy se les escucharía casi gentil comparado con lo que es habitual en Chaves. Pero, además, fue una única vez. En cambio ¿alguien lleva cuenta del número de ocasiones en que hemos visto a Chaves completamente desorbitado y fuera de sus cabales?

Docenas de veces, seguramente.

Es una especie de teatro de lo escabroso, una bufonada esperpéntica, cuyo montaje más reciente tuvo lugar en Puntarenas.

El hombre vive cabreado, pero, además, está como asustado. Su cabeza es un intrincado colocho de confusiones, pero, incluso así, no deja de darse cuenta que su gobierno es un fiasco de dimensiones oceánicas. Encima de lo cual resulta que el hombre está asediado por docenas de expedientes abiertos en su contra en la Fiscalía.

Es que, en materia de corrupción, este gobierno es como las moscas: lo sucio y hediondo lo atrae con un irresistible poder hipnótico, pero todo lo hace con tanta delicadeza como actuaría un elefante africano de 7 toneladas, atrapado en una cristalería de 10 metros cuadrados.

Su vocación por lo corrupto solo es comparable a la torpeza con que hace sus cochinadas.

Súmele la personalidad del señor presidente, que no es precisamente un dechado de buenos modales ni, mucho menos, un ejemplo de equilibrio emocional.

En fin, toda una desgracia para Costa Rica.

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