¿Que tienen en común?

Leonardo da Vinci, las olimpiadas y una boxeadora con testosterona natural de más

Oscar Arévalo Solórzano

Arévalo

Si me hubieran preguntado, ¿que tienen en común la boxeadora Imane Khelif, Las Olimpiadas, ¿Leonardo da Vinci y una fiesta de los dioses? Hubiera dicho que nada. Pero, este es un mundo fluido, líquido, dominado por los clicks, la polarización, y la guerra contra cultural de la derecha conservadora. Cualquier cosa es útil para ganar visitas a la página, todo se vale, y todo puede ser utilizado para etiquetar, demonizar, victimizar y convertir en chivo expiatorio a un otro, que a fuerza de ser cosificado y puesto en el lado del mal, justificaría la violencia, persecución y despellejamiento público. Imagino que ese da seguridad a colectivos compuestos por personas como vos y yo, pero que se sienten perdidas y aterrorizadas en un mundo y sociedades que no ofrecen seguridad, ni futuro alguno. Y que, por demás, solo está llevando el «sálvese quien pueda» del imperante neoliberalismo a un nuevo nivel cultural.

No está de más, recordar que este tipo de política cultural del odio, como la que justifica el Genocidio en la Franja de Gaza, han sido la base de los autoritarismos fascistas que han llevado la barbarie a un nivel sinfónico de degradación.

Es un grito que proclama: soy infeliz, estoy furioso, no encuentro el porqué, ¡pero alguien debe tener la culpa! Solo díganme quien. Ofrézcanme un chivo expiatorio y os seguiré. Sobre decir que los verdaderos culpables y la verdadera causa siempre están debidamente ocultos. Y la moneda fácil siempre le gana a la moneda de la razón. La nueva tecnología de las comunicaciones acelera la bola de nieve que amenaza arrasar con todo y dejarnos con la humanidad a tirones. Pero no es su causa. La causa está bien oculta. En todo caso, el nihilismo impera.

¿Cuántos años más les quedan a nuestros frágiles ecosistemas? ¿Cuánto peso más podrán sostener? Si un grupo extraterrestre hostil, tuviera intensión de atacarnos, no les haría falta gastar un solo rayo láser. Les bastaría esperar 30 años más y tomar las precauciones para recuperar más rápidamente los ecosistemas terrestres.

¿Qué hacer ante un incremental capitalismo destructivo y autodestructivo que a todas luces es imparable e incapaz de racionalidad, pero sí de efectivos autoengaños? ¿Qué hacer ante el facilismo cultural narcisista de la culpa es de otro?

Tengo pocas esperanzas, para serles franco. Uno ya no sabe si, como en un cuento de Khalil Gibran, mejor sumarse a la locura o morir siendo el loco de quienes se creen cuerdos.

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