Aunque Kamala Harris está alineada con Joe Biden en numerosos temas globales y estratégicos, su visión del mundo promete una forma distinta de liderazgo en el escenario internacional. ¿En qué aspectos podría cambiar la política exterior estadounidense bajo un mandato de Harris?
Ian Bremmer
Tras la renuncia del actual presidente estadounidense Joe Biden a la carrera presidencial y el ascenso de la vicepresidenta Kamala Harris a lo más alto de la candidatura demócrata, surge una pregunta crucial: ¿en qué podría diferenciarse la política exterior de Harris de la de Biden?
Biden llegó a la Casa Blanca como el presidente con más experiencia y conocimientos en política exterior de su generación. Miembro durante muchos años de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, desempeñó durante décadas un papel destacado en los debates sobre seguridad nacional, y luego encabezó iniciativas diplomáticas clave como vicepresidente de Barack Obama. El currículum de Harris antes de llegar a la Casa Blanca en materia de política exterior –fue fiscal de carrera, fiscal general del Estado, senadora en su primer mandato— era, en comparación, claramente escaso.
Pero los cuatro años de Kamala Harris como vicepresidenta le han proporcionado un curso intensivo de relaciones internacionales que pocos demócratas o republicanos pueden igualar. Ha recibido el informe diario del presidente todas las mañanas, ha asistido a la mayoría de las reuniones de Biden con jefes de Estado y de gobierno y ha estado presente en la «sala de crisis» de la Casa Blanca cada vez que se tomaron decisiones críticas para la seguridad nacional. También ha viajado a más de 20 países, se ha reunido con más de 150 líderes extranjeros y ha dirigido ella misma muchas delegaciones clave, incluidas las tres últimas a la Conferencia de Seguridad de Munich.
A pesar de la pandemia, la retirada de Afganistán, la invasión rusa de Ucrania, la intensificación de la competencia entre las grandes potencias y China, la última guerra de Oriente Próximo y numerosas crisis menores, los aliados y socios de Estados Unidos han llegado a verla como una mano firme y capaz. Aunque no la valoren tanto como a Biden, al que conocen desde hace décadas y a quien, en muchos casos, le han tomado cariño, sin duda la ven mucho más competente y confiable que Donald Trump.
Pero, ¿en qué se asemejan y en qué se distancian la visión del mundo y las preferencias políticas de Harris y Biden? Hay muchas coincidencias, pero también hay diferencias significativas. Biden, que ahora tiene 81 años, alcanzó la mayoría de edad en plena Guerra Fría, y su visión del mundo lo refleja. Cree firmemente en el «excepcionalismo estadounidense» y ve las relaciones internacionales en términos de blanco y negro, es decir, como una lucha entre democracias y autocracias, en la que Estados Unidos es siempre una fuerza positiva. También cree en la teoría del «gran hombre» político, que postula que los estadistas como él pueden alterar el curso de los acontecimientos mediante la construcción de relaciones personales y a través de su fuerza de voluntad.
Por el contrario, Harris, de 59 años, creció en un mundo posterior a la Guerra Fría en el que el mayor desafío a la hegemonía estadounidense era el fracaso en la defensa de sus ideales dentro y fuera del país. Su inclinación como fiscal es juzgar a los países por su adhesión al Estado de Derecho y a las normas internacionales, más que por su sistema político o sus dirigentes. Reconociendo la necesidad del compromiso de Estados Unidos con los países no democráticos y reconociendo las propias deficiencias democráticas de Estados Unidos, considera que el marco de Biden de «democracias frente a autocracias» es reduccionista, hipócrita y poco realista.
Aunque Harris coincide con Biden en que Estados Unidos es, en general, una fuerza positiva, le teme a las consecuencias no deseadas de sus acciones y es partidaria de los enfoques multilaterales frente a las intervenciones unilaterales. También cree que predicar con el ejemplo es la forma más eficaz de que su país ejerza el poder en un mundo más disputado y multipolar, en el que Estados Unidos sigue siendo el hegemón mundial, pero carece de la capacidad, la voluntad y la legitimidad para determinar los acontecimientos de la forma en que una vez lo hizo.
Estas contrastantes visiones del mundo se manifiestan de manera diferente en las distintas áreas de la política. En el caso de China, la continuidad está a la orden del día. El asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, se lo aseguró explícitamente al presidente chino, Xi Jinping, en una reunión poco frecuente a fines del mes pasado. Biden y Harris están totalmente de acuerdo en colaborar con China siempre que sea posible, al mismo tiempo que compiten vigorosamente, pero en estrecha coordinación con sus aliados, en cuestiones relacionadas con la seguridad nacional. Es probable que cualquier diferencia en las políticas entre ellos sea solo una cuestión de énfasis o tácticas.
Como vicepresidenta, por ejemplo, Harris dedicó considerables esfuerzos a apuntalar las relaciones indo-pacíficas de Estados Unidos, viajando cuatro veces a Asia y reuniéndose regularmente con el presidente filipino Ferdinand Marcos, Jr. Su administración daría prioridad a la construcción de alianzas frente a las medidas unilaterales (como aranceles, controles a la exportación y sanciones), intensificando el «vuelco hacia Asia» más allá del enfoque de Biden.
La guerra entre Rusia y Ucrania es otra historia. Harris y Biden coinciden en apoyar a Ucrania, pero sus motivaciones difieren. Mientras que Harris ve el conflicto en términos legales, haciendo hincapié en la violación de la soberanía ucraniana por parte de Rusia, Biden lo ve a través de una lente moral, presentándolo como una lucha entre democracia y autocracia. Esta diferencia subyacente de perspectiva podría dar lugar a una divergencia política en circunstancias cambiantes. Aunque Harris aceptaría un acuerdo bilateral de alto el fuego, sería menos probable que Biden –cuya relación personal con el Presidente ucraniano Volodímir Zelensky es, en el mejor de los casos, tibia– presionara a Ucrania para entablar negociaciones no deseadas, especialmente mientras el territorio ucraniano siga bajo ocupación ilegal.
La cuestión Israel-Palestina marca la división más significativa en política exterior entre Biden y su vicepresidenta. Harris es más sensible a las presuntas violaciones israelíes del derecho internacional (cometidas con la complicidad de Estados Unidos) en Gaza y Cisjordania. También es, en general, más partidaria de la creación de un Estado palestino que Biden, que nominalmente está a favor de una solución de dos Estados, pero ha sido demasiado deferente con el primer ministro israelí de extrema derecha, Benjamin Netanyahu.
Aunque Harris seguiría reconociendo a Israel como el socio de seguridad regional más importante de Estados Unidos y garantizaría su capacidad para defenderse, ejercería más presión sobre su gobierno para que respete el Estado de Derecho. Este enfoque diferente de la «relación especial» supondría una ruptura con administraciones anteriores, pero alinearía más estrechamente la política estadounidense con la de la mayoría de sus aliados.
A medida que se acercan las elecciones, el potencial de Harris para dar forma a los asuntos mundiales durante los próximos cuatro u ocho años se hace más claro. Aunque a menudo se encuentra alineada con Biden, su singular visión del mundo promete una forma distinta de liderazgo en la escena internacional.
Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en Project Syndicate, 5/9/2024, y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster.
Fuente: nuso.org