Lo normal se cruza con lo raro

Harold Meyerson

Debate

De haber sido un combate de boxeo, el árbitro lo habría parado pasada la primera hora.

Kamala Harris tuvo tanto éxito en incitar a Trump a ser Trump que para entonces -en realidad, mucho antes de entonces- parecía claramente sonado. Recurrió a viejas teorías conspirativas (como que ganó de veras las elecciones de 2020), sacó a relucir leyendas urbanas (los inmigrantes se están comiendo a los perros y gatos de la gente) y reunió historias de terror ficticias en una frase asombrosa (en medio de su ensalada de palabras, creo que realmente dijo: «Quiere hacerle operaciones de transexualidad a extranjeros ilegales en prisión»).

Ahí tenemos el programa republicano para 2024.

En cierto sentido, sin embargo, creo que podemos ser un poco injustos al señalar a Donald Trump por su incapacidad para decir realmente lo que haría para beneficiar al pueblo estadounidense, en lugar de a sí mismo y a su ego, en un segundo mandato como presidente. Una de las muchas preguntas en las que se mostró totalmente confuso se refería a cómo sustituiría la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible [ASA, Obamacare], ya que el moderador de la ABC señaló que llevaba nueve años hablando de hacerlo, pero nunca había presentado un plan de sustitución. Tras un minuto más o menos de palabrería, Trump dijo que él y su gente probablemente tenían «conceptos para un plan».

Pero todo el Partido Republicano, en realidad, ha sido incapaz de presentar un reemplazo para la ASA. En 2017, esta fue la razón que citó John McCain para emitir el voto decisivo en el Senado en contra de su derogación. La incapacidad de Trump para articular medida política alguna el martes por la noche que haga que la vivienda sea más abundante y asequible, o que ayude a las familias a hacer frente a los costes de criar a los hijos, o que reduzca el precio de los medicamentos con receta, se corresponde con la incapacidad de sus compañeros republicanos para hacer avanzar ninguna legislación de este tipo en la Cámara Baja del Congreso, que ellos controlan. La única cuestión que preocupa a los líderes republicanos de la Cámara de Representantes, como dejó claro esta semana el presidente Mike Johnson, es dificultar que algunos votantes (probablemente pro-demócratas) emitan su voto este noviembre, para supuestamente impedir que los inmigrantes indocumentados acudan a las urnas (algo que ya es ilegal). Es decir, la única legislación real que preocupa no sólo a Trump sino a todo el Partido Republicano es cualquier cosa que pueda disuadir del horror de la regla de la mayoría.

Harris logró tres cosas en el transcurso del debate. En primer lugar, expuso los rudimentos de un programa destinado a hacer menos onerosa económicamente la vida de los estadounidenses de clase media y trabajadora. En segundo lugar, se proyectó como una líder política normal comprometida con la normalización de la vida cívica de la nación, mostrándose dura en defensa como los anteriores presidentes (citando, como hizo en la Convención Nacional Demócrata, su objetivo de garantizar que nuestros servicios armados sean «letales»), dejando claro que comprende el valor de las alianzas, esbozando políticas del mundo real para norteamericanos del mundo real y proyectándose como una ruptura generacional con los líderes que han polarizado la vida cívica nacional. Una líder normal, por así decirlo, para una América normal.

Esto la llevó a su tercer logro, que fue provocar a Donald Trump para que hiciera sus características exhibiciones de anormalidades narcisistas, vomitando los pedazos aleatorios de basura que bullen en su cerebro. No tenía que contrastarse con una abstracción, con, digamos, una preferencia ideológica por los líderes autocráticos y la autocracia en sí misma; no tenía más que darle cuerda a Trump y dejarle despotricar. No tenía que decir exactamente: «Yo soy normal y él no», porque sabía que provocar a Trump para que fuera Trump llevaría a los espectadores a llegar a esa conclusión por sí mismos. Eso alimentó su otro mensaje dirigido a los votantes indecisos: «Él es peligroso y yo no». No estoy seguro de cuántos votantes indecisos saldrán pensando que Trump es tan peligroso como lo es en realidad; sí sospecho que muchos de ellos saldrán pensando que ella no es tan peligrosa después de todo.

Uno de los antónimos de «raro» es «normal». Para Harris, para los demócratas, ése puede ser el contraste más útil de todos.

The American Prospect

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